Hugo Giovanetti Viola
El multifacético literato y pensador Jorge Liberati acaba de dar a conocer
una abarcadora antología de su obra poética (Ediciones Cruz del Sur,
Montevideo, 2021) dividida en cuatro partes -ALBORADA, CREPÚSCULOS, LA ESPERA
y SONETOS A CRISTINA- que
pautan las variantes tan sincrónicas como diacrónicas de un viaje unitario donde
el autor persigue con un deseo casi divinizador (para hablarlo en
Cortázar y Sor Juana al mismo tiempo) a un otro capaz de aportarle la completud
nupcial a la que aspiran los pobres de espíritu. El sufridísimo Ismael de
Melville necesita incluso explicar con crudeza de ballenero la resignificación
del mito de Narciso que nos exige asumir ese desasosiego por cazar al tan
ubicuo como sublime resplandor exquisito que fervora en nuestro único
amor con sed de trascendencia, cuando advierte: Pero todos nosotros
vemos esa misma imagen en nuestros ríos y en nuestros océanos. Es la imagen del
inasible fantasma de la vida. Y esta es la clave de todo.
La angustia existencial de Liberati aparece siempre, sin embargo, satinada
por la poiesis significante de una versificación que trota sobre metros cuidadosamente
regulares, hasta que en la tercera sección del libro irrumpe la verticalidad rampante
de un fondo de iceberg que se venía anunciando desde los primeros textos,
aunque sin contundencia: (…) ángel desbarrancado que se cae a la nada / al
abismo de polvo de la vida terrestre. // Tras ella ya no iré cual día tras la
noche. / Es hora de plantarme. Mis huesos ya no hieren / el aire de la tarde.
Mis manos son las hojas / del bosque que murmura. Mis piernas unas olas / que rompen
sus rodillas en la arena celeste. // ¿Qué puedo hacer ahora? Ver la sombra que
corre / hacia el mar y se apura porque antes nunca pudo / detenerse a mirar.
Ahora soy el árbol / cuyas hojas armónicas murmuran en la tarde. (LA ESPERA
/ IV).
No es difícil imaginarse en esta situación tanto a un Dante Alighieri como
a un Carl Gustav Jung cuarentones y hasta con pulsiones suicidas entregándose
a la más maravillosa que terrible determinación de poner a la historia patas
para arriba y hundirse alquímicamente en un religare salvífico.
Y ya no puede sorprender que en el próximo poema encontremos una especie de
manifiesto del corazón tan despegado de los positivismos guillotinadores
como de las sangrientas redenciones utópicas: Este rayo que llega y que
derrite piedras / no baja por azar ni por vagar perdido / en los aéreos mares
que envuelven los planetas / y absorben luz que inunda el rostro del herido. //
Este rayo anda en busca de una sola vereda. / Busca en ella un asunto
enteramente humano. // Un ser vivo celeste, un habitante raro / de una ajena
galaxia. Extraña criatura / de órbitas lejanas. Es a ella a quien rastrea (…) (LA
ESPERA / V).
Vaya entonces nuestra celebración con el reencuentro de un poeta-Ismael que
ya contempló el ojazo del Cachalote Supremo y supo volver nadando a esculpir la
noticia de que la fe en el Cosmos Vivo es lo único que importa.
Por eso puede cerrar esta inusual compilación con humildad guerrera:
(…) y es el brazo del viento que derrama / el río y que voltea en la temible / tempestad al árbol. Hombre se llama.
No hay comentarios:
Publicar un comentario