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NELLIE BLY, LA INTRÉPIDA REPORTERA DECIMONÓNICA QUE DIO LA VUELTA AL MUNDO EN 72 DÍAS

 

 por Jorge Álvarez

 

«Un buen inglés no bromea nunca cuando se trata de algo tan serio como una apuesta -respondió Phileas Fogg-. Apuesto veinte mil libras contra quien quiera a que daré la vuelta al mundo en ochenta días o menos, es decir, en mil novecientas veinte horas o en ciento quince mil doscientos minutos. ¿Aceptan ustedes?»

 

El osado y soberbio envite que describe Julio Verne en su libro La vuelta al mundo en ochenta días, publicado por entregas en 1872, inspiró a una joven reportera estadounidense para intentar batir esa marca ficticia diecisiete años más tarde, provocando en sus coetáneos una rara mezcla de burla y admiración que ella misma fomentó hasta que desembarcó triunfante en el muelle de Manhattan setenta y dos días después de iniciar su aventura; o, para ser exactos a la manera de Fogg, setenta y dos días, once minutos y siete segundos.

 

Se llamaba Elizabeth Jane Cochran, aunque la fama le llegó bajo el pseudónimo de Nellie Bly, a veces con el apodo añadido de Pink por su afición a usar vestidos de color rosa. Nellie no sólo fue una pionera en viajar por el mundo sin compañía masculina en una época en la que eso resultaba poco menos que impensable, sino que también está reconocida como la primera mujer dedicada al periodismo de investigación y precursora de la infiltración encubierta para acceder a la información mucho antes de que el célebre Jack London lo pusiera en práctica.

 

Nació en 1864 en un lugar llamado Cochran’s Mills, que hoy en día es un suburbio de Pittsburgh (Pensilvania). Sus padres -él era un inmigrante irlandés que trabajaba en un molino- la enviaron a un internado para proporcionarle la mejor educación que pudieran, pero los limitados medios económicos de que disponían les obligaron a sacarla poco después. En 1880 se trasladaron a la ciudad, donde la joven dio una inesperada campanada apenas cumplidos los dieciocho años enviando una carta al Pittsburgh Dispatch, el periódico local, respondiendo indignada a un artículo de corte misógino titulado What girls are good for (Para qué son buenas las chicas).

 

Lo firmaba como Lonely orphan girl (Huérfana solitaria) porque su padre había fallecido y su madre se había casado con otro hombre al que ella detestaba. El caso es que el texto fue lo suficientemente bueno como para impresionar al editor del diario y hacer que éste publicase un anuncio solicitando contactar con la autora. Así fue el inicio de la carrera periodística de Elizabeth, a la que se contrató para escribir con el mismo alias, aunque tras el éxito del primer artículo, The girl puzzle, se lo cambiaron por el de Nellie Bly, personaje de una canción popular de la época.

 

Nellie Bly, pues, empezó su carrera periodística y se especializó en temas sociales, describiendo las duras condiciones de trabajo de los obreros en las fábricas, reseñando también su vida familiar y analizando la legislación laboral. El sueño duró poco; fuera por esa temática -se dice que los empresarios, molestos, retiraron su publicidad del Pittsburgh Dispatch– o simplemente por su sexo, no tardó en ser relegada a secciones consideradas femeninas: cocina, moda, jardinería… Decepcionada, presentó la dimisión y se marchó a México, donde trabajó como corresponsal freelance enviando reportajes sobre la realidad social del país (más tarde se editaría una recopilación bajo el título Six months in Mexico, es decir, Seis meses en México).

 

El gobierno de Porfirio Díaz, irritado por sus denuncias sobre sus modos dictatoriales, la obligó a irse amenazando si no con detenerla. Tenía entonces veintiún años y como no contemplaba retornar al periódico optó por cambiar de ciudad, consiguiendo una entrevista en el New York World, el diario del famoso magnate de la prensa Joseph Pulitzer. La aceptaron, encargándole como primer trabajo una investigación sobre el Women’s Lunatic Asylum de Blackwell’s Island, un manicomio para mujeres. Para hacerlo fingió padecer una esquizofrenia paranoide y amnesia ante los demás huéspedes de una pensión donde se había alojado ad hoc. La policía la llevó ante el juez que, haciendo caso del dictamen de varios doctores -que se lucieron-, la declaró loca y ordenó su ingreso en la institución que ella planeaba analizar.

 

El sitio resultó ser un catálogo de horrores, con comida inmunda, agua helada en los baños, falta absoluta de limpieza y unas condiciones en general deplorables para los pacientes: los peligrosos pasaban el día atados, el resto eran prácticamente ignorados y sólo se les prestaba atención cuando cuando protestaban pero para recibir castigos físicos por ello. Así, después de diez días entre ratas y ausencia de tratamiento médico, Nellie salió libre por mediación del periódico y escribió una crónica espeluznante de primera mano –Ten days in a mad-house (Diez días en un manicomio) que recibió el aplauso unánime y la lanzó a la fama; incluso se solicitó su consejo para introducir cambios en el lugar.

