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ALBERT HOFMANN - LSD: CÓMO DESCUBRÍ EL ÁCIDO Y QUÉ PASÓ DESPUÉS EN EL MUNDO (55)

 

 La búsqueda de la planta mágica Ska María Pastora (1)

 

Gordon Wasson, con quien mantenía relaciones amistosas desde las investigaciones sobre las setas mágicas mejicanas, nos invitó a mi esposa y a mí en el otoño de 1962 para que participáramos en una expedición a Méjico. El objetivo de la empresa era la búsqueda de otra planta mágica mejicana.

 

En sus viajes a través de las montañas del sur de Méjico, Wasson se había enterado de que los mazatecas aplicaban en prácticas religioso-medicinales el jugo exprimido de las hojas de una planta, llamadas hojas de la Pastora u hojas de María Pastora. Su empleo era parecido al de las setas del teonanacatl y al de las semillas del ololiuqui.

 

Se trataba de averiguar, pues, de qué planta provenían estas “hojas de la Pastora María”, y de determinar botánicamente esta planta. Además teníamos la intención de reunir, si era posible, una cantidad suficiente de material de estas plantas para posibilitar una investigación química de las sustancias activas alucinógenas que contenían.

 

Paseo a lomo de mula a través de la montaña mejicana (1)

 

Con este fin mi esposa y yo volamos el 26 de septiembre de 1962 a Ciudad de Méjico, donde nos encontramos con Gordon Wasson. Este ya había hecho todos los preparativos para la expedición, de modo que al día subsiguiente ya pudimos iniciar el viaje hacia el sur. Se había unido a la excursión la señora Irmgard Johnson-Weitlaner, la viuda de Jean B. Johnson, uno de los pioneros del estudio etnográfico de las setas mágicas mejicanas, muerto en el desembarco de los aliados en África del Norte. Su padre, Robert J. Weitlaner, había emigrado de Austria a Méjico y colaborado con el redescubrimiento del culto de las setas. La señora de Johnson trabajaba como experta en textiles indígenas en el Museo Etnológico Nacional de Ciudad de Méjico.

 

Después de un viaje de dos horas en un landrover espacioso a través de la meseta, pasado al lado de Popocatepetl nevado, por Puebla, bajando al valle de Orizaba con su hermosa vegetación tropical, luego con una balsa cruzando el Popoloapán (río de las mariposas), siguiendo por la antigua guarnición azteca de Tuxtepec, llegamos al punto de partida de nuestra expedición, el pueblo mazateca Jalapa de Díaz, situado en una colina.

 

A nuestra llegada a la plaza del mercado en el centro de la población dispersada a lo lejos en el desierto, hubo un agolpamiento. Hombres viejos y jóvenes, que habían estado sentados o de pie en tabernas semiabiertas y en tiendas de ventas, se acercaron desconfiados, pero curiosos, a nuestro landrover, la mayoría de ellos descalzo, pero todos con sombrero. No se veían mujeres ni muchachas. Uno de los hombres nos dio a entender que lo siguiéramos. Nos condujo hasta la casa del presidente del lugar, un mestizo obeso que tenía su despacho en una casa de una planta con techo de chapa ondulada. Gordon le mostró nuestros pases del gobierno civil y militar de Oaxaca, en los que se explicaba que nuestra estancia respondía a fines científicos. El presidente, que probablemente no sabía leer, estaba visiblemente impresionado por los documentos de gran tamaño, provisto de sellos oficiales. Nos hizo asignar un alojamiento en un espacioso granero.

 

Di una vuelta por el pueblo. Casi fantasmales se alzaban las ruinas de una iglesia grande, antaño seguramente muy hermosa, de la época colonial, en la parte del pueblo que se elevaba sobre una ladera. Ahora vi también mujeres que, con sus vestidos largos, blancos, con bordados rojos, y con sus trenzas de pelo negro azulado, asomaban temerosas de sus chozas para observar a los extraños.

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