por Gonzalo Valdivia
Primera
mujer en asumir el liderazgo de la máxima institución fílmica local, la cineasta
se ha concentrado en realizar películas en Afganistán, renunciando a una
posible carrera en Europa, donde completó sus estudios y sus trabajos han sido
bien acogidos. Con el retorno de los talibanes al poder, lanzó un grito de
auxilio a la comunidad cinematográfica del mundo y en las últimas horas
abandonó Kabul. “Estoy viva y a salvo”, señaló.
Sahraa Karimi, la realizadora afgana más prominente de los últimos años,
se percibe como una mujer que permanentemente ha sido una refugiada. Hija de
padres afganos y nacida en 1985 en Teherán, Irán, a los 17 años partió a
estudiar a Eslovaquia, donde se adentró en la dirección de cine y obtuvo un
doctorado en el ámbito.
Sin embargo, una vez completada su educación, en vez de radicarse definitivamente
en Europa, decidió fijar la mirada en la tierra de sus progenitores para
desarrollar su filmografía y hablar de las mujeres de Afganistán. Esa ha sido
su marca y su huella laboral: retratar el complejo mundo fenemino en una de las
naciones más conservadoras y difíciles del planeta.
Su carrera la ha llevado al Festival de Venecia y a liderar la
institución de la cinematografía local, Afghan Film, un hito sin precedentes
para las directoras de su país. A través de esa identidad, organiza todos los
años un festival de cine en la Universidad de Kabul, donde les da espacio a
historias independientes que también marquen una pequeña disidencia con el
régimen político que ha estandarizado la cultura afgana en las últimas décadas.
Una vez consumado el retorno de los talibanes al poder en estos últimos
días, Sahraa Karimi compartió en sus redes palabras que semejan una carta de
auxilio. “Han masacrado a nuestra gente, secuestraron a muchos niños, vendieron
niñas como novias a sus hombres… Es una crisis humanitaria y, sin embargo, el
mundo está en silencio. Vienen a matarnos. Prohibirán todo el arte. Yo y otros
cineastas podríamos ser los siguientes en su lista de logros”, escribió.
“Te escribo con el corazón roto y con la profunda esperanza de que
puedas unirte a mí para proteger a mi hermosa gente, especialmente a los
cineastas, de los talibanes”, completó.
Karimi ha luchado incansablemente por
seguir haciendo cine desde su país, pese al restringido papel de las mujeres en
la sociedad afgana y a las barreras para levantar propuestas creativas.
Con Hava, Maryam, Ayesha, un drama sobre el embarazo y el aborto,
incluso llegó al Festival de Venecia en 2019, a la sección Orizzonti, donde
también estuvo en competencia Blanco en blanco, del chileno español
Théo Court y protagonizada por Alfredo Castro.
Conmovida por la recepción de su filme, la cineasta explicó sus orígenes
durante esa instancia en Italia. “Cuando terminé la escuela, dije ok, ¿qué
puedo hacer? ¿Me voy a quedar en Europa o debo hacer algo que tenga un
significado real? Pensé en que soy una narradora y muchas, muchas mujeres en mi
país no tienen voz, no pueden hablar en alto de sí mismas. Y los medios solo
cubren clichés. Más allá de los clichés, no escuchamos mucho sobre las mujeres
afganas y sus historias reales. Quería volver a Afganistán, a Kabul, romper
esos clichés y contar historias más allá de esos clichés”, expuso.
Mujeres afganas detrás del volante, de 2009, es otra de sus cintas más
emblemáticas; ganó alrededor de 20 premios en los principales festivales de
cine, incluidos los galardones de la Academia en Eslovaquia y el mejor
documental en el 13 ° Festival Internacional de Cine de Dhaka. Por supuesto,
aborda los casos de las primeras mujeres que pudieron manejar de manera
independiente en Afganistán, sin una compañía masculina a su lado, y que se
podían mover libres en las calles de Kabul, cuando después de 2001 los
talibanes ya habían sido controlados por EE.UU.
La directora también siguió de cerca las negociaciones que en algún
momento tuvieron el propio gobierno estadounidense, a través de Donald Trump, y
los talibanes. Participó en una campaña que apuntaba a una “paz sostenible” y
en los retos que aparecían ante las mujeres del país.
Allí también expresó cómo su madre y otras miles de madres nunca
contaron con una educación formal, el probable destino que también hubiera
tenido ella si no hubiera sido criada y formada en el exterior. “Solo queremos
tener una posibilidad y libertad, por el amor de Dios, libertad, para contar
nuestras historias”, insistió en ese momento.
Karimi dio a conocer que otras 11 personas “fueron rescatadas” junto con ella en las últimas horas. También reveló que ha documentado con su cámara el convulsionado presente de Afganistán. De nuevo como refugiada, promete segur registrando las historias que azotan a sus compatriotas.
(LA TERCERA / 17-8-2021)
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