por Yurena Díaz
Conversamos con una de las grandes escritoras de nuestro tiempo, Cecilia
Domínguez Luis, en un encuentro en el que la autora hace un repaso por su
trayectoria. Desde una infancia que nos desvela el devenir de una niña con
inquietudes literarias que se desenvuelve en una sociedad gris y represiva,
hasta el día de hoy, con un corpus literario que de alguna manera es también el
reflejo de la secuencia vital de buena parte de una generación que fue
madurando a golpe de acontecimientos. Una vida dedicada a la literatura y a la
lengua, no solo desde la creatividad, sino también como estudiosa y docente. En
2015 se le concedió el Premio Canarias de Literatura, el máximo
galardón canario, que solo ha reconocido a dos mujeres escritoras frente a
veinte hombres.
¿Qué la llevó a escribir?
“Soy muy deudora de la literatura oral. Mi abuela, en lo que yo
llamé la noche de los molinillos, mientras molía el café del
desayuno del día siguiente, nos contaba, a mi hermano y a mí, cuentos
tradicionales, romances, fábulas, poemas de Rubén Darío y otros. Un día se me
ocurrió cambiar el final de un cuento, el de Caperucita Roja de
Perrault, y entonces me di cuenta del valor que tenía la palabra. Desde ese
momento me decidí a escribir. Luego vinieron las lecturas -de los libros se
encargaban mi madre y mi tía-, y con ellas mi reencuentro con aquellos autores
que ya conocía por las narraciones de mi abuela y el descubrimiento de Alicia,
de Lewis Carroll, que me impactó mucho. Creo que de ahí viene mi obsesión por
los espejos”.
¿Cuáles son los hitos que la fueron afianzando para que se convirtiera en escritora?
“Fueron varios y ocurrieron durante la infancia y la adolescencia, que
es cuando más te influyen las cosas. Yo estudiaba en un colegio
nacional-católico, como era lo normal en la época, y tenía bastantes problemas,
precisamente con la doctrina católica y sus predicadores; pero fue, precisamente,
un cura gallego quien un día, tenía yo unos 9 años, apareció por clase con un
tomo enorme que yo pensé que era la Biblia, pero no era tal, sino
la poesía completa de Rosalía de Castro, que me prestó, ante mi asombro, para
que la leyera y luego comentara con él. Al preguntarle el motivo de ese
préstamo me contestó que lo hacía porque yo iba a ser escritora. No sé cómo se
le pudo ocurrir esa profecía, porque yo, aunque escribía, lo hacía
en mi casa y no decía nada. El caso es que me leí a Rosalía de Castro, aunque
debo confesar que no la entendí demasiado. El padre Suárez, así se llamaba el
cura, me explicó muchas cosas, y pude entender algo más. Otro hecho que me
influyó, ese mismo año, fue que mi padre, que había viajado a Sevilla, me trajo
las Rimas de Bécquer. Empecé a leerlo y me ocurrió algo
parecido que con Rosalía, solo que al llegar a la rima que comienza con “Por
una mirada un mundo”, caí rendida ante el poeta sevillano y fue mi primer amor
literario al que plagié, con lo que aprendí mucho de poesía. Creo que plagiar
es un buen sistema de aprendizaje”.
¿Qué otros autores le influyeron?
“Con 14 años, el profesor orotavense Alfonso Trujillo, con motivo de la
convocatoria de un concurso literario eucarístico, al que me animó a
presentarme, me llevó, para que me orientaran, las obras de los místicos: Juan
de la Cruz, Teresa de Jesús, Fray Luis de León… Y gané el concurso, pero lo más
importante fue que leerme a esos autores despertó mi interés por los clásicos,
y Alfonso, que tenía una buena biblioteca, me los prestó. Y así tuve contacto
con Lope, Quevedo, Góngora, Calderón…”.
Háblenos de sus maestros literarios en Canarias.
“Tuve la suerte de conocer y llevar una gran amistad con personas tan
valiosas como Pedro García Cabrera, que siempre me trató como a una hija y me
apoyó mucho, Domingo Pérez Minik, Isaac de Vega, Rafael Arozarena, Luis Feria o
Arturo Maccanti. Todos me acogieron muy bien y me sentí muy arropada por ellos,
y, al mismo tiempo, eran muy críticos con lo que escribía. No me decían lo que
tenía que poner, sino que me señalaban lo errores. Con ellos no solo aprendí
sobre literatura, sino algo que creo que falta en muchos escritores: la
autocrítica. Por todo esto les estaré agradecida siempre”.
¿Cuándo se hizo abiertamente luchadora por la igualdad?
“Creo que el primer signo de rebeldía feminista, cuando aún no sabía lo
que era eso, fue en mi casa. Era yo bastante pequeña, unos seis años, y mi
abuela había hecho un caldo de pollo y reservado la asadura para mi hermano. Yo
le dije que a mí también me gustaba la asadura, a lo que ella me contestó:
“Pero él es un chico”. Yo la rebatí: “¿Y qué? Yo soy una chica y también quiero
asadura”. Tanto protesté que acabó partiéndola en dos. Así que, sin saberlo, ya
estaba abogando por un trato igualitario”.
