por Nelly Kaprièlian
En estos últimos veinticinco años, Philip Roth publicó
algunas de sus principales novelas (La contravida, Pastoral
americana, La mancha humana…), terminó la
serie “Nathan Zuckerman” que había empezado en 1979 al
condenar en Sale el espectro a su alter ego a una
enfermedad, y condensó su obra en un puñado de novelas cortas obsesionadas por
la enfermedad y la muerte (El animal moribundo, Elegía).
En estos veinticinco años, Philip Roth envejeció volviéndose cada vez más
prolífico. En veinticinco años, también, se volvió –por mérito propio y por el
fallecimiento de varios de sus contemporáneos y “hermanos mayores”– el escritor
estadounidense vivo más importante, el único quizás del que cada libro (más o
menos uno por año) es esperado con la misma impaciencia, la misma curiosidad,
el mismo deseo.
Hace poco más de veinticinco años publicaste La contravida,
una de tus novelas más importantes, en la que cada capítulo contradice al
anterior, cuestionando la “verdad” de lo narrado. ¿Qué cambió para vos con ese
libro?
Fue una ruptura en relación con mis libros anteriores. Ese texto abrió
el camino para todas las novelas que siguieron, le volvió a dar energía a mi
trabajo. Tenía finalmente un esquema más amplio, debido a la forma en que la
acción transcurría en varios lugares, de Londres a Nueva York. Desde un punto
de vista técnico, me volví más libre, y mi prosa, más suculenta. De alguna
forma permitió que existieran mis novelas de los años noventa, como Operación
Shylock y El teatro de Sabbath. Aunque los temas son
completamente distintos, mi forma de escribir cambió, las frases se volvieron
más recargadas. En cuanto a La contravida y sus capítulos que
contradicen el destino de un personaje del capítulo anterior, no sé por qué
procedí así… Cuando pasó, desde el segundo capítulo, me gustó tanto que escribí
el resto del libro de ese modo.
,¿No teorizás sobre tu trabajo?
No, no tengo ese talento. Además, no me interesa.
¿Por qué empezaste a ponerte en escena en algunos de tus libros?
Cuando me hice aparecer en Patrimonio. Una historia verdadera,
por ejemplo, fue porque se trata de un libro sobre la muerte de mi padre, sobre
mi familia; no es un libro de ficción. Entonces me parece normal aparecer en él
en tanto que yo mismo. En Engaño, el tema es el adulterio, y me
preguntaba sobre la forma de aportar algo nuevo a un tema que ya no choca a
nadie. Entonces quise hacer que ese tema fuera “incómodo”, restituirlo tal como
lo es para mí… Entonces ningún personaje tiene nombre, excepto yo. Me inspiré
en escritores europeos, como Gombrowicz, que hace aparecer a un tal Witold
en Pornografía y lo hace ser un voyeur, para ampliar la
decadencia moral. La situación moral del libro me indica si debo aparecer o no.
En La conjura contra América la idea consistía en cambiar la
historia de los Estados Unidos: Roosevelt pierde las elecciones y gana un tipo
de extrema derecha. Iba a cambiar algo, pero ¿para quién? Pensé: para mi
familia que es judía. Por un lado, todo era inventado, y para equilibrar eso,
se fundaba en una cierta realidad. También me introduje en Operación
Shylock por cuestiones metodológicas, ya que el método es todo. Hay
que preguntarse “¿Cómo contar una historia?”. Esto tiene que ser nuevo cada
vez. Y si no lo es a los ojos de los demás, lo tiene que ser al menos para mí.
Es interesante que cuando salió Operación Shylock sembraste
la duda en las entrevistas, al negar que el Philip Roth del libro te
representara, y luego afirmaste que trabajaste mucho para el Mossad, como tu
personaje…
Dije que sí cuando me preguntaron si había realmente trabajado para el
Mossad porque era igual de fácil que decir que no, ¡pero mucho más
divertido! (risas) Necesitamos divertirnos en la vida, si no
¿de qué serviría todo esto?
