por Alejandro Martínez Gallardo
Son dos los temas
fundamentales en la obra de Andréi Tarkovski: el amor y la fe. En las
cintas de Tarkovski (quien quizá sea el más grande director de cine de la
historia, como creía Bergman), ambos son en realidad dos caras de una misma
realidad, unida por el sacrificio o el acto de autonegación a través del cual
el ser humano se une con algo más grande que él mismo.
En su última
película, El sacrificio (1986), Tarkovski describe
una alegoría que puede considerarse el pilar o el eje de su visión espiritual.
La cinta, filmada en Suecia, narra los eventos que le suceden a un hombre y a
su familia al tiempo que se anuncia el estallido de la guerra nuclear. En la
primera escena de la película, el protagonista, Alexander, le pide a su hijo
mudo que lo asista mientras planta en la playa un árbol marchito. Alexander le
cuenta a su hijo que en una ocasión un monje ortodoxo llamado Pamve le ordenó a
su discípulo, un joven monje llamado Ioann Kolov, que plantara un árbol seco al
lado de la montaña. Le dijo que debía regarlo todos los días hasta que
reviviera. El joven monje llenaba su cubeta todos los días por la mañana y
subía adonde estaba el árbol para regarlo, y regresaba al monasterio al
atardecer. Así pasaron tres años, hasta que un día subió a la montaña y observó
que el árbol estaba cubierto de flores. A esto Alexander comenta:
Puedes decir lo que
quieras sobre esto, pero no se puede negar que, como método o sistema, tiene sus
virtudes. ¿Sabes? A veces pienso que si todos los días, exactamente en el mismo
minuto, uno fuera a realizar el mismo acto, como un ritual, sin modificarlo, de
manera sistemática, exactamente igual, el mundo cambiaría de alguna manera. Sí,
algo cambiaría, tendría que cambiar.
La resolución de la
película ocurre cuando Alexander incendia su casa. Habiendo escuchado en la
radio el anuncio de una guerra nuclear que significa seguramente el holocausto
planetario, Alexander se retira a rezar y le pide a Dios que salve a la
humanidad. Como parte del trato de su salvación, le ofrece a Dios
"abandonar todo lo que ata". Esto incluye su familia, su hijo, su
vida y su casa.
Al día siguiente,
Alexander se despierta y nota que todo procede con normalidad, el mundo no está
en guerra. ¿En realidad sucedió el milagro o todo fue un sueño? Alexander va de
paseo con su familia, pero durante el paseo se adelanta y secretamente incendia
su casa para cumplir su promesa (este es uno de los grandes planos-secuencia de
la historia del cine, el cual además debió hacerse dos veces, ya que la primera
vez la cámara no corrió).
Cuando la familia
regresa, Alexander confiesa haber incendiado la casa (que se consume en el
fuego en el fondo de la escena) y, al tiempo que llegan los paramédicos, lo
vemos entrar en un furor maníaco, en esa tenue línea entre la fe y la locura –o
la transgresión de los comportamientos socialmente aceptados y una sanidad más
allá de lo convencional– que siempre está en el cine de Tarkovski y que es
también uno de los temas de Stalker (1979).
Antes hemos visto
cómo Alexander, en largas excursiones meditativas que tienen a su hijo como
silencioso interlocutor, condena el supuesto progreso de la humanidad, basado
en la técnica. El hombre ha construido:
Una civilización
basada en la fuerza, el poder, el miedo... Todo este "progreso
tecnológico" sólo nos ha provisto de confort, una especie de estándar. Y
de instrumentos violentos para mantener el poder. ¡Somos como salvajes! ¡Usamos
nuestros microscopios como cuchillos! No, eso está mal... los salvajes son
mucho más espirituales que nosotros. Tan pronto hacemos un descubrimiento
científico, lo ponemos al servicio del mal. ¿De qué estándar hablo? Alguna vez
un hombre sabio dijo que el pecado es aquello que es innecesario: toda nuestra
civilización, entonces, está construida con el pecado. Hemos adquirido un
terrible desequilibrio, a saber, una falta de armonía entre nuestro desarrollo
material y nuestro desarrollo espiritual. Nuestra cultura es un defecto, quiero
decir, nuestra civilización. ¡Básicamente defectuosa, hijo mío! Tal vez
podríamos estudiar el problema y buscar la solución juntos. Tal vez podríamos,
si tan sólo no fuera demasiado tarde... ¡Dios mío! ¡Cuán harto estoy de hablar!
"¡Palabras, palabras y más palabras!".
Alexander critica a
la civilización occidental que, basada en una epistemología mecanicista,
concibe a la naturaleza como una masa inerte que existe para ser transformada
en poder para el ser humano.
