Primera parte
La idea es hablarles un poco de algo
que me ha interesado mucho y que, según Fernando Fuentes, puede ser de interés
para todas y todos. Y es que estoy terminando un proyecto literario cuyos
personajes centrales son diosas. Diosas que renacen porque hay grupos de
personas necesitadas que claman por ellas con sus nombres tradicionales,
pidiendo ayuda. Y ellas son despertadas por estas voces y regresan a un mundo
que no les gusta, que les parece sucio, que está muy contaminado y, sobre todo,
sin entender qué son las fronteras. Porque en el mundo de las diosas los
territorios no estaban fraccionados por muros, por líneas imaginarias que
separan pueblos de manera completamente arbitraria, como son las fronteras.
Entonces encontrándose con las migrantes y los migrantes que les piden ayuda y
las hacen renacer, las diosas descubren también que los milenios, o las eras o
los siglos, en los que han estado fuera de la acción sagrada, son los siglos en
que se ha perdido de alguna manera lo que ellas consideraban fundamental: la
vida, las relaciones entre los seres humanos, la libertad de movimientos sobre
territorios muy grandes y, sobre todo, la igualdad entre mujeres y hombres, y
todas las sexualidades que se pueden jugar entre mujeres, entre hombres, entre
mujeres y hombres.
Cuando empecé a trabajar sobre mis
diosas, volví a una vieja pasión que son los estudios de mitología y me
encontré con algo, que no soy la primera en haber notado, y es que si algunas
mitologías son absolutamente conocidas, retomadas, y han alimentado los últimos
siglos del arte visual. Todos los arquetipos con los cuales nos enfrentamos son
de una sola mitología, la grecolatina. Y esta única mitología obviamente copa
el concepto mismo de mitología, quitándonos la diversidad riquísima, porque
cada lengua, absolutamente cada lengua, así como produce su propia poética y su
propio modo de entender la realidad, cada lengua también refleja una
religiosidad y una narración, una forma de narrar lo que las diosas, los
dioses, la naturaleza, las fuerzas de la vida actúan en relación con los seres
humanos.
Entonces ante esta, podríamos
decir, hegemonía de la mitología grecolatina nos enfrentamos
con una hegemonía de las lenguas coloniales. ¿Por qué hablamos de América
Latina como si en este continente solo habláramos español, portugués, un poco
de francés e inglés, cuando en realidad se hablan más de 600 lenguas con casi
dos mil variantes? Porque debemos pensar que la mitología que interviene en
nuestras poéticas y en nuestra comprensión del mundo, en la relación entre los
seres humanos y lo numínico y lo otro, debe pasar, por ejemplo, por figuras
religiosas donde las mujeres tienen una relación de dependencia o de
secundariedad con respecto a los hombres o figuras masculinas.
En la novela que estoy escribiendo,
entonces evidentemente intenté no desechar ninguna mitología, pero, como los
escenarios, a final de cuentas, son uno euroasiático (donde intervienen también
figuras africanas) y el otro americano (donde figuran personajes polinesios),
pero intervienen el escenario americano en particular el del Anáhuac. Me
encontré con la necesidad de revisar cómo las diosas están vivas,
desaparecieron, fueron secundarizadas, fueron transformadas en las tradiciones
religiosas posteriores. Y con lo que me encontré: las diosas todopoderosas
fueron asesinadas. Y fueron asesinadas para desaparecerlas.
Nos encontramos con figuras
obviamente patriarcales, como puede ser Huitzilopochtli, quien miente a su
madre para decirle que su hija quiere asesinarla y se abroga el asesinato de su
hermana arrancándole la cabeza. Y después sigue con otras diosas, como con
Malinali. Las únicas diosas que deja vivir son finalmente las diosas sin las
cuales él no puede gobernar. Es decir, jamás podría deshacerse de una diosa tan
poderosa como Chalchitlicue, pero entonces la secundariza haciéndola esposa de
Tláloc, cuando Chalchitlicue es nada más y nada menos la Señora del Golfo de
México, la de la Falda de Jade, la que trae la sal a la mesa de las personas,
la que nos da las aguas buenas para la cosecha, la que hace que los ríos no se
desborden y que, cuando se enoja, es terrible. Esta figura no se puede excluir
de un panteón de dioses masculinos-femeninos, donde Huitzilopochtli gobierna
con todo el poder, porque sin agua ni él es dios. Entonces ¿qué hace? Pues se
inventa un dios masculino y hace de la diosa su esposa. Esto que en la
tradición mexica y de los pueblos que comparten una cierta cosmovisión con las
y los mexicas es muy evidente, porque los mitos son muy fuertes. De una diosa
madre absoluta, serpentina, que lo gobierna todo, de repente tenemos un dios
caprichudo, infantil, militar, que quiere una ciudad toda para él y se hace
fundar entonces México Tenochtitlan. Este tipo de dios sustituye a una diosa
telúrica importantísima que construye equilibrio y que es, seguramente, mucho
más cercana a los pueblos nomádicos que a los pueblos asentados, tanto
agrícolas o agrícola-urbanos.
Y esto sucede con las demás mitologías. Pienso en la grandísima Inanna, la diosa más importante del Medio Oriente y más que el Medio Oriente: en esa franja que va del Danubio hasta el Éufrates, y a la que podemos llamar Inanna, aunque puede tener varios nombres, pero que comparte las mismas características: esta diosa benevolente, divertida, a la que gusta el sexo, que goza de los hombres, pero también goza de la amistad con las mujeres, que también se divierte sola, que tiene una relación muy muy fuerte de placer y de responsabilidad con la naturaleza, bueno, esta diosa será enfrentada a la figura de su hermana contraria, su hermana espejo, la diosa del Reino de los Muertos, donde por rendir tributo a una figura masculina -el marido muerto de su hermana-, Inanna será colgada de un clavo y desaparecerá del mundo de los vivos. Entonces, nuevamente, con el tiempo el mito de Inanna se transforma: su extraordinaria relación de amistad con una diosa amiga, una divinidad con quien representa la amistad entre mujeres, que con el tiempo se convierte en una figura de dios secundario, pero con el mismo nombre de una mujer todopoderosa, que maneja barcos, que rescata a su amiga del Reino de los Muertos, que va a hablar con su padre para obtener el barco y hacer más, este personaje femenino hiperactivo y maravilloso de repente es transformada en una especie de ministro masculino, un dios menor pero masculino. Es decir, hay una sustitución y un esfuerzo constante de parte del patriarcado de primero quitar el poder de las mujeres y después desaparecerlas. ¿Cómo se desaparecen las diosas? Matándolas. Y una vez muertas, dejando de nombrarlas. ¿Y cómo regresan las diosas como fuerzas de equilibrio, como figuras benevolentes, como personas que entienden la compasión, la conmiseración, y que no tienen como sueño último un sueño de poder? Pues a través de volverlas a nombrar.
(*) Escritora de las más diversas disciplinas que considera la poesía la madre de todos los saberes. Ha estudiado filosofía y estudios latinoamericanos y es una activista feminista que acompaña a diversos procesos de mujeres, admirando siempre su variedad.
(6-7-2021)
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