jueves

CUATRO POEMAS DE DYLAN THOMAS

  


 

CUANDO DE PRONTO LOS CERROJOS DEL CREPÚSCULO

 

Cuando de pronto los cerrojos del crepúsculo

ya no encerraron el largo gusano de mi dedo

ni maldijeron al mar enroscado en mi puño,

la boca del tiempo sorbió como una esponja

el ácido lechoso en cada gozne

y se tragó los líquidos del pecho hasta secarlo.

 

Cuando el mar de galaxia fue sorbido

y liberado todo el lecho seco del mar,

envié a mi criatura para explorar el globo,

el mismo globo de pelos y osamenta

que cosido a mí mismo por mi mente y mis nervios,

mi frasco de materia ligara a su costilla.

 

Mis fusibles calcularon el tiempo para impulsar su corazón,

él estalló, hecho polvo, hacia la luz

y celebró con el sol un pequeño sabático,

pero cuando los astros asumiendo su forma

dibujaron las briznas del sueño en sus ojos,

ahogó dentro de un sueño las magias de su padre.

 

Todo surgió armado de la tumba

el cáncer pelirrojo, vivo aún,

los ojos velados de cataratas con sus turbios tejidos;

algunos muertos deshicieron sus quijadas tupidas,

y hubo bolsas de sangre que soltaron sus moscas;

él supo de memoria el sendero de cruces funerarias.

 

El sueño navega las mareas del tiempo;

el áspero sargazo de la tumba

entrega a sus muertos en este mar tan laborioso;

y el sueño mudo rueda por los lechos

donde las sombras comen el alimento de los peces

y a través de las flores, emergen hacia el cielo.

 

Cuando de pronto giraron las tuercas del crepúsculo,

y la leche materna fue dura como arena,

envié a mi propio embajador hacia la luz;

por truco o por azar él se durmió

y por arte de magia se armó de una osamenta

para robarme los fluidos en su corazón.

 

Despierta, mi durmiente, hacia el sol,

trabajador en la mañana pueblerina

y deja a este soñoliento en el sitio en que yace;

han caído los cercos de la luz,

sólo quedan en pie los jinetes más diestros,

y hay mundos que cuelgan de los árboles.

 

 

LA FUERZA QUE POR EL VERDE TALLO IMPULSA A LA FLOR

 

La fuerza que por el verde tallo impulsa a la flor

impulsa mis verdes años; la que marchita la raíz del árbol

es la que me destruye.

Y yo estoy mudo para decirle a la encorvada rosa

que la misma fiebre invernal dobla mi juventud.

 

La fuerza que impulsa el agua entre las rocas

impulsa mi roja sangre; la que seca los arroyos parlantes

vuelve cera los míos.

Y yo estoy mudo para contarle a mis venas

cómo la misma boca bebe del manantial de la montaña.

 

La mano que arremolina el agua del estanque

remueve las arenas; la que amarra las ráfagas del viento

iza mi vela de sudario.

Y yo estoy mudo para decirle al ahorcado

que el barro del verdugo está hecho de mi arcilla.

 

Los labios del tiempo sorben del manantial;

el amor gotea y se acumula, mas la sangre vertida

calmará sus pesares.

Y yo estoy mudo para decirle al viento en la intemperie

cómo ha trazado el tiempo un cielo entre los astros.

 

Y yo estoy mudo para decirle a la tumba de la amada

que en mi sábana avanza encorvado el mismo gusano.

 

 

DONDE UNA VEZ LAS AGUAS DE TU ROSTRO

 

Donde una vez las aguas de tu rostro

giraron impulsadas por mis hélices, sopla tu áspero fantasma,

los muertos alzan la mirada;

donde un día asomaron el pelo los tritones

a través de tu hielo, el viento áspero navega

por la sal, la raíz, las huevas de los peces.

 

Donde una vez tus verdes nudos hundieron su atadura

en el cordón de la marea, allí camina ahora

el vegetal destejedor,

con tijeras filosas, empuñando el cuchillo

para cortar los canales en su origen

y derribar los frutos empapados.

 

Invisibles, tus mareas medidoras del tiempo

irrumpen en las camas galantes de las algas;

el alga del amor se vuelve mustia;

allí en torno a tus piedras

sombras de niños van, que desde su vacío

lloran ante el mar colmado de delfines.

 

Secos como la tumba, tus coloreados párpados

no serán aherrojados mientras la magia se deslice

sabia sobre el cielo y la tierra;

habrá corales en tus lechos,

habrá serpientes en tus mareas,

hasta que mueran todos nuestros juramentos del mar.

 

 

POEMA DE OCTUBRE

 

Cumplía treinta años, mi aniversario despertó hacia el cielo

cuando oí cómo hacía señales la mañana

con la oración del agua y el grito de cornejas y gaviotas

y el roce de las barcas en el muro trenzado por las redes

desde el puerto y los bosques vecinos

y los mejillones en sus charcas y la playa con garzas clericales

para que en un segundo me pusiera de pie

y echara a andar en el pueblo todavía dormido.

 

Mi cumpleaños empezó con los pájaros acuáticos

y con pájaros de árboles alados que volaban mi nombre

sobre las granjas y los blancos caballos

y yo me levanté en el lluvioso otoño

y eché a andar en el chaparrón de todos mis días,

Era en la pleamar y las garzas buceaban cuando tomé el camino fronterizo

y aun estaban cerrados los portales del pueblo

mientras el pueblo se iba despertando.

 

Toda una primavera de alondras en una nube rodante

y las matas a orillas del camino desbordaban de mirlos silbadores

y el sol de octubre a la manera del verano

sobre el hombro del cerro

fueron climas amigos y hubo dulces cantores

que llegaron de pronto en aquella mañana por la que yo vagaba

y escuchaba cómo se escurría la lluvia;

frío, el viento soplaba

en el bosque, muy lejos, a mis pies.

 

Pálida lluvia sobre el puerto encogido

sobre la iglesia mojada por el mar, tan pequeña

que semejaba un caracol con sus cuernos a través de la niebla

y del castillo pardo como los búhos;

pero todos los jardines de primavera y de verano

florecían en los cuentos fantásticos

detrás de la frontera y abajo de la nube invadida de alondras.

Allí podía yo maravillarme

mi cumpleaños se iba yendo pero el tiempo giraba alrededor.

 

Girando me apartaba del país jubiloso

bajaba por el aire cambiado y por el cielo alterado de azul

fluía de nuevo una maravilla de verano

con manzanas y peras y grosellas rojas:

y vi tan claro en el rodar del tiempo

aquellas olvidadas mañanas cuando un niño paseaba con su madre

por entre las parábolas del sol

y las leyendas de las verdes capillas

 

y por los campos de la infancia ya dos veces contados

porque sus lágrimas quemaron mis mejillas y su corazón se conmovió en el mío.

Estos eran los bosques y era el río y el mar

allí donde un muchacho

en el verano atento de los muertos

murmuraba la verdad de su gozo

a los árboles, las piedras y el pez en la marea.

Y el misterio cantó vivo

en el agua y en el gorjeo de los pájaros.

 

Y allí podía yo maravillarme

mientras mi cumpleaños se alejaba aunque el clima diera vuelta en redondo

y el gozo verdadero del niño muerto hace tanto tiempo

cantaba ardiendo bajo el sol.

Cumplía treinta años hacia el cielo y en el mediodía del verano

aunque la villa al fondo se cubriera de hojas por la sangre de octubre

oh que en este alto cerro

a la vuelta de un año

la verdad de mi corazón se cante todavía.


 (Versión al español de Elizabeth Azcona Cranwell)

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