¿Cómo le ha influido ser mujer en su trayectoria como escritora?
“Siempre me he sentido cuestionada por ser mujer; desde niña hasta hoy.
Por mencionar algunas anécdotas: a los 11 años gané un concurso de estribillos,
convocado por el Liceo de Taoro de La Orotava, para cantar en la romería. Pues
todos pensaron que no lo había escrito yo, sino mi madre o mi abuela. No podían
creer que una niña de esa edad, y compitiendo con sesudos folcloristas, hubiese
ganado. La historia se repitió con el Concurso Eucarístico: aquí, según parece,
lo había escrito un profesor o una profesora. Desde ese momento me di cuenta de
que iba a ser cuestionada siempre, y desgraciadamente ocurrió. Lo fue cuando
gané el premio Pedro García Cabrera y, mucho más adelante, con el Premio
Canarias”.
¿Cuándo se dio cuenta de que ya había sido aceptada como escritora?
“No sé si actualmente he sido aceptada o no. Siempre ha sido mi batalla,
en la que me prometí a mí misma que no iba a claudicar. Como comenté antes,
cuando me dieron el Premio Canarias, en 2015, hubo gente que habló hasta de
tongo, e incluso hoy lo cuestionan. Pero ahí está mi obra. Que la lean primero
y luego opinen. No es menos cierto que hay un sincero reconocimiento por una
parte de esta sociedad, a la que le estoy muy agradecida”.
¿Qué le sorprende de los jóvenes escritores?
“Muchos, no todos, claro, tienen una gran preparación, muchas lecturas
detrás, un gran entusiasmo y amor por lo que hacen, y eso es primordial.
Jóvenes y no tan jóvenes que están escribiendo con mucha fuerza, que investigan
sobre sí mismos y sobre el lenguaje. El problema está en la continuidad, porque
el camino es duro. Los animo a que sigan, porque es una senda difícil, pero que
compensa”.
Recientemente en su Facebook usted hablaba de que a la palabra libertad la
estaban aplastando, en referencia a su utilización electoralista.
“La búsqueda de la libertad ha sido muy importante en mi vida, desde
pequeña. Viví la mayor parte de la dictadura. Para mí el año 1977 fue crucial,
no solo porque se celebraron las primeras elecciones democráticas, sino también
porque me vi libre de unas circunstancias personales muy difíciles. La libertad
hay que ganarla y cuesta mucho. No se puede confundir con la de ir a tomarte
unas cañas. No entiendo cómo se manipula y se frivoliza con una palabra que ha
costado tantas vidas y tanta sangre”.
¿Cómo ve el mundo?
“Me preocupa mucho la deriva de la humanidad. Estamos asistiendo a un
crecimiento del racismo, la xenofobia, el machismo, la intolerancia…”.
Usted empezó a escribir poesía desde muy niña. ¿Cómo ha evolucionado su
concepto y su visión de ella?
“La poesía, como la vida, evoluciona, o debería hacerlo. Yo, como todos
los adolescentes y jóvenes que empiezan a escribir, lo hacía sobre el
sentimiento amoroso, el desamor, la ausencia… Con el tiempo vas madurando
vitalmente y te empiezan a interesar otros problemas -los grandes temas de la
poesía-: el paso del tiempo, la vida y sus circunstancias, la muerte, la
sociedad que te rodea y ha hecho de ti lo que eres. Se va reflexionando sobre
una misma y sobre el lenguaje. Porque la poesía es no solo lo que dices sino, y
sobre todo, cómo lo dices. Cada tema requiere un lenguaje, de ahí el trabajo
del poeta en encontrarlo o, al menos, intentarlo”.
¿Qué aporta la poesía?
“Particularmente, porque pienso que a cada persona puede aportarle algo
diferente, conocimiento de mí misma, reflexión sobre ese yo y lo que lo
conforma, mi identidad, la identidad de los otros, la sociedad que me rodea. Me
hace plantear y plantearme preguntas, la mayoría sin respuesta, me libera y me
atrapa, al mismo tiempo”.
Existe aún el concepto de la poesía como un género elitista o poco
accesible.
“El problema que tiene la gente para acercarse a la poesía es que
pretende entenderla, como si de una novela o un relato se tratara, y no es así
como hay que acercarse. La poesía no es para entenderla, es para sentirla y
encontrar en ella ese pequeño o gran vislumbre que nos plantee preguntas acerca
de nosotros mismos, que nos acerque a la belleza de los sentidos y de los
sentimientos. Lo mágico del poema es que puede interpretarse de tantas maneras
como lectores tenga, y no solo eso: incluso un mismo lector o lectora,
dependiendo de su circunstancia vital, siente de forma diferente el mismo
poema”.