¿Te divertís al escribir?
Rara vez. Salvo algunas pocas excepciones, cada uno de mis libros fue un
calvario. Hay oficios muy pesados, ¡y escribir es uno de esos! Si el libro no
te agota al escribirlo, entonces dudo de su calidad. Por ejemplo, Patrimonio.
Una historia verdadera: lo escribí a medida que avanzaba la enfermedad de
mi padre. Lo veía todos los días y estaba tan movilizado al final del día que
no quería ver a mis amigos, ni mirar un partido de baseball, ni nada. Lo único
que podía hacer era escribir, pero sin saber que estaba haciendo un libro…
Entonces no lo concebí en el dolor, pero tampoco en la felicidad. El libro que
más me divirtió, con el que todavía me río, es El teatro de Sabbath,
en el que pongo en escena a un personaje desprovisto del sentimiento de
vergüenza y que blasfema contra la gente decente.
¿Hay escenas que te gustan escribir más que otras?
Sí, y son las escenas a las que nadie les presta atención. Como en Me
casé con un comunista, cuando mi personaje va a ver a un taxidermista. Me
encantó consultar a uno para mi libro. Lo que más me gusta es escribir escenas
que requieran asesoría profesional. En Indignación, el hijo de un
carnicero le cuenta a una chica la forma en la que se entrega la carne… Creo
que la gente pasa mucho tiempo pensando en cosas tan cotidianas. En Elegía,
el padre tiene una joyería. Me encantó ir a una joyería, pretendiendo que
quería comprar un anillo de compromiso para mi novia.
¿Con los años te resulta más fácil encarar las escenas de sexo?
Siguen siendo difíciles, ya que no tienen que ser vulgares pero tampoco
muy tiernas o muy estetizadas. Al principio, era muy reflexivo: en mis dos
primeros libros, por ejemplo, Goodbye, Columbus y Deudas
y dolores, las escenas de sexo se desarrollaban en la oscuridad. Con el
tiempo, me fui dando mucha más libertad, particularmente en El mal de
Portnoy ya que el libro se sitúa en lo de un psicoanalista, ahí donde
no se censura el lenguaje, allí donde uno no tiene vergüenza. Eso me dio la
libertad de ser obsceno, gráfico en mis descripciones. No lo retomé después,
salvo para El teatro de Sabbath, ya que ese libro me lo permitió.
No es una decisión personal, sino el tema o el personaje del libro que legitima
tal o cual método.
En La humillación pones en escena a un actor. ¿Ves la
vida como un juego de roles?
¡Pero todos interpretamos un montón de roles! Interpretamos roles
diferentes con nuestros amigos, nuestros colegas, nuestra familia, nuestros
amores. Somos muy flexibles. Nosotros, la gente ordinaria, somos muy buenos
actores. Si en la mesa, cenando, una mujer le declara a su marido que descubrió
que él la engaña al registrar los bolsillos de su saco, van a ver cómo se
vuelve un excelente actor. La gente común está muy dotada para la mentira.
En La contravida empezaste a hablar de un tema que se volvería central en tu narrativa: la enfermedad, el riesgo de la impotencia, ¿Pensás que una vida sin sexo sería invivible?
No, es vivible, de hecho es el caso de mucha gente. Puede ser triste –o
no. En Sale el espectro, eso vuelve loco a Nathan Zuckerman, ya que
ve a esa joven que desea sin poder hacerle el amor. Todo lo que sé es que la gente
vive muy mal el hecho de estar excluida del sexo, se siente frustrada, triste,
enojada…
Cerca de cumplir ochenta años, ¿qué aprendiste de la vida?
Que voy a odiar abandonarla… No es que todo haya sido color de rosa,
pero nada es tan apasionante como el estado de conciencia. Fui educado
continuamente, una y otra vez en mi vida por los sucesos, por las personas.