La gran causa de
los problemas de la humanidad, que en la película de Tarkovski llegan a su
punto más agudo con la amenaza de una inminente guerra nuclear, es esta
perspectiva desangelada y nihilista en la que la naturaleza ya no es el
elemento viviente a través del cual se expresa la divinidad, sino un mero
recurso de explotación en la empresa tecnomaterialista del ser humano.
Sin embargo, para
quien todavía mantiene una visión espiritual del mundo, para quien tiene fe y
actúa en congruencia con la fe, la naturaleza es el lugar de encuentro con la
divinidad.
En la última escena
de la película vemos al hijo de Alexander regando el árbol y contemplando sus
ramas secas sobre el fondo del mar resplandeciente. El niño, llamado
"pequeño hombre", dice: "Al principio fue el Verbo... ¿Por qué,
papá?". Escuchamos de fondo La pasión de San Mateo de Bach,
el aria 39, "Erbarme dich, mein Gott" ("Dios mío, ten
piedad").
Para Bach, la música era una respuesta a la belleza de la creación divina, alabanza a Dios.
Pareciera que Bach, el gran genio religioso de la música, hubiera compuesto su
música para el cine de Tarkovski, el gran genio religioso del cine.
Ambos, el fragmento
de Bach y la escena final de Tarkovski, son una plegaria a Dios (aunque, de
cierta manera, toda la música de Bach y todo el cine de Tarkovski son una
plegaria a Dios). La cámara sube lentamente por el tronco hacia las ramas al
tiempo que la luz del sol arde sobre las olas, llenando el mar de una luz
enceguecedora. Uno casi puede ver surgir, entre la luz que inunda el espacio,
un brote de vida en las ramas marchitas del árbol.
La película termina
y leemos que está dedicada al hijo de Tarkovski, de quien se había separado al
estar exiliado, "con confianza y fe". Poco después de filmar la
película, en 1985, Tarkovski empezó un tratamiento para cáncer en los pulmones.
Murió a finales de 1986.
En Stalker (cuya
filmación, según algunas versiones, podría haberle provocado el cáncer que
acabó con su vida, al ser filmada en una planta nuclear), Tarkovski concluyó la
cinta con una escena en cierto sentido similar al final de El sacrificio. Vemos
allí, en otro guiño sutil del director ruso, que se produce el milagro, el
fruto de la fe. El hombre que entrega su vida a conducir a los demás a la
felicidad –en la misteriosa dimensión de "la Zona"– genera todo un
entorno de señales milagrosas, una derrama de virtudes que no son perceptibles
para aquellos que no tienen un corazón puro.
"En Stalker hice
una afirmación completa: eso es, el amor humano es la única prueba –milagrosa–
ante la osada afirmación de que no hay esperanza para el mundo. Esta es nuestra
posesión positiva, común e incontrovertible. Aunque ya no sabemos bien cómo
amar", dijo en alguna ocasión el director ruso a propósito de su película.
Por otro lado, en
su libro autobiográfico Esculpiendo el tiempo, escribió:
Al final de cuentas
todo puede reducirse a un único elemento, que es lo único en lo cual una
persona puede contar: la capacidad de amar. Este elemento puede crecer en el
alma y convertirse en el factor supremo, el cual determina el significado de la
vida de la persona. Mi función es hacer que cualquiera que vea mis películas
tome conciencia de su necesidad de amar y de dar su amor, y que sea consciente
de la belleza que lo llama.
Tarkovski señala
que el amor es siempre, necesariamente, una entrega en la que se trasciende el
egoísmo y por lo tanto una forma de muerte y sacrificio.
Si no implica la
total entrega, no es amor... Me interesa sobre todo el personaje que es capaz
de sacrificarse a sí mismo y su modo de vida, sin importar si el sacrificio
está hecho en el nombre de valores espirituales o por alguien más, o por la
propia salvación, o las tres juntas.
El sacrificio es un
buen colofón para la obra de Tarkovski, el director que hizo de su oficio algo
sagrado hasta el punto de sacrificarse él mismo, a través de su obra, con fe en
que el amor era la semilla de la inmortalidad divina.
Un famoso dicho
zen, probablemente basado en las enseñanzas del practicante laico Pang, dice:
"Antes de la iluminación, cortar leña y acarrear agua. Después de la
iluminación, cortar leña y acarrear agua".
La frase encierra
mucho de lo que asociamos con el budismo zen: la sencillez, la disciplina, la
paradoja, el minimalismo, la consistencia, lo sagrado en lo cotidiano, etc. En
la versión de esta frase (que se encuentra en los dichos de Pang que han sido
recopilados), el maestro atribuye sus poderes mágicos justamente a estas
actividades sencillas, consistentes, impecables, sin pretensiones.
