por David Galcerá
Pocos testimonios del siglo XX pueden
comparase al del italiano Primo Levi (1919-1987),
superviviente y testigo de Auschwitz y, por
extensión, del mal del siglo XX. Detenido cuando formaba parte de “Justicia y
Libertad”, organización que luchaba en la resistencia contra el fascismo en
Italia, es enviado al Lager que ha
dado nombre al sistema concentracionario nazi, no ya por su
militancia política, sino por su condición de judío. Tras su regreso, se
convierte en testigo del siglo XX, pero no sólo por lo que atañe a la historia
sino, sobre todo, por lo que se refiere a la condición humana.
Toda la obra de Primo Levi es en el
fondo una interrogación sobre el ser humano. Su obra se
enmarca en una viejo tópico que en aquellos años adquiere todavía más relevancia,
pues los acontecimientos históricos subrayan como nunca el carácter deíctico de
la expresión Ecce homo. Aparecen obras como la
de Gino Gregori, Ecce homo Mauthausen,
o un breve escrito de Natalia Ginzburg titulado “El
hijo del hombre”, donde con claras reminiscencias evangélicas define una época,
la de la guerra, como hostil al hombre: no había guarida ni lugar donde reposar
la cabeza. También Alberto Moravia habla de que los horrores del totalitarismo muestran que
el ser humano todavía no es un fin en sí mismo, que la humanidad del hombre es
todavía aquello a alcanzar.
Primo Levi se inserta en este
contexto con su primera obra: Si esto es un hombre. Philip Roth dijo que fue para él el libro más
importante, porque “después de haberlo leído, nadie puede decir que no ha
estado en Auschwitz”. Decía Levi que en su estancia en el laboratorio de
química del Lager, así como en los momentos de
tregua, en la enfermería y en los domingos en los que no trabajaba, nacía la
pena de recordar, el viejo y feroz deseo de “sentirse hombre”. Y ya allí empezó
su tarea de cronista del horror. Pero, sin
duda, es al regresar cuando el escritor judío siente la necesidad de dar
expresión a su experiencia concentracionaria, como el Ulises que ha regresado a
Ítaca o el soldado que regresa del poeta romano Tibulo. Levi dirá que al
volver del cautiverio las experiencias vividas le
quemaban por dentro, y que se “sentía más cerca de los muertos que
de los vivos, y culpable de ser hombre, por ser los hombres quienes habían
edificado un lugar como Auschwitz” (Il sistema periódico,
en Tutti i raconti, Einaudi, Torino, 2005, p. 501). Pensaba que, si contaba su experiencia, se purificaría,
aunque, como el viejo marinero de Coleridge, semejara un
aparecido, un muerto entre los vivos al que difícilmente querrían escuchar.
El título de la obra mencionada es
elocuente: Si esto es un hombre. El nombre fue
tomado, por el editor, del poema “Shemá” (anteriormente llamado “Salmo”). En este
poema, incluido como prefacio a la obra, Levi nos demanda que
consideremos si podemos hablar de humanidad al mirar a Auschwitz. El
carácter condicional del título remite a la incertidumbre del autor sobre el
ser humano abatido. El poema dice así:
Los que vivís seguros,
en vuestras casas caldeadas
los que os encontráis al volver por la tarde,
la comida caliente y los rostros amigos.
Considerad si es un hombre
quien trabaja en el fango
quien no conoce la paz
quien lucha por la mitad de un panecillo
quien muere por un sí o por un no.
Considerad si es una mujer
quien no tiene cabellos ni nombre
ni fuerzas para recordarlo
vacía la mirada y frío el regazo
como una rama invernal.
Pensad que esto ha sucedido:
os encomiendo estas palabras.
Grabadlas en vuestros corazones,
al estar en casa, al ir por la calle,
al acostaros, al levantaros;
repetídselas a vuestros hijos.
O que vuestra casa se derrumbe,
la enfermedad os imposibilite,
vuestros descendientes os vuelvan el rostro.
Primo Levi, Si esto es un hombre, trad. de
Pilar Gómez Bedate, Muchnik Editores, Barcelona, 2003 [1958], 3ª ed. pp. 13-14.
El llamado al lector se expresa
en el título del poema: “Shemá” (“escucha”) de Deuteronomio 6:3-9, libro que
constituye una reafirmación del pacto entre Dios e Israel establecido en el
Sinaí, tras haber perecido una generación en el exilio del desierto. El texto
en cuestión es una afirmación de la unicidad del Dios de Israel, así como del
carácter escogido del pueblo a pesar de ser uno de los más humildes de la
tierra. Y se exhorta a que el pueblo escuche y transmita la ley de Dios a las
siguientes generaciones. Levi, tras el regreso del éxodo
que constituye Auschwitz, insta a una especie de pacto de la humanidad,
un pacto que lleve a la reflexión sobre el ser humano y, al mismo tiempo,
a la exigencia de no olvidar.
