Traducción del francés: Hugo Giovanetti Viola
1ª edición: Editorial Proyección / Uruguay / 1993, en colaboración con la
Universidad de Poitiers.
1ª edición virtual: elMontevideano Laboratorio de Artes / 2020, con el
apoyo de la Universidad de Poitiers.
HISTORIA Y FICCIÓN
IV. EL FIN DE LOS TIEMPOS
HEROICOS (5)
Ubicada en el centro de
la trama novelesca de todos los primeros textos, Europa irá pasando
paulatinamente a planos secundarios, hasta terminar ubicada en la periferia de
la ficción. Este desplazamiento del centro de interés inicial no es por
supuesto ajeno a la importancia que adquirirá, a partir de La vida breve,
la historia de América Latina y, muy especialmente, la del Río de la Plata. Es
cierto que las menciones a Europa no desaparecen arbitrariamente en las obras
posteriores a 1950. Pero esta Europa, generalmente asociada a la degradación y
desestabilización, sólo es traída a colación en la exacta medida en que puede
esclarecer la evolución de la sociedad americana. Así pueden explicarse, por
ejemplo, en El astillero, las alusiones burlonas al hundimiento
napoleónico (81 bis), como aproximación a la triste empresa de Larsen, y las
duras críticas de que es objeto, en la última novela de Juan Carlos Onetti, la
colonia suiza instalada junto a Santa María.
Dejemos hablar al viento describe,
en efecto, el desmoronamiento irreversible del sistema patriarcal, frente al
reiterado empuje de un nuevo sistema. Y, sintomáticamente, los valores europeos
aparecen aquí bajo una luz distinta: agresiva y despiadada. Es en esta novela
más que en ningún otro texto de Juan Carlos Onetti, donde Europas mostrará
abiertamente su mercantilismo insaciable, su chocante superabundancia de
laberintos inútiles impuestos a la arquitectura de la ciudad vieja;
Poco antes de medianoche
Medina fue atravesando los vestigios del Plaza, infectos ahora por el olor
generoso de la comida italiana. Se introdujo en la humedad de pasillos
deformados por la albañilería reciente, recorrió laberintos fáciles e inútiles.
No eran los restos de una
ciudad arrasada por la tropa de un invasor. Era la carcoma, la pobreza, la
irónica herencia de una generación perdida en noches sin recuerdo, en la nada.
Quedaban vestigios: el
polvo encima de un sillón de cuero, arrinconado y rengo; espejos manchados de
cal, incrustado en madera crema; pequeñas rosas de yeso esparcidas,
desordenadas, en las paredes. Guiado por el orégano y el ajo, llegó al
restaurante (82)
La ilusión civilizadora
que provocara antaño la imagen de una Europa generosa, ha sido sustituida ahora
por un amargo escepticismo. El mito unificador hacia el que se volvían
instintivamente imantados los héroes onettianos huérfanos de España, ¿se ha
vuelto un nuevo anzuelo? Es lo que se sugiere en Dejemos hablar al viento, donde
extrañas fuerzas desestabilizadoras parecen querer adueñarse de todo el
escenario:
-Todo en esta ciudad
-dijo el médico, tenía la voz opaca y ablandada-. Sufrimos de dermatitis, cada
día se nos cae un pedazo de piel, o un recuerdo. O también una cornisa. Cada
día nos sentimos más solos, como en exilio. Y cada día los gringos de la
Colonia compran un nuevo pedazo de ciudad. Casi no queda un comercio que no
sea propiedad de ellos. El mismo Campisciano, a pesar del apellido, no es más
que un delegado de ellos. A veces pienso que le dieron o prestaron dinero para
que comprase el Plaza. Y para que lo fuera destruyendo y afeando a fuerza de
tabiques. Hoy es una casa de pensión. Este mismo salón, si usted recuerda cómo
era.
-Ya sé. Yo vivo aquí.
Tengo una pieza con baño y ventana. Cuando no estoy en la casita de la playa.
-Sí, todo es triste. Ya
no voy a jugar al póquer en el club. No queda nadie de mi
tiempo, de nuestro tiempo, quiero decir. Espero el sueño en mi casa.
Solitarios y partidas de ajedrez (83)
Este desesperado
diagnóstico nos lleva a realizar algunas reflexiones. Recordemos, antes que
nada -para destacar su importancia, que está emitido por Díaz Grey en el capítulo
XXX, donde el médico aparece por primera vez en la novela. Este Díaz Grey
sereno, lúcido y visceralmente apegado a la Santa María que ha visto evolucionar,
es el principal narrador-testigo del ciclo “sanmariano”. De modo que sus
análisis difícilmente pueden ponerse en duda: los colonos de origen germánico
han acabado por desplazar a los inmigrantes mediterráneos y católicos integrados
a la ciudad desde hace muchísimo más tiempo. Esta constancia es avalada
implícitamente por Medina, además, quien -no sin cierto humor- reconoce la
temible eficacia de los “gringos”:
Medina sintió cabeceando
y estuvo moviendo con aire pensativo el líquido en el vaso.
-Gracias por la confianza,
doctor -murmuró en tono de velatorio-. Soy un amigo. Y además, un amigo que
comprende y respeta. Por eso le digo, en plan de amistad, que alguna vez le
hablaré de dinero y de un proyecto. Pero no piense en nada comercial, no
voy a instalar un negocio para hacerle competencia a los gringos. No se trata
de comprar y vender. No se trata de ganar nada. Es al contrario. Por eso
puede ser que usted ayude, sólo una persona como usted. Y le juro por lo que
más quiera que no lo estoy adulando (84).
Santa María se desmorona,
pues, lentamente bajo el asedio de un enemigo que forma parte de su propia
población: son, en efecto, los minoritarios “gringos de la colonia suiza”, los
que vuelven la espalda a la abigarrada ciudad “de los oscuros”, donde se
mezclan criollos, italianos, mulatos y “mestizos” salidos de los “rancheríos”
(84 bis). Es aquella Europa antaño esperanzadora, en definitiva, la que ahora
desestabiliza a Santa María hasta terminar, a la postre, por aniquilarla.
Notas
(81 bis) Ximena
Mandákovic, “Mito y miseria en El astillero de Onetti”, en Acta
Literaria Academiae Scientiarum Hungaricae, Tomus 23 (3-4, 1981).
(82 Dejemos hablar al
viento, cap. XXX, p. 195.
(83) Ibíd, Cap. XXX, pp.
196-197. (El subrayado es nuestro.)
(84) Ibíd, Cap. XXX, p.
198. (El subrayado es nuestro.)
(84 bis) Cf. al respecto, sucesivamente, La vida breve (Cap. 8, p. 205), Para una tumba sin nombre (I, pp. 7-9) y El astillero (Santa María II, p. 89).
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