A la memoria de María Cristina Díaz Marrero
En el Centro de Montevideo las veredas de 18 de Julio
y de las calles aledañas están atestadas de gente que deambula erráticamente,
recorre galerías, fuma en las esquinas o espera en algún bar con mirada
distraída. Lo que llama la atención es el silencio. Nadie grita. Nadie habla.
Los pasos repican en las veredas como solemnes redoblantes, como si fueran
parte de un gigantesco tambor, hasta transformarse en un zumbido denso, pesado,
abrumador, que convoca al combate. En 18 y Río Branco y apretados contra una
vidriera por la espesa multitud, esperan Héctor y Magdalena y a unos cuantos
metros de ellos, contra un árbol, lo hace Juan José, acompañado por dos
personas que cubren sus rostros con bufandas. Héctor los ve y se da cuenta que
están encargados de largar la movilización a la hora exacta. El aleteo de un
motor le hace levantar la cabeza, un helicóptero los sobrevuela a lo alto y se
da cuenta que está controlándolo todo, en particular los lugares de mayor
concentración y a los dirigentes que están reunidos en la Plaza Fabini y evalúa
que el régimen piensa utilizar todo su aparato armado. Ya lo venía notando.
Mientras subía por Julio Herrera junto a su mujer, pudo distinguir a varios
Volkswagen con oficiales armados. Héctor mira el reloj, falta menos y la tensión
crece, se escucha alguna voz y Magdalena le aprieta el brazo hasta hacerle
doler… Decide que no va a mirar más la hora y que Juan José va a ser su
referente. Pero igual calcula. Falta menos de un minuto, faltan segundos… Y el
grito de Juan José lo empuja a la calle, a él, a Magdalena, y a todos los que
están apretujados en la vereda junto a ellos. Son las cinco en punto y 18 de
Julio es inundada por la gente que grita ¡Tiranos Temblad! Mientras su mano
izquierda sostiene a Magdalena, la derecha se cierra en un puño que blande
sobre su cabeza. Tiene miedo a perderla entre el gentío, entre las corrientes
humanas, es que la principal avenida se ha transformado en un gigantesco
torbellino. Más baja que Héctor, Magdalena no puede ver hacia adelante, la oculta
un muro humano, entonces mira hacia arriba, hacia los balcones adonde los
vecinos aplauden y gritan hasta perder la voz y apoyándose en el brazo de su
marido da un salto para ver mejor. Salta de nuevo y a lo lejos fugazmente
divisa un trolley que ha quedado atrapado, vuelve a repetir el salto mirando
hacia la Plaza Independencia y todo lo que ve es una gigantesca masa humana,
repite el salto mirando hacia la Plaza Libertad y es el mismo paisaje, pero que
comienza a salpicarse con chorros de agua, humo, gases…
***
Cristina resiste como puede. La rodean disparos, algunos de los cuales pican cerca de su cabeza y corre hasta adonde un grupo de sus compañeros intenta volcar de costado un carro lanza aguas. Logran ponerlo en dos ruedas y mientras empuja puede ver que el conductor, pasa de disfrutar las embestidas, al más absoluto espanto, pero unos militares salen en su ayuda y los que empujan el vehículo deben dispersarse. Cristina baja hasta la esquina de Colonia y Río Negro con algunos manifestantes para reagruparse y luego subir nuevamente a enfrentar a la represión, que por todos los medios intenta, sin lograrlo, dispersar a la gente. Las personas escapan y vuelven, se reagrupan en bares y comercios, se da ánimos, se presta ayuda, se estimula. Y vuelve. Cristina corre hasta la Plaza Fabini y desde ahí advierte que por Agraciada avanza una caravana de tanquetas y otros vehículos militares, entonces cruza 18 de Julio entre golpes y gases, para escapar hasta San José, adonde la represión es menor. Exaltada, se propone caminar hasta la Plaza Libertad, adonde hay más enfrentamientos, llega en el mismo momento en que los coches policiales están embistiendo las barricadas. Por el gas no logra ver nada más y retorna a San José y de ahí baja a Soriano y de Soriano a Canelones, por donde comienza a caminar, quiere llegar a la Universidad. Pero debe avanzar con cuidado por los tiras que persiguen a todos los que andan solos, sobre todo a las mujeres. Finalmente sube hasta la principal avenida pero no logra su objetivo, ya que una vez más la casa de estudios está acordonada.
