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A LA BÚSQUEDA DE UNA IDENTIDAD EN LA OBRA DE JUAN CARLOS ONETTI (19) - MARYSE RENAUD

1ª edición: Editorial Proyección / Uruguay / 1993, en colaboración con la Universidad de Poitiers.

1ª edición virtual: elMontevideano Laboratorio de Artes / 2020, con el apoyo de la Universidad de Poitiers.

Traducción del francés: Hugo Giovanetti Viola

 

III. TERCER PERÍODO:

 

SANTA MARÍA O EL RETORNO A LAS FUENTES (1)

  

Le geometrización sistemática e invasora -a la cual no son ajenas la pintura y la poesía europeas ni la novela norteamericana de la misma época (108) provocará por contraste, el nacimiento del otro polo del universo novelístico de Juan Carlos Onetti, la “ciudad-pueblo” de Santa María. Este “pequeño país en broma” (109) es a menudo considerado como una anti-ciudad de ambiguo status. La gestación de Santa María responde en efecto a un mecanismo compensatorio bastante complejo, ya que su surgimiento es producto, como lo recuerda Nelson Marra, de la prolífica imaginación de Brausen (110), personaje principal de La vida breve presa de múltiples frustraciones profesionales y afectivas. De allí la atmósfera irreal y onírica que se desprende de la pintura del nuevo espacio narrativo, perdurando aun en novelas como Para una tumba sin nombre, Juntacadáveres y El astillero, donde Santa María aparece sin embargo transformada, con el tiempo, en un lugar concreto y vigorosamente definido, capaz de provocar con eficacia la ilusión referencial:

 

Continuando una tradición literaria que tiene precedentes (Balzac, Stendhal, el siempre invocado Faulkner) Onetti tiene también un ambiente preferido en el cual trabajar y desarrollar su materia narrativa, ambiente que en definitiva tiene la fuerza literaria de un personaje más. Al darle un nombre lo está llevando a un plano concreto, como para que no nos apeguemos a una interpretación meramente simbólica.

El origen de su nombre podría encontrarse en el nombre histórico de la capital argentina (Santa María de Buenos Aires), donde el novelista pasó gran parte de su vida literaria; la conformación geográfica puede arrancar de algunos pueblos costeros que están a orillas del Río Uruguay, mientras que sus características peculiares provienen de elementos aportados por un Buenos Aires de posguerra con rasgos definidos y que en la obra de Onetti adquieren autonomía y se nutren de la visión natural del novelista (111).

 

De entrada, Santa María es definida en relación a la Capital como una población de segundo orden: un “agujero” (112), como dirá, al verla por primera vez desde el tren, María Bonita, la más seductora y reflexiva de las prostitutas de la “casita celeste”; o, más objetivamente, “una pequeña ciudad” (113) construida junto a un ”río, ni ancho ni angosto, rara vez agitado; un río con enérgicas corrientes que no se (muestran) en la superficie, atravesado por pequeños botes de remo, pequeños barcos de vela, pequeñas (114) lanchas de motor y, según un horario variable, por la lenta embarcación que (llaman) balsa y que se (deprende) por las mañanas de una costa con ombúes y sauces” (115).

 

Una pequeña ciudad, entonces, cuyos límites, subrayados por el procedimiento recurrente de la deliberada miniaturización, deben examinarse precisamente más de cerca. Contrariamente a lo que podrían suponer los cuentos y las novelas centrados en la gran ciudad (Buenos Aires o Montevideo), la exigüidad provincial de la “ciudad-pueblo”, lejos de ser percibida en forma negativa, surge como la condición sine qua non para la reconquista de una identidad insidiosamente socavada por la crueldad de la gran urbe. Porque, como lo recuerda Gastón Bachelard, “les rêveries vraiment possesives, celles qui nous donnent l’objet sont les rêvieries lilliputiennes” (116), y la miniaturización del espacio “sanmariano” aparece, por cierto, cargada de connotaciones afectivas: pequeñez e intimidad soñadas van juntas. Fue necesario entonces que Juan Carlos Onetti llevara a cabo la exploración sistemática de Buenos Aires, y en menor medida de Montevideo, renovando las letras uruguayas a través de la celebración del mundo urbano moderno, para que naciera el ciclo de Santa María, esta ciudad de ambiguo status. Posterior en la cronología novelística a Buenos Aires y Montevideo, Santa María se presentará sin embargo, a un nivel fantástico, como la referencia insoslayable o el origen absoluto que ejerce una inefable fascinación sobre seres tan diferentes como Larsen, Aránzuru o el comisario Medina (117), para quienes el regreso a la provincia señala el final de un largo y azaroso periplo. La época de la exaltación, el fervor y las subsiguientes e inevitables desilusiones provocadas por la gran ciudad será sucedida por la de la quietud. Una quietud serena que le provocará por ejemplo a Larsen, alias Juntacadáveres, la certidumbre de saberse por fin en alguna parte, en un lugar preciso, “inconfundible”, sólidamente anclado entre el río y la “colonia de labradores suizos”, en un mundo indisociable de su luz, “sobre la casa de la costa, sobre los pequeños montes, la playa y el río” (118).

