por Nuria Azancot
Amistad. Amigo
cierto en horas inciertas, desde su juventud Flaubert sintió verdadera devoción
por camaradas como Ernest Chevalier, Alfred Le Poittevin, Louis Bouilhet o
Maxime du Camp. Con Du Camp, por ejemplo, recorrió Bretaña y redactó a medias
un libro con sus impresiones, escribiendo Flaubert los capítulos impares y Du
Camp los pares. También Du Camp fue, con Bouilhet, el primer oyente de La
tentación de San Antonio, aunque le aconsejaron que quemara la novela. No
menor fue su relación trascendental y apasionada con otros escritores como
Michelet, Turguénev, Zola, Maupassant y George Sand.
Burguesía. Profundamente antiburgués, el escritor despreciaba la sociedad
de su tiempo, a la que tildaba de brutal, imbécil y mostrenca, capaz de
condenar al fracaso cualquier intento espiritual. En sus novelas y relatos
derrocha tanto odio como inteligencia y resentimiento hacia una clase social
que despreciaba, sin por ello idealizar a los más desfavorecidos. Como
resaltó Vargas Llosa en La
orgía perpetua, “Flaubert era un profundo egoísta en lo que respecta a la
injusticia social, y, a lo largo de su vida, no se preocupó sino de los
problemas que atañían a su persona y a la literatura. Con el pretexto de odiar
al burgués, odiaba y despreciaba a los demás hombres”.
Crítico. Implacable, en su correspondencia Flaubert se muestra como un
crítico irreverente y feroz. Así, de Balzac escribe:
“¡Qué grande sería, si hubiera sabido escribir!”; sobre Lamartine decía que
“tiene espíritu de eunuco, le faltan cojones, en su vida no ha meado otra cosa
que agua cristalina”. Y sobre las gentes de letras, en general, que “son como
putas que acaban por ser incapaces de gozar. Tratan al arte como las putas
tratan a los hombres; le sonríen todo lo que pueden, pero no lo aman”. O, como
escribió a Louise Colet en 1851: “Está muy bien eso de ser un gran escritor,
tener a los hombres en la sartén de freír las frases y hacerlos saltar en ella
como si fueran castañas. Pero para ello es necesario tener algo que decir”.
Disciplina. Infatigable, escribió casi sin parar durante ocho o diez
horas todos los días de su vida, desde los 9 a los 59 años (salvo algunos
viajes, compromisos sociales o visitas a los burdeles), convencido de la
necesidad de ser “constante y ordenado en la vida cotidiana para que puedas ser
violento y original en tu trabajo”. No fue un autor demasiado prolífico, pero
reescribía, corregía, trazaba planes, esbozos, y recopilaba documentos anejos
sin cesar: escribió tres veces La tentación de San Antonio y
dos La educación sentimental, y de Madame Bovary se
conservan 1.788 folios, además de los 42 de los borradores y los 490 del
manuscrito definitivo de la novela. Su entrega a la escritura era tal que llegó
a definirla como una “vida de perros, pero la única digna de ser vivida”.
Estilo. Convencido de que “la perfección del estilo es no tenerlo. El
estilo es como el agua, es mejor cuanto menos sabe”. Es también el arma
decisiva de su modernidad, pues, como señalaba Vargas Llosa en Letras
Libres, “Flaubert fue el primer novelista en tomar conciencia clara de que
para transmitir al lector la impresión de vida propia que dan las buenas
historias, la novela debía aparecer a sus ojos como una realidad soberana,
autosuficiente, no parásita de la vida exterior a ella –la vida real– y que esa
ilusión de soberanía, de autonomía total, una novela la lograba únicamente
mediante la eficacia de la forma, es decir, del estilo”.
Felicidad. Desengañado de casi todo y consagrado a la escritura, a menudo
derramaba frases cargadas de escepticismo sobre la felicidad, de la que
proclamaba que era una monstruosidad, y que quienes la buscaban resultaban
siempre castigados, o que “ser estúpido, egoísta y gozar de buena salud son los
tres requisitos para ser feliz, aunque si falla la estupidez, todo está
perdido”.
Influencia. De Joyce a Beckett pasando
por Kafka, Proust o Hemingway, los padres de la
narrativa moderna asumieron la influencia de Flaubert en sus obras. Kafka, por
ejemplo, soñaba con encontrarse en una gran sala atestada de gente ante la que
leía, sin interrupción, toda La educación sentimental, para él, el
libro favorito de su maestro, al que también mencionó en sus cartas y diarios.
Sólo Sartre parece escapar
de su influjo, pues lo tildó de "el idiota de la familia" por su
dependencia materna y su reclusión en Croisset. Pero sigue vivo, como demuestra
que la crítica francesa aún detecte sus huellas en autores como Houellebecq o Modiano.
