por Óscar de la Borbolla
Las
palabras son el instrumento con el que dominamos el mundo, la manera como lo
disgregamos, definimos, lo volvemos inteligible.
Muchas
veces en esta columna he abogado por las palabras, pues gracias a ellas el
mundo se nos vuelve distinguible, inteligible, y prueba de ello es la claridad
que tiene esa zona familiar del mundo que acompañamos con nuestro vocabulario
cotidiano: resulta prácticamente imposible que no seamos capaces de reconocer a
un perro, pues por mucho que entre un gran danés y uno chihuahueño existan
diferencias abismales en cuanto a su tamaño, su color, su fuerza. La frontera
que levantamos con la palabra “perro” sitia inconfundiblemente a cualquier
perro y otro tanto ocurre con el término “silla”. Por muy distintas que puedan
ser estas las reconocemos de golpe: la realidad nombrada se vuelve inteligible
y, como dice Daniel Dennett en su libro Pensar rápido, pensar despacio,
dominar una profesión equivale a dominar el idioma específico de esa profesión:
a un médico la palabra “sarampión” le permite, o le debería permitir, reconocer
de golpe esta enfermedad en los síntomas que presenta el paciente con la misma
facilidad que para nosotros la palabra “perro” nos permite identificar de
inmediato a cualquier perro.
Las
palabras son el instrumento con el que dominamos el mundo, la manera como lo
disgregamos, definimos, lo volvemos inteligible. Con el lenguaje nos
re-presentamos el mundo, es decir, lo sustituimos o, si se prefiere, lo
traducimos para meterlo en nuestra conciencia. Esto es muy claro en el discurso
narrativo, pues edifica un “mundo” ante nosotros sin necesidad de que lo que en
ese discurso se nombra esté realmente ante nosotros, nos lo representamos
gracias a la fuerza evocativa de las palabras: en una novela o en un cuento el
mundo real se vuelve prescindible: las palabras bastan. De hecho, para el
lector, su mundo circundante desaparece y mientras se mantiene leyendo está
literalmente en otro mundo, en el literario.
Normalmente
abogo por la lectura, pues estoy convencido de que la lectura da nuevas
experiencias, nos permite conocer, viajar, vivir otras vidas. Hoy, sin embargo,
quiero referirme no a lo positivo de la lectura, sino a lo que nos quita, no a
la maravilla que se opera con las palabras, sino a lo que las palabras nos
sustraen, pues, si bien nombrando distinguimos, damos contorno a las cosas, las
definimos y volvemos inteligible el mundo, la pregunta es ¿de qué nos perdemos
cuando con las palabras nos re-presentamos el mundo? Pues nos perdemos de la
experiencia inmediata cuando las cosas son lo innombrable. Por causa de las
palabras no vemos el todo amorfo y continuo, sino un paisaje lleno de
definiciones, de cosas diferenciadas que se recortan unas contra otras y
tampoco somos capaces de ver la experiencia singular y única de cada objeto,
pues, con la palabra “perro” ya no veo los matices particulares de este gran
danés o un chihuahueño, sino lo que de común tienen ambos y que está abstraído
en la palabra “perro”: no veo ni el todo confuso ni lo singular y único: no veo
lo concreto, sino lo abstracto.
El
lenguaje nos enajena el ser, la totalidad, la experiencia efectiva y originaria
o como se le quiera llamar. ¿Será por esto que las experiencias más profundas
suelen ser silenciosas, averbales? ¿No son impertinentes las palabras ante la
muerte? ¿Qué sentido tiene decir algo cuando se está en la angustia? Hasta los
místicos hablan después de vivida la experiencia extática de Dios, no durante.
Hay silencios que nos devuelven lo que hemos extraviado por culpa del lenguaje
y hay otros, claro, que solo significan quedarse callado. Hoy quisiera una
entrevista con el mundo sin que resonaran en mí las palabras.
Palabras
Óscar de la Borbolla
https://www.sinembargo.mx/author/oscarborbolla
Escritor y filósofo, es originario de la Ciudad de México, aunque, como dijo el poeta Fargue: ha soñado tanto, ha soñado tanto que ya no es de aquí. Entre sus libros destacan: Las vocales malditas, Filosofía para inconformes, La libertad de ser distinto, El futuro no será de nadie, La rebeldía de pensar, Instrucciones para destruir la realidad, La vida de un muerto, Asalto al infierno, Nada es para tanto y Todo está permitido. Ha sido profesor de Ontología en la FES Acatlán por décadas y, eventualmente, se le puede ver en programas culturales de televisión en los que arma divertidas polémicas. Su frase emblemática es: "Los locos no somos lo morboso, solo somos lo no ortodoxo... Los locos somos otro cosmos."
(sinembargo.mx / 2-9-2021)
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