por Juan Pablo
Carrillo Hernández
Todos, en algún momento de nuestra
vida, enfrentamos esta decisión.
Por un lado tenemos el dolor o el
sufrimiento, quizá el deber o la obligación, posiblemente la renuncia, el
duelo, una responsabilidad que debemos asumir o una decisión que sabemos que
tenemos que tomar, el miedo o el temor, las dudas, la crítica severa a uno
mismo, la intranquilidad o la impaciencia… En una sola palabra: la angustia.
Por otro lado, se nos ofrece la
seducción. ¿Quién, ante un trabajo, no ha preferido evadirlo con algún
tipo de placer? ¿Quién no ha hecho lo mismo con el dolor y con el sufrimiento?
Necesitamos escribir y de pronto sentimos hambre. Nos sentimos solos y tomamos
el teléfono para buscar una persona con quién estar. Hay algo en nuestra vida
que no está marchando como quisiéramos y nos regalamos a nosotros mismos una
compensación: una compra que sale de nuestro presupuesto, una comida que va más
allá de la saciedad, una borrachera. Un deber nos apremia pero preferimos
distraernos con las redes sociales, en una conversación trivial o con tareas
que bien podríamos dejar para otro momento… Las formas de la seducción son
muchas y seguramente cada persona conocerá la propia y el camino por el cual
llega a ella.
El dilema, sin embargo, no es moral.
Por favor, no se entienda de esa manera. No es que el consumo de alcohol, las
drogas, el sexo o la comida sean "malos", o que elegir la
angustia sea "bueno" por sí mismo. En modo alguno. El dilema es más
bien existencial, pues seguir uno u otro camino tiene efectos específicos en el
curso que toma la vida.
La seducción nos atrae porque parte de
su fuerza se encuentra en un patrón inconsciente de pensamiento y de conducta
relacionado con la adversidad. Frente a aquello que parece adverso, es probable
que todos tengamos miedo, la diferencia es que algunos, con miedo y todo,
deciden encarar la adversidad y otros prefieren evitarla. Y, de nuevo, ninguna
conducta es mejor que otra. De nuevo también, cada una tiene derivaciones
distintas.
El problema con los patrones
inconscientes es que se vuelven incontrolables fácilmente. De algún modo,
ese es el origen de las adicciones de todo tipo. Quien no puede dejar de
"trabajar", de comprar, de "conquistar" mujeres o lo que
sea que tenga como comportamiento adictivo, en una medida importante se debe a
que no ha hecho consciente el patrón de pensamiento que sostiene dicha
compulsión. No conocemos la fuerza que nos lleva a actuar de determinada manera
y por ello la obedecemos ciegamente.
Ahí se descubre otra característica
importante de la seducción: es insaciable. Tanto en la forma como en el fondo.
Tanto en la manifestación que adquiere –la bebida, la comida, el afán de
sentirse acompañado, etc.–, como en su carácter de entidad para la que nunca
nada será suficiente. Siempre demandará más y por principio su mandato será
siempre inapelable.
De ahí también que la seducción sea,
paradójicamente, insatisfactoria. ¿Quién puede decir que de verdad disfruta
estar en Facebook? ¿Quién puede decir que disfruta procrastinar? ¿Quién no ha
sentido de nuevo ese hueco que parecía haber sido llenado con una fiesta o con el
sexo y que, al acabar la fiesta o el sexo, reaparece, tan vacío como estaba
antes? La seducción no nos complace verdaderamente porque en última instancia
no es lo que queremos, sino algo que aprendimos a aceptar como reemplazo de lo
que queremos.
En este sentido, la seducción es
equiparable a las nociones de goce y deseo del Otro que se encuentra en el
psicoanálisis de Sigmund Freud y de Jacques Lacan. En términos muy sencillos
pensemos en estas imágenes: un bebé llora porque siente frío, pero su madre piensa
que tiene hambre y lo alimenta; un niño habituado a sentirse atendido llora
porque se siente descuidado, y su madre o su padre, que no lo pueden atender en
ese momento, le brindan algo colorido o ruidoso con lo cual pueda entretenerse
y distraer así ese malestar. Poco a poco las cosas se vuelven un tanto más
complejas, pero la esencia del goce está ahí: sentir que disfrutamos lo que
otro nos da a cambio de lo que en verdad queremos. Por eso Lacan contrapuso el
goce al placer, pues la satisfacción que creemos encontrar en el goce es una
farsa que aprendimos a montar para complacer al Otro, mientras que el placer es
auténtico porque surge espontáneamente de la condición deseante del
sujeto.
Por eso, cuando hacemos algo que sí
queremos hacer, nos sentimos de inmediato llenos de vida. No importa que esa
tarea requiera esfuerzo físico o mental, no importa el tiempo que necesite, no
importa que al menos de inicio parezca apabullante: hay algo que nos impulsa a
seguir, que nos mantiene con alegría o con esperanza en medio de la
contrariedad, que por momentos parece capaz de neutralizar el cansancio y el
desgaste; y cuando la tarea termina, incluso a pesar de toda la energía volcada
en ella, nos deja no sólo satisfechos, sino además con cierta sensación de más
vida aún, con la sorpresa de que cedimos parte de nuestra vida y a cambio ésta
no sólo no se redujo, sino además se multiplicó.