***
Andrea quedó apretada en 18 y Minas. Mira a su
alrededor. La rodea gente de todas las edades, de todos los oficios, de todas
las profesiones. Está exaltada y nada la espanta, ni las provocaciones, ni los
tiros, ni las embestidas con sable. Se siente orgullosa de su pueblo, protegida
por el y grita con el puño en alto, libre como nunca, igual que su cabellera
sacudida por el viento… Camina y grita. Grita y camina entre los espacios que
van dejando los manifestantes que corren ante los embates represivos, ni a ella
ni a los que la rodean los amedrenta el aire irrespirable, el retallar de las
metralletas y el polvo que emerge hasta hacerlos toser. Andrea sigue avanzando,
pero como si chocara contra un cristal unas figuras la detienen, le nublan los
ojos y la envuelven de ternura… Casi en la esquina de Yaguarón, bien
apretaditos entre sí, dignos en su debilidad, enormes en su ejemplo, Conrado,
su padre y Doris, su madre, resisten junto a Miguel
y Amílcar
Muñoz… Entonces se da cuenta del por qué está en donde está y que no puede
estar en otro lado. No lejos de ellos, con semblante altivo y digno, caminando
rumbo a la Plaza Libertad y protegido por un grupo, distingue al Presidente del
Frente Amplio, al General Líber Seregni, que avanza acompañado de una enorme
ovación. A lo lejos tañen las campanas de alguna Iglesia y sus ecos se
entremezclan con las consignas y el detonar de las armas enemigas, de pronto se
le abalanza un coche policial y queda paralizada. No lo esperaba y el coche
parece estar sin control, pero desde una motocicleta que cruza a toda velocidad
Javier Barbosa estira la mano y le grita que suba, lo que hace a medias, pero
logra salir del lugar. Andrea no sabe bien por qué pero se siente protegida por
el muchacho, con el que viene coordinando la solidaridad con el Hospital y a
los gritos le pide que la lleve hasta él. Se despiden en la puerta de
Emergencia y ambos se quedan mirando a los ojos, por primera vez en mucho
tiempo Andrea está en paz consigo misma y la sorprenden sentimientos que pensó
que nunca volvería a tener. El la besa en la boca y ella no lo rechaza del
todo, pero escapa hacia la Emergencia con el argumento que mucho tiene para
hacer. En el Hospital todos hablan de una masacre, de gente herida, pero
todavía no hay datos. Recién al cabo de algunas horas comienza a llegar
información precisa: cientos de personas han sido llevadas al Cilindro en
coches de AMDET, pero además hay heridos, a los dos que están en el Hospital de
Clínicas, hay que sumarle seis en el Banco de Seguros, uno en Traumatología por
una granada de gas, cuatro en el CASMU, tres en MUCAM, uno en el Hospital
Británico y otro en el Círculo Napolitano. Algunos están graves… Pero la lista
es incompleta y Andrea ordena que la mantengan informada. Ya sabe que sus
padres están en su casa y que están bien, pero nada ha podido averiguar de
Carlos, ya que han pasado varias horas y no se ha comunicado con ella, tal como
habían convenido.
***
Desde un balcón del Palacio Lapido, adonde funciona el diario comunista El Popular, Carlos vigila 18 de Julio, que luego de las refriegas ha quedado desierto, sucio y plagado de cartuchos, piedras y restos de pancartas. Le han pedido que se mantenga alerta para avisar en caso de cualquier provocación y por eso no pierde de vista a los coches militares y a los Volkswagen que rondan 18 y Río Branco, adonde está el edificio. Carlos está pensando en su familia y en particular en Andrea, que sabe que participó en la concentración, pero unos vehículos militares le llaman la atención, parecería que avanzan sobre el diario y se pone en estado de alerta. Al cabo de unos minutos confirma que efectivamente avanzan hacia el Palacio y con un movimiento reflejo mira la hora, son casi las 18 y 30, entonces corre a avisar a la dirección del matutino y a sus compañeros, del peligro que acecha, para luego volver al balcón. No quiere perder detalle de lo que pueda ocurrir. Las tropas se han colocado frente al Palacio Lapido y súbitamente, sin advertencia alguna, lanzan andanadas de balas y granadas, que destruyen los vidrios y penetran en el local. Mira hacia adentro, sus compañeros buscan refugio, pero están firmes y se tranquilizan mutuamente y eso lo reconforta. Y busca un lugar desde donde poder mirar mejor, para avisarles a los que tiene más cerca de cuanto está ocurriendo:
-Están atando con una cadena el portón de fierro que tenemos clausurado, ¡lo quieren arrancar cinchándolo desde una tanqueta! -les previene.
