El físico Satyendra Nath Bose logró colarse en
el firmamento de grandes investigadores como Einstein, Bohr y Schrödinger,
gracias a su talento y a pesar de trabajar desde India, lejos de las grandes
capitales europeas de la ciencia
Marie Curie no paraba de hablar. Le explicaba que, tiempo antes, había tenido
otro colaborador de India y que aquella experiencia había resultado muy poco
fructífera porque ese físico en prácticas no dominaba el francés. “Necesitarás
pasar al menos cuatro meses estudiando francés si quieres entrar en mi
laboratorio”, le explicó Curie en una conversación en inglés. Satyendra Nath
Bose asentía con la cabeza, sin atreverse a interrumpir a la
legendaria investigadora, que por entonces era todo un mito (ya había recogido
dos premios Nobel). La entrevista fue un desastre. Bose, que había acudido a
Europa desde la Universidad de Dhaka para empaparse de lo mejor que se estaba
haciendo en aquella época dorada de la física, no osó callar a Curie aunque
fuera un instante para decirle que él hablaba francés a la perfección tras
haberlo estudiado durante diez años.
Aquel examen calamitoso sucedió en 1924 en París, hace ya 90 años. En
esos días pudo conocer a algunos de los físicos y matemáticos más brillantes de
la historia, como Max Born, Louis-Victor de Broglie, Paul Langevin y
Albert Einstein, y de la mano de este, a Niels Bohr, a Werner
Heisenberg y a Erwin Schrödinger. Mucho tiempo después, en 1972, un
periodista que entrevistó a Bose señalaba que, incluso entonces, cuando el
físico ya formaba parte de la Royal Society de Londres, “seguía sintiéndose
terriblemente intimidado por los europeos”.
Estas anécdotas sirven para ilustrar la humildad de uno de los físicos
más infravalorados popularmente de la historia: el bengalí Satyendra
Nath Bose, de quien se cumplen justo en estos días cuatro décadas de su
muerte en su Calcuta natal. Y sin embargo, nunca como ahora su nombre ha estado
en boca de tanta gente: cientos de millones de personas le nombraban
sin saberlo al hablar del bosón de Higgs. El apellido se lo puso el
Nobel de Física Peter Higgs pero el nombre, bosón, fue acuñado por el también
Nobel Paul Dirac para reconocer la trascendental aportación de Bose, ese tímido
indio que nunca se sintió cómodo entre europeos.
Este gran logro de Bose estuvo a punto de no llegar a conocerse. A
finales de 1923, el bengalí envió su trabajo sobre física de partículas a la
revista británica Philosophical Magazine, una publicación de referencia en
la que se habían publicado, por ejemplo, algunas de las grandes ideas de Niels
Bohr. Seis meses después, los editores le comunicaban que habían rechazado su
publicación. Por una vez, Bose se atrevió a dar un puñetazo en la mesa de la
historia de la física y mandó su trabajo directamente a Albert Einstein; por
aquel entonces, Einstein no era solamente el físico más conocido, era también
una de las personalidades más afamadas del planeta. Eso sí, le escribió con
decisión pero con suma modestia.
“Respetado Señor, me he atrevido a enviarle el artículo adjunto para su
lectura y opinión. Estoy ansioso por saber lo que piensa de él”, arrancaba la
misiva, acompañada de su estudio de apenas cuatro páginas. “No sé suficiente
alemán para traducir el documento. Si cree que vale la pena, le agradecería que
usted disponga su publicación en el Zeitschrift für Physik. Aunque soy un
completo desconocido para usted, no siento ninguna vacilación en hacer tal
petición”. No era la primera vez que le escribía; unos años antes, le había
pedido permiso para traducir y publicar en India sus principales trabajos.