¿Así nos sentimos después de
entregarnos a la seducción? Lo cierto es que no. Pero entonces ¿por qué lo
hacemos? ¿Por qué, aunque el goce de la seducción no nos satisface ni nos hace
sentirnos así de vivos, seguimos cediendo a su mandato? ¿Y por qué, en otro
sentido, parece que no podemos sentirnos siempre así, inundados de vida? ¿Es
que de verdad no es posible?
Una respuesta a esas preguntas es
relativamente sencilla: porque no conocemos nuestro propio deseo. Muchos de
nosotros sabemos que deseamos pero no sabemos qué deseamos. Es decir, tenemos
(relativa) conciencia de nuestra condición de sujetos deseantes pero no hacia
dónde o de qué maneras está encauzada dicha condición, y en esa ignorancia
repetimos el patrón de conformarnos con lo que aprendimos a aceptar como
satisfactorio.
Tanto Freud como Lacan nos mostraron
que el deseo humano es como un nuevo lenguaje que el sujeto debe aprender si
quiere formular claramente lo que desea. "No sé lo que quiero", dicen
algunas personas cuando se descubren confrontadas a ese dilema propio de la
existencia humana. Justificadamente, pues en la formación del ser humano no es
común que se le brinden los recursos para emprender un aprendizaje que debe
hacer por sí mismo: el de las palabras y la gramática de su propio deseo.
¿Cuál es, en este escenario, en el
plató de la vida humana, el papel de la angustia? En psicoanálisis, de Freud a
Slavoj Zizek, se sostiene que la angustia es la única emoción auténtica, la
única emoción que se presenta sin disfraces ni fingimientos y por ello mismo es
la única señal que no engaña. A esto podría sumarse también la consideración de
Søren Kierkegaard, quien entendió la angustia como el vértigo de la libertad.
La angustia, en este sentido, es eso
que nos invade cuando percibimos vagamente que podemos ser libres pero esta
misma sensación nos perturba e incluso nos aterra. Puede sonar paradójico, pero
así es: nos da miedo ser libres. En buena medida porque asumir nuestra libertad
no es tanto una decisión como un recorrido, una "obra en proceso" que
pasa necesariamente por darnos cuenta de que mucho de lo que aprendimos es
falso o cuestionable; que implica poner en duda lo que aprendimos de nuestros
padres, de la cultura en la que crecimos e incluso de la época en la que nos
encontramos; abrir algunas habitaciones largamente abandonadas; implica
confrontarnos con nosotros mismos, desesperarnos con nosotros mismos,
reconciliarnos con nosotros mismos; implica una de las tareas más difíciles de
la existencia: conocer nuestras propias emociones y lo mismo las heridas que
los afectos de donde surgieron; implica descubrir que muchas de las ideas,
hábitos, creencias y todo aquello que creemos más propio de nuestra
"identidad" es fruto del azar, la circunstancia y el accidente; en
última instancia, implica darnos cuenta de que la vida en sí misma es absurda y
está sostenida apenas y frágilmente sobre el vacío de la muerte. Y hasta cierto
punto parece muy natural y muy humano que todo ello nos angustie. Desde la
seguridad de la orilla, ¿quién querría atravesar ese abismo?
Sin embargo, para vivir en libertad,
para vivir conscientemente como seres deseantes, del lado de la vida y la
satisfacción auténtica, en la plenitud de la que se ha hablado en Occidente
desde la Grecia antigua, donde el sujeto no es Esclavo pero tampoco Amo, es
necesario enfrentar esa angustia o, dicho de manera menos tremebunda, hacerle caso
a esa señal.
¿Qué elegir entre la seducción y la
angustia? Para esto no hay una respuesta. "El camino del exceso lleva al
palacio de la sabiduría", escribió William Blake; y san Agustín, durante
los años de juventud que entregó a los placeres sensuales, rezaba así a Dios:
"Señor, dame castidad y templanza ... pero no ahora". No menos cierto
es que el camino puede terminar antes de arribar al palacio y la templanza
puede convertirse en el propósito incumplido de la oración.
A veces hay que elegir la seducción y a
veces la angustia, me parece. En todo caso, en conciencia plena de las
implicaciones de una y otra elección. La seducción nos entretiene y nos
distrae. La angustia, con cierto trabajo de por medio, puede llevarnos a una
vida fuera de la obediencia, posiblemente libre y en la cual nuestra condición
ineludible de seres deseantes no vive censurada; una vida llena de vida:
una vida auténtica.
***
N. B. En parte este texto tiene como inspiración la idea de la fase "estética" de la existencia que desarrolla Kierkegaard en Lo uno o lo otro (1843), particularmente en la primera parte, en donde expone ese momento en que se vive bajo el imperio de los sentidos y los placeres. La editorial Trotta publicó Lo uno o lo otro por primera vez íntegro en español entre 2006 y 2007, pero desde hace tiempo varios de sus ensayos han circulado como piezas sueltas y relativamente autónomas. En este sentido, quien desee profundizar en la idea de seducción en oposición a la angustia o en la oposición entre estética y ética que propuso Kierkegaard (y no tenga a la mano la versión completa de Lo uno o lo otro) puede acudir a Diario de un seductor, In vino veritas o La rotación de los cultivos, entre otras. Para la idea de angustia en relación con la libertad, los títulos son fáciles de descubrir. Esta emisión de France Culture también es ilustrativa al respecto.
(Pijama Surf / 28-3-2018)
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