Recientemente le han publicado una antología poética muy completa. ¿Cómo
ha sido su evolución?
“Como ya dije, mi poesía ha ido evolucionando a la par que mi
existencia. No solo han influido mis vivencias, sino también, y mucho, mis
lecturas, ya sean de poesía, de narrativa o de ensayo. Todo eso ha ido
transformando mi visión del mundo y mi lenguaje para expresarla”.
En su trayectoria ha alternado la poesía, el ensayo, la novela y la
literatura infantil. ¿Cada género responde a una necesidad diferente de
expresar la realidad?
“Por supuesto. Cada género tiene su génesis y su motivo particular.
Empecé escribiendo poesía, pero llegó un momento en que me di cuenta de que
había historias que no podía contar en un poema; de ahí que me pasara a la
prosa, empezando por el cuento, porque, por su exigencia de síntesis, me acercaba
más a la poesía. Luego me arriesgué con la novela, pues había historias que
requerían una profundización, una investigación de esa realidad que me
interesaba contar y, por tanto, una extensión mayor. El ensayo surge cuando me
piden pronunciar algunas conferencias o charlas sobre un tema -literario o no-,
con lo que me introduje en ese género con el que, por otra parte, aprendo
mucho, igual que cuando investigo antes de escribir una novela. En cuanto a la
literatura infantil, debo confesar que el primer libro surgió por encargo.
Aparte de los cuentos escritos en mi infancia, no se me había ocurrido
sumergirme en la literatura infantil porque me parecía muy difícil. Y lo es,
aunque apasionante. Así que lo primero que se me ocurrió fue escribir un libro
sobre mi infancia, Entre tejados. Luego me fui entusiasmando,
aunque sigo reconociendo lo difícil que es escribir para niños y el poco
reconocimiento que se le da a los autores de literatura infantil, algo
completamente injusto”.
Su obra narrativa se ha ocupado de etapas y aspectos de nuestra
historia, pero también le ha preocupado la sociedad actual. ¿Qué temas o
problemas le inspiran hoy?
“Más que inspirar (no creo demasiado en las musas), me preocupan. Me
preocupa sobremanera la deshumanización de la sociedad, la soledad, virtual y
falsamente acompañada. Nos estamos convirtiendo en autistas, con lo que eso
supone de alejamiento del otro, incluso el rechazo, y las consecuencias que eso
puede depararnos”.
¿Cómo es en general su proceso creativo?
“Cuando empecé a escribir lo hacía según me venían las ideas, sin
plantearme nada más, aunque siempre preocupada por el lenguaje. A medida que
fui madurando en vida y escritura, me planteé proyectos. Cuando surge una idea,
que suele venir de una reflexión o de una mirada a la realidad que me rodea,
trabajo sobre ella, tanto si es en poesía como en prosa. Eso supone muchas
lecturas sobre el tema que me preocupa o me interesa. Luego viene el proceso de
escritura. Una vez que he terminado ese proceso, lo dejo descansar (yo digo que
en remojo, como los garbanzos) al menos un mes. Transcurrido ese tiempo vuelvo
al libro, no ya como escritora, sino como lectora y crítica. Empieza entonces
la labor más ardua, y a veces hasta dolorosa, de la corrección. Hablo de dolorosa
porque siempre hay mucho que suprimir, muchas páginas que sobran y hay que
tirar, y eso supone tirar horas y días de trabajo. Pero es una labor, yo diría
que imprescindible, para que la obra merezca publicarse. Aunque nunca lo tengo
demasiado claro. Por eso suelo dársela a leer a personas de confianza que sé
que me dirán la verdad sobre lo que piensan del libro. Y aun así, siempre se me
queda la duda”.
Es miembro de la Academia Canaria de la Lengua. ¿Qué labor es la que más
le ha interesado realizar como académica?
“La de difusión y la de poner en valor la literatura canaria, su lengua,
su fuerza y su categoría, que nada tiene que envidiar a la que se escribe en
otros lugares de habla hispana. Me interesa, sobre todo, el alumnado infantil y
juvenil, ya que son los hombres y las mujeres que, el día de mañana, van a ser
nuestros mejores valedores, e incluso escritores y escritoras que sigan
manteniendo y aumenten el valor literario de las Islas”.
Usted reconoce cómo le influyeron algunos profesores en afianzar su
vocación. Como docente, ¿qué cree que falta en los programas educativos hoy?
“Pues precisamente, una mayor atención a las Humanidades, en general. A lo largo de los años hemos ido viendo cómo se suprimían, disminuían las horas -o se ponían como optativas- de asignaturas tan importantes como la Filosofía, el Latín, el Griego, la Literatura o la Historia, supliéndolas por enseñanzas de nuevas tecnologías, etc. No es que esté en contra de los avances tecnológicos, ni mucho menos, al contrario, pero pienso que tal avance no puede ir en detrimento de las asignaturas humanísticas, que son las que, precisamente, nos ayudan a crecer como personas”
(DiarioDeAvisos / 19-6-2021)
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