 

Notas 

(108) Cf. la célebre novela de John Dos Passos, Manhattan Transfer, que data de 1925 y cuyo impacto fue considerable en los ámbitos literarios latinoamericanos. Su escritura contrastada basada en una audaz yuxtaposición de los fragmentos narrativos y en la visión calidoscópica de la ciudad encuentran un eco directo en Juan Carlos Onetti, especialmente en Tierra de nadie. Basta, por ejemplo, con recordar las primeras páginas: “Embarcadero. Tres gaviotas giran sobre las cajas rotas, las cáscaras de naranjas, los repollos podridos que flotan entre los tablones astillados de la valla. Las olas verdes espumajean bajo la redonda proa del ferry que, arrastrado por la marea, hunde el agua, resbala, atraca lentamente en el embarcadero. Manubrios que dan vueltas con un tintineo de cadenas, puertas que se levantan, pies que saltan a la tierra. Hombres y mujeres entran a empellones en el maloliente túnel de madera, apretujándose y estrujándose como las manzanas al caer al saetín de la prensa.

La enfermera, llevando la cesta en el brazo estirado, como si fuera una silleta, abrió la puerta de una gran sala excesivamente recalentada. En el aire impregnado de olor a alcohol y a yodoformo, ásperos berridos subían en espiral de otras cestas colocadas a lo largo de las paredes verdosas. Al dejar la cesta en el suelo le echó una mirada con los labios fruncidos. El recién nacido se retorció débilmente entre algodones como un hervidero de gusanos.

En el ferry iba un viejo tocando el violín. Tenía una cara de mono, toda retorcida de un lado, y llevaba el compás con la punta de un zapato de charol resquebrajado. Bud Korpenning, sentado en la barandilla, de espaldas al río, le miraba. La brisa le alborotaba el pelo alrededor del borde ajustado de su gorra, y secaba el sudor de su frente. Tenía los pies llenos de ampollas, estaba hecho polvo, pero cuando el ferry se alejó del embarcadero, sintió por todas sus venas un cálido hormigueo.

‘Oiga, amigo. ¿Hay mucho desde donde desembarcamos hasta la ciudad?’ preguntó a un joven de sombrero de paja y corbata a rayas blancas y azules”. (Edit Bruguera pp. 7-8). Convendría recordar igualmente, en el capítulo V de la primera parte (p. 140), las frases destacadas en cursiva que muestran de un modo emblemático, la violencia y la agresividad ocultas de la ciudad, dos rasgos también particularmente representativos del mundo urbano onettiano.

(109) Juntacadáveres, IV, p. 27.

(110) Nelson Marra, “Santa María, ciudad-mito”, en Recopilación de textos sobre Juan Carlos Onetti. Valoración múltiple, op. cit., pp. 138-139: “Santa María nace en una de las primeras novelas (La vida breve) y el lector asiste a la pormenorizada gestación de ese ambiente. Onetti, con una hábil maniobra narrativa, hace que el creador de ese mundo imaginario y concreto sea Arce, uno de los personajes de la novela: “No estoy seguro, todavía, pero creo que lo tengo, una idea apenas, pero a Julio le va a gustar. Hay un viejo, un médico que vende morfina. Todo tiene que partir de ahí, de él. Tal vez no sea viejo, pero está cansado, seco. El médico vive en Santa María junto al río” (La vida breve). De esta manera, al desvincularse de su nacimiento directo puede tratarlo en forma objetiva, como si ese mundo no fuera creación de él, como si fuera un capricho creador de Arce y se le impusiera a Onetti, de repente y desde fuera”.

(111) Ibíd., p. 138.

(112) Juntacadáveres, I, p. 7.

(113) La vida breve, Capítulo II, p. 18.

(114) Subrayamos nosotros.

(115) La vida breve, Capítulo II, p. 23.

(116) Gaston Bachelard, La terre et les revêries du repos, Libraire José Corti, Paris, 1982, p. 13: “Voici par example un des conseils de la magie de’Henri Michaux: ‘Je mets une pomme sur ma table. Puis, je me mets dans cette ponme. Quelle tranquilité!’. Le jeu es si rapide que certains seront tentés de le déclarer pueril ou simplement verbal. Mais en jugar ainsi, c’est se refueser à participer à une des fonctions imaginaires les plus normales, les plus régulières: la fonction de la mise en miniature. Tout rêveur qui le voudra ira, miniaturisé, habiter la pomme. On peut énoncer comme un postulat de l’imagination: les choses rêvées ne gardent jamais leurs dimensions, elles ne se stablisent dans aucune dimensión. Et les rêveries possessives, celles qui nous donnent l’objet son les rêveries liliputiennes. Ce sont les rêveries qui nous donnent tous les trésors de l’intimité des choses. Ici s’offre vraiment une perspective dialectique, una perspective renversée qu’on peut exprimer dans un formule paradoxale: l’interieur de l’objet petit est grand. Comme le dit Max Jacob (Le Cornet à Dés, éd. Stock, p. 25): ‘Le minuscule, c’est l’énorme!”.

(117) Estos personajes aparecen en El astillero y Dejemos hablar al viento (en esta última novela sólo Medina y Larsen).

(118) Juntacadáveres, Cap. X, p. 84.

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