Viaje al cosmos del alma (8)
La experiencia de LSD de un pintor (2)
Ya no podíamos movernos
del lugar. Allí estábamos encerrados por cuatro paredes de madera, cuyas
ensambladuras despedían un resplandor infernal. La situación era cada vez más
insufrible. De pronto se abrió la puerta y entró “algo terrible”. Eva gritó a
voz en cuello y se ocultó debajo de la manta. Otro grito. El horror era aun
mucho peor debajo de la manta. ¡Mírame a los ojos! -le grité, pero ella agitaba
sus ojos de un lado al otro, como enloquecida. Está enloqueciendo, pensé aterrorizado.
En mi desesperación le así de los pelos, de modo que no pudiera apartar su cara
de mí. En sus ojos vi una angustia terrible. Todo nuestro entorno era hostil y
amenazador, como si nos quisiera asaltar en el instante siguiente. Tienes que
proteger a Eva, tienes que hacerla llegar hasta la mañana, entonces el efecto
cejará -me decía. Pero luego volvía a hundirme en un espanto sin límites. No
había ya ni razón ni tiempo; parecía que ese estado no acabaría jamás.
Los objetos del cuarto se
habían convertido en muecas vivientes; todo sonreía burlonamente. Los zapatos
de Eva, a rayas amarillas y negras, que me habían parecido tan excitantes, los
vi arrastrarse por el piso como dos avispas grandes y malignas. El grito del
agua sobre la pila se convirtió en una cabeza de dragón, cuyos ojos me
observaban malvados. Recordé mi nombre, Jorge, y de pronto me sentí el
caballero Jorge que debía combatir por Eva.
Los gritos de Eva me
apartaron de estos pensamientos. Se agarró de mí bañada en sudor y temblando.
Tengo sed, suspiró. Con un gran esfuerzo, sin soltarle la mano, logré
alcanzarle un vaso de agua. Pero el agua parecía viscosa y formaba hilos, era
venenosa, y no pudimos calmar nuestra sed. Los dos veladores brillaban con un
resplandor extraño, con una luz infernal. El reloj dio las doce.
Esto es el infierno, pensé. No deben de existir ni el diablo ni los demonios pequeños…, pero los sentíamos dentro de nosotros, llenaban el espacio y nos martirizaban con un espanto inimaginable. ¿Ilusión, o no? ¿Alucinaciones, proyecciones? Preguntas sin importancia frente a la realidad, la angustia dentro de nuestro cuerpo y que nos agitaba: la angustia, ella era lo único que había. Recordé algunos pasajes del libro “Las puertas de la percepción”, y me calmaron durante un instante. Miré a Eva, a ese ser lloriqueante, espantado, en su tormento, y sentí un hondo arrepentimiento y compasión. Se me había vuelto entraña; apenas la reconocía. Alrededor del cuello llevaba una fina cadena dorada con el medallón de María, madre de Dios. Era un regalo de su hermano menor. Sentí que de ese collar partía una radiación bondadosa y tranquilizadora, relacionada con el amor puro. Pero luego volvió a estallar el horror, como para nuestro aniquilamiento. Necesité toda mi fuerza para sostener a Eva. Delante de la puerta oía el fuerte y siniestro tic-tac del contador eléctrico, como si quisiera darme en el instante siguiente una noticia muy importante, mala, destructiva. De todos los rincones e intersticios volvió a salir burla, escarnio y maldad. De pronto, en medio de este suplicio, percibí a lo lejos el sonar de cencerros como una música maravillosa, alentadora. Pero pronto se hundieron en el silencio y volvieron a estallar la angustia y el terror. Del mismo modo que un náufrago espera el madero salvador deseé que las vacas se acercaran de nuevo a la casa. Pero todo siguió en silencio, y el tic-tac y zumbido amenazador del contador revoloteaba alrededor de nosotros como un insecto invisible y maléfico.
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