 

Todo estaba dispuesto para el momento de su gran aventura, la vuelta al mundo. Fue en 1888, cuando el New York World buscaba un reportero que emulase a Phileas Fogg y ella se presentó voluntaria, dispuesta a hacerlo tan bien como cualquier hombre o mejor. Sorprendentemente, se aceptó su candidatura y el viaje empezó a las 9:40 del 14 de noviembre del año siguiente, embarcando en el vapor Augusta Victoria. Lo más anecdótico de este episodio estaba en que la revista Cosmopolitan (sí, la misma que aún se puede comprar en los kioskos) había organizado su propia vuelta al mundo y también con una mujer como protagonista, Elizabeth Bisland, otra periodista que acabaría siendo editora de la publicación.

Ambas partieron el mismo día, pero pese a las similitudes -eran jóvenes de la misma profesión intentando salir adelante en un sector eminentemente masculino- también había diferencias: Bisland hizo otro itinerario y además su estilo era más literario que el de Bly. En cualquier caso, volviendo a ésta, pasó por Inglaterra, Francia (donde tuvo ocasión de conocer personalmente a Julio Verne), Italia, Egipto, Ceilán, Malasia, Singapur, Hong Kong y Japón; desde allí regresó a EEUU en una ruta muy parecida a la de la novela. Mientras, enviaba cortos despachos por telégrafo o algunos más extensos por correo para informar a los ávidos lectores; al fin y al cabo el diario había montado un concurso entre ellos con premios para quien acertase la fecha y hora de llegada a cada destino.

Bly realizó el periplo con doscientas libras esterlinas, algunos dólares y algo de oro, así como con un equipaje mínimo («En la mía [bolsa] logré que cupieran dos gorras de viaje, tres velos, un par de zapatillas, un neceser completo, un tintero, portaplumas, lápices, papel, alfileres, agujas e hilo, un salto de cama, una chaqueta de tenis, una polaca y un vasito, ropa interior, una buena provisión de pañuelos y cintas y el objeto más voluminoso pero más imprescindible de todos: un tarro de cold cream») y aprovechando los tiempos muertos para hacer visitas que alguna vez le causaron demora.


No tanto, sin embargo, como el que experimentó su rival -de la que no tuvo noticia hasta llegar a Hong Kong- cuando perdió una conexión y cogió un barco muy lento, no se sabe si engañada deliberadamente, permitiendo que Nellie cobrara ventaja. El caso es que el New York World le puso a ésta un tren ex profeso para que recuperase los dos días de retraso que llevaba por una tormenta en el Pacífico, atravesando el país desde San Francisco hasta Nueva Jersey, a donde llegó a las 3:51 del 25 de enero de 1890 en medio de grandes fastos y habiendo recorrido un total de cuatro mil setenta y un kilómetros.

 

Bisland arribó al puerto neoyorquino dos días más tarde, perdiendo la carrera pero mejorando igualmente el registro de Phileas Fogg; lo contó en un libro titulado In seven stages. A flying trip around the world (En siete etapas. Un viaje volando alrededor del mundo), mientras que Nellie publicó su propia aventura en La Vuelta al Mundo en 72 días. No obstante, las dos fueron superadas a los pocos meses por George Francis Train, del que se decía que su circunnavegación global de 1872 era la que había dado la idea a Julio Verne para su novela. Train dio la vuelta al mundo en sesenta y siete días, y dos años después rebajaría el tiempo a sesenta jornadas.

Nellie Bly se retiró temporalmente del periodismo en 1895, tras casarse con un millonario cuarenta y dos años mayor que ella. En 1904, al quedarse viuda, no se limitó a vivir de las rentas y emprendió una serie de reformas en su fábrica de chapa para mejorar las condiciones laborales de los empleados (subida de salarios, adecuaciones sanitarias, horarios más racionales, equipamientos sociales…) que la llevaron a la quiebra. Para escapar a los acreedores tuvo que irse a Inglaterra, donde la sorprenderían la eclosión del sufragismo femenino y el estallido de la Primera Guerra Mundial, oportunidades que no desaprovechó retomando su antigua profesión periodística y volviendo a abrir camino al convertirse en una de las primeras mujeres corresponsales desde el frente.

En 1919, finalizada ya la contienda, regresó a Nueva York para seguir escribiendo, esta vez en el Evening Journal y centrándose de nuevo en un tema social: los niños abandonados. Una neumonía acabó con su vida el 27 de enero de 1922; la misma enfermedad que mataría a Elizabeth Bisland siete años más tarde. Esa ironía se redondea con otra: ambas están enterradas en el mismo cementerio, el Woodlawd del Bronx.


Fuentes

La vuelta al mundo en ochenta días (Julio Verne)/Ochenta días. La gran carrera de Elizabeth Bisland y Nelly Bly, la vuelta al mundo que hizo historia (Matthew Goodman)/The race around the world. How Nellie Bly chased an impossible dream (Nancy Castaldo)/Front-page girls. Women journalists in american culture and fiction, 1880-1930 (Jean Marie Lutes)/Wikipedia


 (LBV / 10-8-2017)

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