por Mercedes Pérez Bergliaffa
Señoras, señores, debemos saber algo casi desconocido para la mayoría de
nosotros: que el gran artista Vincent van Gogh es hoy en día la
figura que es debido a la lucidez y el trabajo de una mujer inteligente y
rápida, de la cual poco se sabe: Johanna Gezina van
Gogh-Bonger. Proveniente de una familia acomodada, y casada en 1889 con
Theo van Gogh (el hermano del pintor, a quien éste adoraba, a su vez a Theo y
Johanna los había presentado el hermano de ésta, Andries), al morir Theo y
quedar Johanna viuda, se cargó al hombro lo que parecía imposible: comenzar a
vender bien (haciendo crecer el precio de una obra que había sido ninguneada)
la producción del artista, posicionándolo así no sólo en el mercado sino
también en la historia.
¿Qué tal, con esto…? Porque hablamos del año 1892, 1894, 1912, 1914,
1920... Por entonces, las señoras que no eran millonarias o que no estaban
casadas con millonarios no se dedicaban a coleccionar arte ni ser marchands; y
las niñas -en la época en que esta infrecuente mujer había sido una de ellas-
debían quedarse en la casa ayudando a sus madres. Sin embargo, Johanna había
estudiado inglés y filología, y de joven realizó un viaje a Londres, en donde
trabajó en la British Library. Para ingresar a trabajar en la prestigiosa
biblioteca debía rendir un examen de ingreso: Johanna investigó entonces sobre
el poeta Percy Bysshe Shelley.
¿Precursora? Pues sí. Pero además -y volviendo a su relación con la
familia van Gogh-, Johanna VG-B conocía tan al detalle la vida de Vincent y
Theo y el amor que los unía (de todos los hermanos, que habían sido seis, ellos
dos eran los más unidos). Años después de morir Vincent, en julio de 1890, seis
meses después de su hermano, Johanna hizo que trasladaran los restos de Theo
desde Utrech, en los Países Bajos, hasta Auvers-sur-Oise (Francia) en
donde estaba enterrado Vincent.
Así, en 1914, volvía a reunir a los hermanos bajo un brote de
hierbas especial: son estas plantas que hoy podemos observar sobre las tumbas
de los hermanos van Gogh, y que fueron extraídas del jardín del médico francés
Paul Gachet, el médico (y pintor amateur) que atendió a Vincent en el Hospital
de Saint-Rémy durante su última etapa y a quien el artista dedicó retratos icónicos
(todo deben tener escondida en la memoria el super-conocido Retrato del
Dr Gachet, de Vincent VG).
Existen, en realidad, dos versiones del retrato: Van Gogh las pintó
durante los últimos meses de su vida. La primera versión fue donada por los
hijos del doctor Gachet al Museé D´Orsay. La segunda, fue vendida
en 1987 a Paul Cassirer, marchand y editor alemán. ¿Adivinan quién realizó esa
venta de 300 francos en 1897…? Sí: Johanna.
Fue ella también quien escribió la historia de los dos hermanos. Ni más ni menos. La
cuñada de Vincent fue astuta y totalmente consciente de sus acciones, planificadas,
aunque siempre respetuosa de la memoria de los dos hermanos, con los que
estableció un diálogo interno, de forma permanente e imaginaria. En sus
acciones de promoción y venta de la obra de Vincent, la ayudó el artista
postimpresionista Emile Bernard. Podemos leer cómo se movía Johanna en sus
diarios -una fuente riquísima-, dados a conocer hace poco: allí escribió, en
1892, un año y medio después de la muerte de Vincent y un año más tarde de la
de su marido, Theo: “Le di un hombre al mundo”, dejando clara su conciencia de
la gran empresa que había emprendido: ubicar a van Gogh como el gran
artista que era.