Justicia. Cuando en 1856 Flaubert comenzó a publicar Madame
Bovary en la Revue de Paris, el escándalo público acompañó al éxito
indudable entre los lectores, al punto que a principios de 1857 se inició una
campaña contra la revista y la novela. El 31 de enero se celebró el juicio por
“ofensa a la moral y a la religión” pero el abogado de la familia, Senard,
logró que fuesen absueltos mientras el proceso servía de excelente lanzamiento
publicitario para el libro, que fue celebrado por los críticos más
prestigiosos, como Baudelaire y Sainte-Beuve.
Mujer. Profundamente misógino, aseguraba que “la mujer es un animal
vulgar” y en una de sus cartas a Louise Colet escribe, brutal, a su amante:
“Confunden su culo con su corazón y creen que la luna está hecha para iluminar
su alcoba”. Como este, son cientos los comentarios cargados de resentimiento de
este soltero empedernido. Aunque pocos tan expresivos como un fragmento de Madame
Bovary que no vio la luz por consejo de sus amigos, y en el que el
escritor rechazaba que las mujeres leyeran, porque la lectura les provocaba
males no solo morales sino también físicos.
Novela. Pocos autores han diseccionado la revolución flaubertiana con la
deslumbrada lucidez de Vargas Llosa, que desde La orgía perpetua ha
explicado cómo desde el narrador francés “entre la realidad real y la realidad
novelesca no hay identificación posible sino una distancia infranqueable, la
misma que separa el fantasma del hombre de carne y hueso […] La novela no es un
espejo de la realidad: es otra realidad, creada de pies a cabeza por una
combinación de fantasía, estilo y artesanía. […] Desde Flaubert el ‘realismo’
es también una ficción y toda novela dotada de un poder de persuasión
suficiente para seducir al lector es realista, pues comunica una ilusión de
realidad”.
Religión. Es posible que Flaubert suscribiese, al menos en parte, la
proclama de Homais en Madame Bovary: “Tengo una religión, mi
religión […] yo adoro a Dios. ¡Creo en el Ser Supremo, un Creador, […]; pero no
necesito ir a una iglesia a besar bandejas de plata y a engordar con mi
bolsillo un montón de farsantes que se alimentan mejor que nosotros! Porque se
puede honrarlo lo mismo en un bosque, en un campo, o incluso contemplando la
bóveda celeste como los antiguos. Mi Dios, el mío, es el Dios de Sócrates, de Franklin, de
Voltaire”.
Sexo. Según Julian Barnes en El loro de
Flaubert, en 1836 se produjo la iniciación sexual de Flaubert, con una de
las doncellas de su madre. Comenzaba así una carrera erótica muy activa, pues
el escritor frecuentó burdeles y amantes, y, al parecer, “en su primera madurez
resulta muy atractivo para las mujeres”. Se dice que su primer amor, Elisa
Schlesinger, una mujer casada a la que conoció en una playa normanda cuando él
tenía sólo quince años y ella veintiséis, inspiró en parte el papel de Marie,
la prostituta de Noviembre.
Cuento de una vida
1821. El 12 de diciembre de 1821 nace en Ruan Gustave Flaubert,
nieto, hijo y hermano de médicos. Su padre era cirujano jefe del Hôtel Dieu de
Rouen, hoy Museo Flaubert.
1832. Ingresa en el Colegio Real de Ruan, donde es considerado un
alumno ejemplar.
1844. Abandona la
carrera de Derecho debido a desequilibrios nerviosos y epilepsia y se instala
en Croisset, cerca de Ruan, en el que será su hogar definitivo.
1846. Mueren su
padre y su hermana, y se hace cargo de su sobrina. Comienza una relación
sentimental con la poeta Louise Colet, con la que mantiene una correspondencia
abundantísima.
1848. Asiste en París de la Revolución de 1848 y comienza a
escribir la primera versión de La tentación de San Antonio.
1849-1851. Viaja con su
gran amigo Maxime Du Camp a Italia, Grecia, Egipto, Siria, Turquía y Jerusalén.
Al regresar, comienza a escribir Madame Bovary.
1857. Publica Madame
Bovary en formato de folletín en la Revue de Paris. Las autoridades
emprenden acciones legales contra la editorial y el autor, acusados de atentar
contra la moralidad, pero fueron declarados inocentes.
1858. Pasa varios
meses en Cartago, documentándose para su próxima novela, Salambó,
que termina cuatro años después.
1864. Comienza a
escribir la segunda versión de La educación sentimental, que
finalmente se publica en 1869.
1872. Muere su madre, lo
que repercute gravemente en sus finanzas.
1874. Termina al
fin La tentación de San Antonio, en la que llevaba trabajando desde
1857. Fracasa de manera estrepitosa su obra de teatro El candidato.
1877. Publica Tres
cuentos, mientras trabaja en la que considera que va a ser su obra maestra,
la novela Bouvard y Pécuchet, publicada póstumamente en 1881.
1880. Envejecido prematuramente, el 8 de mayo fallece en Croisset a consecuencia de una hemorragia cerebral, pero es enterrado en el panteón familiar del cementerio de Ruan. Tenía cincuenta y ocho años.
(EL CULTURAL / 7-12-2021)
No hay comentarios:
Publicar un comentario