por Andrea Hartung
La autoestima, esa evaluación perceptiva que hacemos de nosotras mismas,
no es igual para todos. Se configura de acuerdo a una serie de acontecimientos
y vivencias que atravesamos, y como estas suelen ser distintas para niñas y
niños, hombres y mujeres, el género es uno de los factores que afecta qué tan
alta será nuestra autoestima. La organización española Mujeres para la
salud, enumera algunas barreras de género en la autoestima de las mujeres,
comenzando con el hecho de que la primera discriminación se daría al nacer:
“Muchas mujeres no han sido aceptadas porque sus familias esperaban un varón en
su lugar”. Y como este mundo al que nos encontramos recién naciendo ya
está marcado por estigma de género, también lo estará la construcción de
nuestra identidad y el desarrollo de nuestra subjetividad.
“Una segunda discriminación ocurre frente a los hermanos o frente a
hombres con autoridad, como el padre”, aseguran, y esto se podría ver desde una
temprana edad, considerando que tradicionalmente son las hijas mujeres las
encargadas de apoyar a la madre en labores domésticas, especialmente en hogares
donde no hay una división equitativa de tareas. Somos las mujeres
las que ponemos la mesa, las que servimos el almuerzo, las que mantenemos el
orden. Pero la organización española asegura que aunque esta discriminación
comienza en el hogar, que es el primer mundo conocido, luego se expande a la
esfera pública, donde percibimos discriminación de género e el trabajo, en la
educación, la política, el deporte, la cultura y las artes, la calle, los
medios de comunicación y en ámbitos religiosos fundamentalistas.
Según explican, son todos estos momentos donde prevalece el estigma de
género, los que a la larga repercuten “en problemas de inferioridad,
inseguridad, desconfianza e impotencia, es decir, en una baja
autoestima”. Y existe una serie de estudios e investigaciones que así lo avalan.
En 2014, Katty Kay y Claire Shipman publicaron “La clave de la
confianza: El arte y la ciencia de la autoconfianza para mujeres”, donde
plantean que las mujeres hemos sido criadas para tener una autoestima más baja
que la de los hombres. Según explican, pese a tener las mismas
calificaciones e incluso una mejor preparación, las mujeres se sienten menos
aptas para ascensos que los hombres, creen que tendrán peores resultados en
pruebas y exámenes, en el área científica subestiman sus habilidades y, por lo
general, se excluyen a ellas mismas de una serie de oportunidades.
Y cómo no, si tradicionalmente se espera que las niñas “se comporten como señoritas”, que sean modestas y tranquilas, mientras que los niños reciben la venia para asumir riesgos, saltar, gritar, ensuciarse, con menos represalias por parte de los adultos. Son cosas de niños, solemos escuchar. Todo esto apunta a que no se trata de que las mujeres nazcan con menor autoestima que los hombres, sino que se trata de una cuestión cultural y de una construcción social a la que ya nos hemos acostumbrado, pese a que ha sido cuestionada en el último tiempo por las corrientes feministas.
La consultora de la División de Género
y Diversidad del Banco Interamericano de Desarrollo, Clara Alemann, escribe que
“la desigualdad de género afecta a la confianza de mujeres y niñas en su
capacidad de perseguir planes de vida distintos de los roles sociales que se
les inculcan desde pequeñas. Por eso, los programas y políticas que
buscan corregir estas disparidades ampliando las oportunidades para las mujeres
tienen que incluir intervenciones que les permitan conocer sus derechos,
aspirar a la vida que deseen- ya sea ser astronauta o madre con dedicación
exclusiva- creer en su capacidad para lograrlo y animarlas a hacerlo”.
El estudio “Edad y diferencia de género en la autoestima, una ventana de cruce cultural”, publicado por la Asociación Americana de Psicología, y liderado por investigadores estadounidenses, británicos y alemanes, postula que “existe una brecha de género significativa en cuanto los hombres tienden a reportar mayores niveles de autoestima que las mujeres. Esta brecha de género emerge en la adolescencia y persiste a través de la adultez, antes de disminuir, e incluso quizás desaparecer, en la vejez”.
Considerando que este fenómeno involucraría una construcción social y
una realidad cultural, los investigadores hicieron un cruce de culturas para
poder dar con los motivos detrás de esta brecha, y los resultados no dejan de
ser llamativos: “Las diferencias culturales en género y edad en
relación a la autoestima, están sistemáticamente relacionadas con indicadores
de valores socioeconómicos, sociodemográficos, de igualdad de género y
culturales”. Pero aunque lo lógico sería asumir que en países con
mayores índices de desarrollo y equidad de género la brecha es más angosta, la
realidad es todo lo contrario: “Específicamente, las naciones individualistas,
prósperas, igualitarias y desarrolladas, con mayor equidad de género, menores
tasas de partos adolescentes y matrimonios más tardíos, están marcadas en mayor
medida por esta brecha de género, la cual tiende a disminuir con la adultez”.
En cambio, aseguran, países más pobres, colectivos y en vías de desarrollo, donde hay mayor inequidad de género, más embarazos adolescentes y matrimonios más jóvenes, la brecha parece ser menor. Aunque la investigación no entrega luces sobre el por qué de estos resultados, se podría pensar que está relacionado con la competencia. Porque incluso en países desarrollados, donde en teoría hombres y mujeres pueden acceder a las mismas carreras, estudios y espacios, si las niñas y adolescentes no aprenden, desde chicas, que pueden participar de esos lugares, su confianza para hacerlo se podría ver mermada, y con ello su autoestima. Y es por esto que las palabras de Alermann son fundamentales: las niñas tienen que saber que sus aspiraciones pueden -y deben- ser ilimiatadas, que sus habilidades pueden ser exploradas, y que sus potenciales pueden ser explotados.
(LA TERCERA / 18-52021)
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