En 1892, un año y medio después de la muerte de Vincent y un año más
tarde de la de su marido, Theo: “Le di un hombre al mundo”, dejando clara su
conciencia de la gran empresa que había emprendido: ubicar a van Gogh como el
gran artista que era. Pero Johanna fue, sobre todo, inteligente e
intuitiva. En sus diarios escribió aún más: dio a conocer paso a paso cada
período del desarrollo de sus acciones respecto a la venta y conformación,
creación de Vincent como un artista importante. “La sesión de apreciación
de los dibujos de Vincent en Arti es mañana por la noche”, escribió durante los
últimos años del S XIX desde París: “Guardo grandes esperanzas, tengo una
sensación de triunfo indescriptible. Creo que finalmente ha llegado la
apreciación, el gusto… Debo ir a escuchar lo que dice la gente, observar cuál
es su actitud. Esos que solían ridiculizar a Vincent y llamarlo tonto…”
Las movidas que iba armando Johanna en torno a la obra
de van Gogh no pasaban desapercibidas. Cuando en 1892 organizó una de las
exposiciones en que mostraba los trabajos de Vincent, el artista Richard Holst
comentó sobre ella: "La señora Van Gogh es una pequeña mujer encantadora,
pero me irrita cuando alguien habla fanáticamente de un tema del que sabe
prácticamente nada y, cegado por el sentimiento, piensa que está adoptando una
actitud estrictamente crítica [...]".
Y también: "El trabajo que a la señora Van Gogh más le gustaría es
el más grandilocuente y sentimental, el que le hizo derramar más lágrimas.
Olvida que su pena está convirtiendo a Vincent en un dios”. A pesar
de estas críticas, haciendo caso omiso de ellas, Johanna seguía avanzando:
“Esta mañana fui a Wisselingh's en Amsterdam, y lo disfruté”, escribió durante
ese mismo año, 1892. “Es como las pequeñas habitaciones de la galería de Theo,
en el Boulevard Montmartre, aunque un poco menos distinguido en los
alrededores; pero había cosas espléndidas. Un pequeño Corot, un molino en lo
alto de una colina verde; un hermoso Monticelli, árboles en flor; un espléndido
Neuhuys, un niño pequeño en la cuna; un bodegón de Vollon, con un tono fresco y
distinguido; un Michel, espléndido; un Breitner sombrío y fantástico…"
Y también: "No había visto tantas obras 'finas' juntas en
mucho tiempo. Tenía una pequeña cosa de Vincent conmigo, pero muy, muy buena,
que mostré; y ahora quieren un par de sus obras por encargo. ¡Qué
triunfo! Me hizo feliz todo el día.”
Organizando estas exhibiciones, primero desde Holanda -desde Bussum, la
sede central de sus movimientos como promotora y marchand, muy cerca de
Amsterdam-, donde había vuelto a vivir junto al hijo que había tenido con Theo
(llamado Vincent Willem) y llevándose consigo -del departamento parisino que sí
preservó- muchas de las pinturas de Vincent (a pesar de las advertencias de
varios marchantes conocidos de su marido fallecido, quienes le decían que sería
mejor que esas obras se quedaran en París, que allí serían mejor vendidas), con
el tiempo volvió a habitar en la capital francesa y se movió organizando
las exposiciones de la obra de Vincent también desde allí.
Pero así como Johanna había comenzado a cuidar, preservar y
vender las pinturas y dibujos del ahora histórico artista holandés,
también se encargó de leer y guardar la extensa correspondencia que
habían establecido los dos hermanos: esas cartas son, en la actualidad,
cruciales. Las cartas revelan las intimidades más profundas de Vincent, los
desarrollos y direcciones de sus procesos creativos, las preguntas que se
formulaba, sus reflexiones en torno al arte, la vida y la muerte; sus
reflexiones en torno a sus propias obras; los momentos de sufrimiento por su
enfermedad psíquica; los momentos de sus alegrías y descubrimientos en torno a
la pintura...