Tarkovki en El
sacrificio sugiere algo similar desde su visión cristiana, lo cual
podríamos parafrasear así: Antes del Apocalipsis (es decir, de la revelación de
Dios) regar el árbol; después del Apocalipsis, regar el árbol.
En la película,
Tarkovski ofrece la meditación de que si uno fuera a repetir el mismo acto
todos los días, con absoluta regularidad, esto propiciaría un cambio en la
sustancia del mundo. Yo conjeturo que esta es la esencia del sacrificio, de
hacer algo sagrado: dar algo y hacerlo siempre, sin esperar un resultado
inmediato, con fe y amor, creyendo que tiene significado último.
Roberto Calasso, quien ha
estudiado la idea del sacrificio con enorme lucidez en todas sus implicaciones,
coteja la modernidad secular, en la que las cosas no tienen ningún significado
último y en la que el sacrificio y el rito son vistos como atavismos de la barbarie
y la superstición, con la cultura védica (la cual basó su cosmología en el
sacrificio). Los hombres védicos creían que si repetían ciertos gestos todos
los días –como ofrecer un líquido al fuego diciendo "palabras
verdaderas"– en ciertas intersecciones –en la mañana, en el mediodía, en
el crepúsculo– podían alcanzar el estado de los dioses y cumplir todos sus
deseos –como en Stalker, donde las personas que llegan a la
"Habitación" dentro de "la Zona" pueden cumplir todos sus
deseos–.
Calasso nota que la
esencia del sacrificio es la repetición que se hace con una cierta cualidad de
la atención, una consistencia que tiene que ver tanto con realizar los mismos
gestos de la misma manera, al mismo tiempo, en consonancia con ciertos
elementos correspondientes, como también con una consistencia en la palabra, en
la entonación de las sílabas que se recitan, y en el pensamiento, en la mente
que debe estar concentrada en cada acto y en el propósito último del
sacrificio, hasta el punto de adquirir una cierta luminosidad.
Esta es la
conciencia del sacrificio con la cual se hacen la plegaria y la ofrenda, mismas
que a través del fuego –que es el mensajero de los dioses y que se eleva al
cielo– se transforma en el fruto, en la respuesta de la divinidad. Es a través
del sacrificio, de la repetición de ciertos actos en un contexto sagrado, que
se articula la red de conexiones y resonancias que dan significado al mundo, y
se refuerzan los vínculos entre el cielo y la tierra, entre el origen y el
presente. Y, según Calasso, es la falta de consistencia la que hace a nuestra
era secular una era en la que lo divino -los poderes invisibles, la luminosidad
de la naturaleza- yo no aparece en el mundo.
Ahora bien, aunque
el sacrificio implica una muerte –siguiendo al Dios que se sacrificó en el
origen para que pudiera existir el mundo– esa muerte no necesariamente tiene
que ser la de un animal vivo, como notaron los sabios de las Upaniṣad, quienes
transformaron el sacrificio en una contemplación, en un acto interno. El sacrificio
puede ocurrir en la mente y, sobre todo, lo que debe ofrecerse es el sí mismo:
todos los apegos, todas las posesiones, físicas o emocionales, a las cuales el
individuo se aferra. "Todo lo que ata", como dice Alexander en la
película.
El sacrificio es
esencialmente una actitud mental, es la acción auténticamente eficaz de la
mente. La razón por la que el sacrificio funciona, incluso por encima de los
dioses, según los védicos, es porque al sacrificar se entabla una resonancia
con las leyes mismas del universo, el cual tiene por esencia a la mente.
Los resultados de
los actos no dependen sólo de la fuerza mecánica de la acción sino de la
impronta del pensamiento y de la intención con la que se actúa. Por eso es
fundamental la consistencia, pues al repetir un acto con una cierta intensidad
de la conciencia, con una frecuencia suficiente, se alcanza a fraguar una
realidad (la consistencia es el esmalte que da realidad).
Este es el
experimento del sacrificio y en general de toda práctica espiritual que requiera
de fe y disciplina, y con el cual se demuestra que existe una identidad entre
la conciencia y el ser, entre el pensamiento y la realidad. Es así que la
mente, que descansa sobre el vacío indeterminado, adquiere sustancia. Es así
que la luz fecunda el caos primordial.
“Sus películas son milagros”, decía Ingmar Bergman cuando hablaba de Andrei Tarkovski.
(CULTURA INQUIETA / 17-8-2020)
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