Aprendí dándome golpes. La verdad nos llega a los golpes. Lo más absurdo es que
creemos que la lección va a ser útil para la próxima experiencia, pero nunca es
así ya que cada vez las cosas son diferentes… Si hubiera una vida después de la
muerte y me preguntaran “¿Qué querés ser ahora?”, respondería “Cualquier cosa
menos escritor”.
¿No exagerás un poco?
Sí, puede ser. Lo cierto es que me gustaría tener el mismo estatus, pero
no ser escritor: fue muy arduo. Cuando empezás tenés que extraer tu mejor libro
de las tonterías que escribís: un trabajo muy difícil. Solo al escribir
aprendés qué tipo de escritor sos. Por ejemplo, no sabía que podía ser gracioso
por escrito en mis primeros tres libros. Era un joven serio que quería ser un
escritor serio. Solo con El mal de Portnoy supe que podía
abrir mi campo de escritura a la comedia.
Con el tiempo, ¿comprendiste qué tipo de escritor eras?
Soy el escritor que escribió Nemesis, mi última novela. Es
todo lo que sé. Olvidé los libros anteriores. Toda mi concentración para
terminar un libro se volatiliza desde que lo termino. Cuando comienzo una
novela nueva seis meses después, debo recomenzar desde cero. Cuando emprendo mi
jornada, no sé cómo va a ser…
La conjura contra América está ambientada
en la Segunda Guerra Mundial. ¿Por qué no en una historia más reciente?
Era un niño durante la Segunda Guerra Mundial, lo que tuvo un enorme
efecto en mí. Mi padre me hablaba mucho de la guerra, me fascinaba. Aprendí la
magia de los grandes líderes como Roosevelt, que fue un gran héroe y un
protector. Mis padres lo votaban, era un dios en casa. Estábamos muy imbuidos
en la idea de una unidad estadounidense, lo que nunca había pasado antes. Para
un niño, la guerra era un horror; pero también me sentía un gran patriota. Y
ganamos. De adulto, leí muchísimo sobre la guerra. Todo eso está en mi bagaje,
por eso elegí escribir sobre ese tema, así como sobre el antisemitismo, muy
presente en los Estados Unidos de los años treinta.
Muchos escritores estadounidenses escribieron sobre el 11 de septiembre.
Vos no. ¿No es uno de los hechos más importantes de los últimos veinticinco
años?
Sí, claro. Estaba en mi casa cuando pasó. No tenía ninguna idea en ese
entonces de la forma en que ese hecho iba a cambiar todo. Me acuerdo de que
estaba enojado, tocado por el patriotismo, enseguida fui al Ground Zero… Luego
no fui nunca más. Ese hecho fue horrible primero por la cantidad de muertes que
provocó, luego por lo que vino después. Nos dio a Bush: sin el 11 de
septiembre, jamás habría sido reelecto para un segundo mandato. Bush envenenó
el sistema estadounidense, y es Obama el que está pagando por lo que él le hizo
a la economía del país. La crisis empezó dos meses antes de la elección de
Obama. Lo que dejó Bush es un desastre, un problema insoluble. Quizás Obama no
sea reelegido por eso.
¿Cuáles son los otros hechos que más te marcaron en estos veinticinco
años?
Ya no me acuerdo. Trabajaba. No tenía tiempo para mirar otras cosas.
Sin embargo te interesó el affaire Bill Clinton-Monica Lewinsky.
Claro, porque había de todo en ese affaire: La presidencia estaba
amenazada, y los adversarios de Clinton intentaron usar eso en contra suyo.
¿Estás al tanto de lo que pasa en política?
Leo los diarios, miro las noticias, pero eso es todo. Solo escribo. Y cuando no lo logro, me quedo enganchado en la computadora o voy a pasear. Pero la mayor parte del tiempo, me obligo a quedarme frente a mi texto. Me encanta esa tortura (risas).
(Los Inrockuptibles / 32-5-2018)
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