La correspondencia entre los dos hermanos comenzó en 1872. Johanna las
publicó en 1914: ocuparon tres volúmenes. Así, a la par que iba resguardando el
valioso patrimonio, esta inteligente mujer comenzó a establecer contacto con
los diferentes ecosistemas artísticos: galerías, galeristas, artistas, críticos
de arte e intelectuales, primero con aquellos vinculados a La nueva
guía, una prestigiosa revista de arte holandesa de entonces.
A pesar de su matrimonio (y sin hacer caso a las usanzas de la época)
nunca dejó de organizar las muestras de Vincent: entre 1892 y 1900 ya había
organizado 20 exhibiciones de van Gogh de forma muy astuta: ubicando
-ejerciendo el papel de lo que hoy conocemos como “curadora”- las obras de
Vincent junto a otras de artistas por la época indiscutiblemente consagrados,
como Tolouse-Lautrec y Claude Manet, por ejemplo.
Además demostró su capacidad (mayor, quizás, que la de su difunto
esposo, de quien aprendió mucho) al establecer con éxito los contactos
artísticos necesarios en Europa occidental. Allí, a los dealers o marchands que
aceptaran trabajar con la obra de Vincent, les ofrecía una comisión del 10 al
15 por ciento sobre las obras que vendían. A la par, iba ubicando la obra de su
fallecido cuñado en colecciones públicas y privadas de todo el mundo. Esto fue
evidente con uno de los mayores logros de Johanna: realizó una gran exposición
de Vincent en el Stedelijk Museum de Amsterdam, en 1905. Con el tiempo, los
objetivos de Johanna crecieron y cruzaron el continente europeo y también
el océano: en 1915, se mudó durante cuatro años a los Estados Unidos, para
promover el trabajo de Vincent en ese país.
Esta mujer menuda y visionaria, tenaz, falleció a los 62 años en Laren
(Holanda). La muerte la encontró en medio de un nuevo desafío: se
encontraba traduciendo las cartas de Vincent y Theo al inglés. Ya
había conseguido llevar a cabo dos tercios del enorme trabajo. Pero quizás el
aporte único y original de este emprendimiento fue el prólogo biográfico que
escribió sobre los hermanos van Gogh: sólo ella conoció tan de cerca la
relación entre Theo y Vincent, y el devenir íntimo de la vida del
extraordinario pintor.
Cuando dejó este mundo, en 1925 (35 años luego de la muerte de Vincent),
Johanna había logrado no sólo numerosas e importantes exposiciones consagradas
al artista y cuñado sino también vender al menos 190 pinturas y 55
dibujos, incluida una de las versiones de Los girasoles, vendida
a la National Gallery de Londres en 1924. Más allá de su vida en vínculo con el
arte y la familia van Gogh, Johanna había tenido otros logros: fue cofundadora
del Club de Propaganda de Mujeres Socialdemócratas de Amsterdam, en un intento
por mejorar las condiciones de vida, trabajo y educación de las mujeres de la
clase trabajadora holandesa. Su hijo Vincent continuó con el trabajo y los
desafíos que habían comenzado primero Theo y luego, con una mayor potencia, su
madre. Vincent (hijo de Johanna, sobrino del artista) creó la Fundación van
Gogh en Amsterdam en 1960. Puso en evidencia lo mucho que aprendió de su madre.
Recordémoslo: está escrito en el diario de Johanna: “Esta tarde una y otra vez
un sol dorado apareció detrás de las nubes blancas y brumosas. Parecía el
semblante de Theo, encantado por el reconocimiento de su hermano… La exposición
de Vincent que muy pronto haremos en La Haya, ¡qué tormenta de emociones que
provocará…! Tendremos que reunir todo nuestro coraje antes de entonces, y ser
fuerte frente a los atacantes, porque ¡seguramente habrá muchos de ellos!”.
Fuerza, inteligencia y tenacidad: cuando todos decían que la obra de van Gogh era la de un pobre desgraciado, una pequeña mujer supo observar con claridad y actuar. Se llamó Johanna. Ahora, el mundo comienza a descubrirla y rendirle tributo.
(Clarín / 1-9-2021)
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