Einstein no sólo tradujo, sino que hizo suyo el trabajo de Bose, con el
que colaboró para desarrollar las ideas que el talento del bengalí dejaban
entrever en sus métodos estadísticos. Hoy en día, este tipo de teletrabajo
entre investigadores es de lo más común, pero conviene recordar que en 1924 y
1925 no había ni documentos en la nube, ni videochats, ni siquiera la
posibilidad de comunicarse de forma inmediata vía email. Sin embargo, el
trabajo prosperó dando lugar a la descripción de un nuevo estado de la materia,
denominado condensado Bose-Einstein (BEC, en sus siglas inglesas).
En este punto, sale a relucir otro llamativo paralelismo con Higgs: las
ideas del británico se probaron ciertas gracias al LHC casi medio siglo después
de que las teorizara, lo que le valió el Premio Nobel de Física, compartido con
sus descubridores del CERN. El trabajo de Bose, una concentración de partículas
en un espacio compacto a temperaturas ultrabajas, formando una especie de
superpartícula, se logró reproducir en 1995, 70 años después de que el bengalí
lo describiera. En 2001, Eric Cornell, Wolfgang Ketterle y Carl
Wieman, se hacían con el Nobel por probar que Bose estaba, como Higgs, en lo
cierto. Pero el de Calcuta llevaba muerto varios lustros.
La publicación de su trabajo junto a Einstein se convirtió en un
salvoconducto para Bose; las autoridades desbloquearon su petición para poder
acudir durante dos años a Europa, a París y Berlín, a los lugares en los que
cada día se escribía una nueva página de la historia de la física moderna.
“Todo el mundo (todos los físicos) en Berlín parece bastante emocionado por la
forma en que las cosas han evolucionado en la física”, escribía Bose desde la
capital alemana a un amigo. “Todo el mundo está muy desconcertado y muy pronto
veremos un nuevo debate sobre el estudio de Schrödinger. Einstein parece muy
entusiasmado con él. El otro día, viniendo del coloquio, nos lo encontramos
saltando en nuestro mismo vagón, y en seguida se puso a hablar con entusiasmo
sobre lo que acabábamos de escuchar. Él admite que parece un asunto tremendo,
teniendo en cuenta la gran cantidad de cosas que estas nuevas teorías
correlacionan y explican, pero también está muy preocupado. Todos estábamos en
silencio y él habló casi todo el tiempo, inconsciente del interés y la
excitación que estaba despertando en la mente de los demás pasajeros”.
Pero en lugar de quedarse en el Viejo Continente a disfrutar de este
entorno tan apasionante, Bose regresó a India, a las universidades de Dhaka y
Calcuta, a ejercer la docencia y a tratar de mejorar un país tan joven como
milenario, tan grande como pobre. Reconocido como uno de los padres de la
patria, amigo de Nehru, desempeñó un papel crucial en el desarrollo de la
educación en India, especialmente para las mujeres, y el acceso a la cultura.
Sus fórmulas, la estadística Bose-Einstein, puso los cimientos para que muchos
otros físicos se alzaran con el Nobel a lo largo del siglo XX. Y sin embargo,
cuando le preguntaron si no echaba de menos ese galardón, contestó: “Tengo todo
el reconocimiento que merezco”. Tenía un gran talento para la física, pero
prefería estar delante de la pizarra enseñando a sus alumnos, tocando el esraj
y la flauta, de tertulia con sus amigos, disfrutando de la gastronomía.
La vocación de Bose fue la de alentar a su pueblo en su lucha por el conocimiento y la libertad, contra la ignorancia y el odio, creando una India libre e ilustrada, lo que le convirtió en una figura legendaria en su país, casi tan conocido como Tagore o Gandhi. Cuando el físico bengalí murió en febrero de 1974, medio siglo después de su mayor descubrimiento, varios cientos de miles de personas llenaron las calles de Calcuta en el cortejo fúnebre. La mayoría de los asistentes no sabían nada acerca de la estadística de Bose-Einstein y nunca habían oído hablar de los bosones, pero le ofrecían sinceros su reconocimiento.
(Ventana al conocimiento / 1-2-2014)
No hay comentarios:
Publicar un comentario