La enorme puerta salta con gran estruendo y cuando el polvo se disipa los militares y policías entran gritando por el hueco. Antes de volver del balcón, percibe personal de civil con brazaletes blancos, uno de ellos le llama particularmente la atención por su pantalón azul estridente y porque manifiesta una particular violencia. Carlos corre hacia la redacción, adonde está Clara, su mujer; al igual que el resto de sus compañeros tiene los ojos encapotados y le cuesta respirar y por eso está en desventaja frente a los invasores que ingresan con máscaras y gran ferocidad. Una vez adentro cazan uno a uno a los trabajadores del diario, sin importar sexo o edad y los golpean con las culatas de las armas, cachiporras o simplemente los patean con saña. Carlos corre hacia los pisos superiores, pero el malón viene tras él y lo reduce violentamente para luego tirarlo en un rincón junto con otras personas. Le sangra la cabeza y eso lo ayuda a hacerse el desmayado y aunque está boca abajo registra todo lo que ocurre en torno suyo. Los invasores, enloquecidos, sobrexcitados, golpean a la gente en el piso y manosean a las mujeres entre grandes risotadas, en particular el hombre de pantalón azul, que al cabo de un rato, es uno de los primeros en empujar a la gente por las escaleras hacia abajo. Los trabajadores son empujados entre dos filas de soldados, que los golpean, hasta que llegan a planta baja, en donde son violentamente echados a la calle y colocados cara a la pared. Carlos mira de reojo para ver si distingue a Clara y calcula que son más de un centenar los detenidos, entre ellos hay baleados, acuchillados, fracturados. Cerca de él, el hombre de pantalón azul salta como un mono, carcajea histérico y fastidia a las mujeres. Mucha es la incertidumbre hasta que al cabo de un rato, alguien da una orden y ellas son empujadas a un ómnibus que queda lleno y por eso algunas son tiradas al piso, en donde las pisotea el hombre de pantalón azul. Lo que Carlos no puede saber es que ese individuo al hostigarlas, está tratando de borrar de su cabeza los ojos de Mina, que lo persiguen por todos lados y no lo dejan en paz.
***
Gloria y Carolina una vez de regreso a La Teja se dedican a recorrer los domicilios de los que viajaron con ellas pero no aparecen, tarde de noche y junto a los vecinos continúan averiguando, ya que falta un hijo, falta una madre, falta un hermano… Poco a poco algunos van apareciendo, tardaron en llegar porque no podían salir de sus escondites, pero otros no. Seguramente han sido detenidos. Cuando ya no hay más que indagar, Gloria y Carolina se encaminan a la calle a donde ambas viven, una junto a la otra. No paran de hablar, han sido muchas las emociones, las anécdotas, las tensiones para aquellas dos mujeres que están haciendo sus primeras experiencias de lucha. A Carolina la impactó la violencia de la represión, las caballadas, los tiros, pero sobre todo la valentía de unos estudiantes que recogían las granadas arrojadas por los militares y se las devolvían. Y charlando llegan hasta la puerta de la casa de Gloria, pero cuando va a entrar, Carolina la detiene:
-Hay luz… -le dice.
Las dos quedan momentáneamente petrificadas. Esperan
unos segundos, se dan fuerza mutuamente y abren la puerta.
-Al fin aparecieron. Estaba preocupado… -es Milton que
las espera, sentado junto a la mesa.
Gloria salta de alegría a los brazos de su hermano. Le
parece que hace añares que no lo ve. Se le escapa alguna lágrima.
Carolina, luego de saludarlo con timidez, comenta:
-Mejor los dejo solos. Tienen mucho de qué hablar.
-No. Quedate. No hay nada que no pueda contar adelante
tuyo… -responde Milton, que queda momentáneamente en silencio, como
preparándose para dar una noticia.
Gloria se da cuenta y pregunta inquieta:
-¿Qué pasa? Algo está pasando…
-Tito está detenido. Me comentaron unos compañeros que
lo agarraron en la puerta del frigorífico. Lo más probable es que lo hayan
llevado al Cilindro, como lo están haciendo con todo el mundo.
Gloria queda en silencio. Está sorprendida de sí
misma. La noticia por supuesto que no la alegra, pero la asume sin el
dramatismo con que la hubiera recibido unas semanas antes y lejos de
angustiarla la hace sentir orgullosa de su marido.
Milton nota el cambio. Hay una confianza y una firmeza
en la mirada de Gloria y de Carolina que nunca le había visto. Y para romper
con el silencio, pregunta:
-¿Recibiste mi carta?
