Hay otra Tierra bajo esta Tierra. Una Tierra con otra Luna, llamada Volva, 15 veces mayor que la nuestra. Para llegar a ella, hay que conocer a los espíritus adecuados, aquellos que solo visitan el mundo de los sueños. Esta dimensión paralela de la realidad, de nombre Levania, es obra de uno de los mayores mitos de la astronomía.
En 1608, un año antes de publicar su célebre Astronomia Nova,
Johannes Kepler (Weil der Stadt, 1571 – Regensburg, 1630) terminó una primera
versión de una novela breve de corte fantástico y científico a un tiempo: Somnium sive Astronomia lunaris Joannis Kepleri (es
decir, “El sueño o Astronomía de la Luna de Johannes Kepler”). No se publicaría
hasta cuatro años después de su muerte, cuando en 1634 su hijo Ludwig decidió
sacar a la luz el manuscrito. Tres siglos después, Isaac Asimov y Carl Sagan,
la señalaron como la primera novela de ciencia ficción de la historia. Cerca
ya de cumplir cuatro siglos, la obra ha caído en el olvido del imaginario
colectivo. Aunque conserva su vigencia académica.
«Por decirlo llanamente, es un libro extraño. Tal vez no ha calado en el
público porque usa una serie de técnicas narrativas que anticipan la ficción
posmoderna”, explica Dean Alan Swinford (Atlanta, 1974), profesor asociado de
la Universidad Estatal Fayetteville en narratología e historia de la
ciencia y erudito de la obra. «En Somnium,
un narrador (que puede o no ser el propio Kepler) tiene un sueño sobre un
astrónomo islandés que recibe una lección científica de un espíritu lunar. Las
notas a pie de página son tan extensas como la propia narración, lo que puede
resultar pesado para el lector generalista. Pero su posición fundacional en la
ciencia ficción lleva apuntándose académicamente desde hace 60 años».
Aunque su condición de fantasía invita a pensar en Somnium como
divertimento, no fue un libro más para Kepler. Tuvo consecuencias personales,
por los tintes autobiográficos de la historia, en la que el niño que habla con
los espíritus recibe la intermediación de su madre para convocarlos. «Los elementos
supuestamente diabólicos de la historia causaron que se acusara a su
madre de brujería y se la encarcelara por ello —apunta Swinford—. Aunque fue
liberada, murió al poco tiempo. Kepler añadió una densa red de notas a pie de
página al manuscrito entre 1622 y 1630 para contrarrestar estas acusaciones».
No solo este episodio íntimo habla de la importancia de Somnium en
la vida de Kepler, sino también su dedicación plena al texto. Comenzó a
escribirlo cuando aún era estudiante universitario en la ciudad germana de
Tübingen. El texto comenzó como un mero ensayo de cómo apreciaría los
movimientos planetarios y estelares alguien que observara el firmamento desde
la luna. Kepler modificó la obra durante el resto de su vida,
añadiendo material y corrigiendo pruebas de imprenta hasta un mes antes de su
muerte, el 15 de noviembre de 1630. Hasta incluyó un breve cameo de
otro astrónomo célebre de la época, Tycho Brahe, que aparece
mencionado de pasada en la obra.
La importancia en su corpus científico, aunque menor que la de sus obras
magnas Astronomia nova (1609) y Harmonice
mundi (1619), está contrastada para expertos como Swinford: «Ya solo
el hecho de que trabajara en ella durante tanto tiempo señala su importancia
dentro de su pensamiento. Además, la premisa en su núcleo (un cambio del punto
de vista necesario para alcanzar un conocimiento científico más nítido) se
corresponde con sus obras más relevantes». Sirva como ejemplo lo siguiente:
aunque Galileo es normalmente considerado el héroe de la revolución científica,
nunca renegó de la idea de órbitas circulares, porque la idea de que el círculo
era más perfecto, y por tanto más propio de la divinidad, que la elipse estaba
muy arraigada. Kepler, al contrario, «fue capaz de considerar que los datos
apuntaban a órbitas elípticas rompiendo con las convenciones
culturales del círculo y la divinidad», añade Swinford.
Ese conocimiento en Somnium se alcanza mediante
lo mágico, como describe este pasaje del ritual necesario para
alcanzar ese otro lado llamado Levania:
“El paso a la isla desde nuestra superficie, y viceversa, se abre en muy pocas ocasiones, pero cuando es accesible, es fácil para nuestra especie. Sin embargo, el transporte de hombres es difícil y peligroso para sus vidas […]. El choque inicial es la peor parte, ya que les lanzamos como por una explosión de pólvora para que vuelen por encima de montañas y mares. Es por eso que deben ser drogados con narcóticos y opiáceos antes del vuelo. Además, sus miembros deben estar cuidadosamente protegidos para que el tronco no se separe de sus nalgas, o la cabeza del cuerpo, garantizando así que el retroceso se expande por igual a cada extremidad”.
(Ventana al conocimiento / 16-5-2015)
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