Pero, a diferencia de la majestad de
Dios, el poema de Levi enseña y llama a consideración la fragmentación del hombre, mediante el uso del
demostrativo en las expresiones condicionales: “se questo è un uomo”, “se
questa è una donna”. El poema apela al lector a considerar la condición del
hombre y de la mujer en Auschwitz. El “si” del verso y del título de la obra
introduce un carácter hipotético, porque como
afirma Levi, explícitamente al final de su primera gran obra, sólo se puede
hablar del Lager “en condicional”. Las palabras pierden su sentido para expresar la condición del ser
humano en el Lager; pues el hambre, la sed, el frío,
etc. allí son algo distinto, como elocuentemente expresaba el título de la obra
de Piero Caleffi: Si fa presto a dire fame. Sólo se
pueden usar esos términos por aproximación, “como si fuera así”, pero hay una
distancia con la experiencia vivida. Y este carácter hipotético se manifiesta
también en que el hombre en el Lager vive en un mundo en que el prisionero está a merced del capricho de sus amos:
“se puede morir por un sí o por un no”.
En el poema destacan los verbos “considerad”
(dos veces) y “pensad”, dirigidos a los que tienen alimento y están en sus
casas, las condiciones de las que los prisioneros carecían, y que les llevaba a
la deshumanización, al olvidarse de todo cuanto constituía
su identidad. A diferencia del texto del Pentateuco, sólo hay maldiciones si no
se escucha; la única bendición, implícita, pero no menor, consiste en la
posibilidad de no dejar de ser hombres al ser partícipes del relato del
superviviente. Nuestra humanidad se afirma al escuchar y reintegrar
a la humanidad a quien fue despojado de ella. Sólo así puede el
superviviente dejar de ser hombre en condicional, y serlo realmente, en
indicativo.
Pero la deshumanización no sólo
afecta a lo físico, sino también a lo moral. De hecho,
para el escritor italiano, era más difícil sobrevivir
moralmente que físicamente. En el capítulo titulado irónicamente
“Más acá del bien y del mal” de su primera obra, Levi dice que había que colgar
los valores morales a la entrada para poder sobrevivir; unos lo hacían con más
empeño, otros con menos. De hecho, dirá Levi, por lo general, los mejores
moralmente no sobrevivieron, a no ser por la fortuna o por tener algún
oficio, como el de químico, que le permitió al autor ser un privilegiado
en aquella situación. Así, la falta de piedad, el no rebelarse ante las
injusticias cometidas contra uno mismo y contra los demás provocaba la negación
de los valores básicos.
Según el biógrafo Ian Thomson, a Primo Levi, al marchar de Turín y ver
desde lejos la famosa Mole Antonelliana (edificio destinado originariamente a
ser una sinagoga y que actualmente es un museo de cine), le pareció estar
despidiéndose del mundo humano. Tal vez por ello, el título del capítulo
recuerda irónicamente al Nietzsche del Más allá del bien y del mal (quien llamó “Ecce
homo” a ese edificio emblemático de Turín), y nos muestra una situación
de caos, previa a cualquier tipo de mundo moral posible
para que puedan habitar los hombres. Por ello, se pregunta Levi, dirigiéndose
de nuevo al lector, qué parte de nuestro mundo moral podría subsistir ahí
dentro: “qué sentido pueden tener en el Lager nuestras palabras ‘bien’ y ‘mal’,
‘justo’ e ‘injusto'”; o “cuánto de nuestro común mundo moral puede resistir más
acá de la alambrada”.
Tras este diagnóstico sobre el ser
humano, es obvio que la memoria, el testimonio, no sólo ha de tener un carácter
pasado. Ha de tener también un papel admonitorio. Para Levi, el principio de
que “todo extranjero es un enemigo” está asentado en nuestras almas como una
“infección latente”. Y cuando esta idea se convierte en la premisa mayor de un
silogismo, al final de la cadena está el Lager. Por ello, la historia de los campos de exterminio debería ser para
todos “una siniestra señal de peligro”, como memoria hacia delante,
como admonición, que abre la posibilidad de la bendición o la maldición en
función de cómo escuchemos las palabras del testimonio. Así nos conmina de
nuevo el superviviente de Auschwitz en el texto que escribió para el memorial
de los italianos muertos en Auschwitz.
En este lugar donde nosotros,
inocentes, hemos sido asesinados, se ha tocado el fondo de la barbarie.
Visitante: observa los vestigios de este campo y medita: de cualquier país del
cual provengas, no eres un extraño. Haz que tu viaje no sea inútil,
que nuestra muerte no haya sido inútil. Para ti y para tus hijos, valga la
advertencia; haz que el fruto horrendo del odio, del cual has visto aquí las
huellas, no dé una nueva semilla ni mañana ni nunca.
Traduzco del texto “To the visitor”, compilado en The Black Hole of Auschwitz, trad. de Sharon Wood, Polity Press, Cambridge, UK, Malden, USA, p. 72.
(El vuelo de la lechuza / 25-1-2021)
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