-La recibí. Pero decime cómo es que estás acá…
-Anteayer, después de que nos tuvieron de plantón todo
el día, nos largaron, pero era tarde y me quedé en casa de unos compañeros, en
El Cerro. Los sindicatos y los vecinos cercaron la Villa y me quedé durante
todo el día de ayer, ayudándolos. Pasé hoy de mañana y no te encontré. Y
después me fui a la concentración.
-Podías haberme dejado una nota.
-No conviene dejar nada escrito. No sabés quién lo
puede encontrar.
Gloria queda callada. Evidentemente le falta mucho
para aprender en cuestiones de militancia.
-¿Y vos Carolina cómo estás?
Ella lo mira hechizada.
-Aunque es tarde, ¿por qué no me cuentan qué es lo que
han estado haciendo? Las veo muy cambiadas.
Y las dos mujeres, interrumpiéndose mutuamente, se
largan a hablar y le cuentan de sus temores del principio, de la solidaridad de
los vecinos, de su participación en los enfrentamientos, de las barriadas en
apoyo a las fábricas ocupadas, de cómo organizaron los días anteriores a la
gente para que fuera hasta 18 de Julio y en particular, con lujo de detalles,
de la jornada recientemente vivida. Milton las escucha en silencio y evalúa que
una vez más la vida confirma que una sola experiencia de lucha vale más que mil
discursos. Y que tanto el Tito como él se han equivocado al no haberlas hecho
participar de los conflictos de los últimos años. Ellas han sido su soporte,
pero casi sin darse cuenta de que son dos mujeres aguerridas, sufridas, de
extracción obrera, que mucho tienen para dar, nunca las integraron. Milton
bosteza y mira el reloj, pero antes de que diga nada, Carolina vence su
apocamiento y le pregunta:
-Hoy manifestaron miles y las fábricas siguen
ocupadas, pero van para 15 días de huelga, falta comida y hay mucha gente
agotada, que hace mucho que no ve a su familia ¿qué pensás que va a pasar?
-Lo comenzaron a discutir los sindicatos. Los
trabajadores hemos hecho un gran esfuerzo, pero no hemos logrado consolidar un
frente anti golpe que tirara la dictadura. Personalmente creo que la huelga se
está desgastando y que este es un momento ideal para hacer un repliegue
ordenado y continuar la lucha de otra forma.
-¿Me estás diciendo que después de todo lo que ha
pasado, quieren levantar la huelga? –pregunta con enojo Gloria.
-Pará. Pará. Lo que estoy diciendo es que los
sindicatos están discutiendo cómo seguir. Y que no está descartado levantarla
para fortalecernos. Y después ver.
Milton vuelve a mirar el reloj.
-Pero es tarde… Vamos a dormir que mañana hay mucho
que hacer. Carolina, te acompaño hasta tu puerta.
-Pero si vivo al lado… -murmura la mujer, nerviosa.
-Me quedo más tranquilo –le contesta él.
Una vez en el zaguán de Carolina, la toma entre sus
brazos y dándole un beso en la frente, le dice.
-Gracias por todo…
A Carolina se le nublan los ojos y con un salto sortea
el corto espacio que la separa de la puerta. Le tiemblan las manos cuando pone
la llave en la cerradura.
Milton queda estático. Ya no la mira con los mismos
ojos con los que la miraba antes.
***
Madero es un criollo valiente pero los tiros hicieron que se arrojara al piso. Quedó largo rato, como muerto, sobre el campo anegado, por eso está aterido y tiene la ropa empapada cuando inicia el retorno hacia la ciudad de Paysandú, que queda a unos seis kilómetros de adonde está. Pero teme volver por la carretera porque pueden pasar los militares. Lo detuvieron al mediodía, en la capital sanducera, luego de que fuera señalado desde un helicóptero por haber devuelto una granada de gas que los soldados arrojaron a la manifestación. Fue llevado hasta la Plaza de armas del cuartel y al cabo de un eterno plantón, en plena noche, abandonado al costado de un monte de eucaliptus, adonde le dijeron que corriera, cosa que hizo hasta que sonó la detonación. Madero es un criollo valiente, pero mientras retorna a la ciudad, cada tanto se toca para confirmar que realmente está vivo, hasta que deduce que efectivamente lo está, porque a los muertos no los apena el cansancio ni el frío, ni le tiritan los dientes. Y tampoco están ansiosos de tirarse en el catre junto a la patrona, y ponerse a dormir.
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