por Concha
Hernández
El 18 de julio del año 2000 fallecía en Ginebra José Ángel Valente. Se cumplen, por lo tanto, 20 años desde que desapareció una de las voces esenciales de la literatura española del siglo XX. Rescatamos esta entrevista que Concha Hernández realizó para la revista ‘Gaceta Sincical’ en 1999.
José Ángel Valente está considerado
como una las figuras esenciales de la literatura española de la segunda mitad
de este siglo. Profesor en la universidad de Oxford, traductor en la Unesco y
autor de más de una veintena de libros poéticos o ensayísticos, obtuvo los
premios de la Crítica, Adonais, Príncipe de Asturias, Nacional de Literatura y
Reina Sofía de Poesía. Aunque cronológicamente se le suele situar dentro de la
generación de los años cincuenta, su rigor en la creación poética, su
distanciamiento de los patrones realistas y su rabia por las etiquetas, hacen
que su obra sea ajena a cualquier esquema de grupo. Investigador de la génesis
de la palabra poética, actividad que unió a su propia actividad creadora, el día
anterior a la presentación de la edición definitiva de sus ciclos poéticos,
«Punto Cero» y «Material Memoria», comentaba el proceso de creación de la
poesía y el papel del poeta en la sociedad actual.
En su libro «El Fulgor» define de forma
estremecedora eso que llamamos alma ¿Cómo y dónde se ha documentado para poder
realizar esa descripción?
En «El Fulgor» lo que se establece es
un diálogo del cuerpo con el alma. Yo creo que es una dicotomía puramente
teórica inventada por el pensamiento occidental. Solo tiene valor explicativo,
discursivo, pero no es real. No existe esa distinción entre el cuerpo y el
alma. Están injertados el uno en la otra. En «El Fulgor» es el cuerpo el que
carga con su alma y la lleva a cuestas. Personalmente me he ido alejando cada
vez más de las dicotomías del pensamiento occidental, de la distinción entre
materia y espíritu. Para mí el espíritu es una metáfora de la infinitud de la
materia. En el pensamiento oriental, el pensamiento influido por el budismo que
viene de la India y genera el taoísmo, estas distinciones no existen. En uno de
mis primeros libros, me apoyé en un libro de John Donne, el poeta inglés del
siglo XVI, que dice «¿dónde se posa el alma cuando no tiene cuerpo?» Cuando
resucita el cuerpo, lo hace el cuerpo y el alma. Hay que verlo desde la
perspectiva de unión absoluta entre cuerpo y lo que llamamos alma, que tampoco
sabemos muy bien lo que es. Usted viene de un sindicato, de una revista
sindical y hay algo que me gustaría contarle. En la época franquista hice
también un trabajo político. Como no tenía vocación de político, prefería
trabajar con la base, con los obreros. Era joven y tenía la ilusión de derribar
un régimen del que habíamos huido. Los obreros de la Hispano-Suiza montamos
unas células para que pidieran profesores de español, entonces nos presentamos
varios y nos ofrecimos gratuitamente. Como los suizos son muy tacaños, nos
abrieron las puertas sin ningún problema y nosotros aprovechamos para hacer
trabajo político y crear células. Cuando me reunía con los obreros, se supone
que iba a explicarles lo que era el marxismo, pero me encontré que tenían una
gran sensibilidad, y de lo que me preguntaban era por los poemas que tenían que
ver con el alma y que tanto les estremecían. Yo esperaba que me preguntaran por
la materia, por el materialismo histórico y sin embargo hacían lo mismo que ha
hecho usted, me preguntaban por los problemas que tenían que ver con el alma.
Fue una conexión muy fuerte para mí.
¿Qué opina de esa tendencia a
clasificarles en corrientes, en tendencias, en generaciones ...?
Yo siempre ataco esa tendencia. Creo
que es muy útil para los profesores, pero que es un engaño. Bergamín, que era
muy cáustico, cuando se refería a la Generación del 27, -que era la suya
siempre decía «Generación del 27, SA». Los grupos se crean como un sistema de
protección y favorecen a los libros de los mediocres. El escritor corre solo, y
corre en una terrible carrera en la que se produce la soledad del corredor de
fondo. Las generaciones solo existen un momento. Por ejemplo, para nosotros fue
la de la postguerra civil. Yo pertenezco a lo que se llama segunda generación
de postguerra que supuso darnos cuenta del mundo en que estábamos, y reaccionar
contra él. Ese momento yo lo comparto con todos los que estábamos alineados en
ese punto de partida. Después empieza a existir el escritor y muere el grupo.
¿Y de las antologías...?
Siempre hay una toma de posición de la
que parte el antólogo, y eso induce a grabar en la antología el peso de una
ideología, y el deseo de favorecer a ciertos nombres. Creo más en el tipo de
antología que ha hecho Andrés Sánchez Robayna conmigo, porque se trata de un
escritor solo. Él ha leído mi obra y la conoce y la interpreta muy bien.
Las antologías grandes favorecen
justamente a formaciones de grupo que apoyan a un escritor que, si no, no
tendría otro medio para existir. De mi generación, está la antología que hizo
José Mª Castillet en Barcelona, que es donde se introduce a nuestra generación,
y que hasta entonces no había aparecido. Es una antología grabada por un
momento ideológico muy particular. Evidentemente mi posición era
antifranquista, incluso militante, pero yo nunca he mezclado eso con la poesía,
la poesía es otra cosa. La poesía no obedece a la ideología jamás. Al
contrario, la carga ideológica puede sepultar la creación poética.
Hace poco, cuando le preguntaban por su
alejamiento de lo que conocemos como poesía social, manifestaba sentir rabia
por las etiquetas...
Nunca he abandonado el hilo que marca
la historia. En mis últimos libros se han recogido un poema sobre la vida
difícil de los indios brasileños y otro sobre la bomba atómica. Son poemas
sociales que he escrito espontáneamente, no obedeciendo a una consigna. Cuando
me decían que tenía que escribir en una determinada dirección, yo salía
corriendo.
La palabra poética es una palabra que
tiene una fuerza enorme, incluso desde el punto de vista político, justamente
porque es una palabra cargada de libertad. La poesía hace explotar la libertad.
Hace que la libertad se derrame como un gran fuego sobre los hombres. El valor
político que tiene la poesía es salvaguardar la libertad de la palabra, porque
los políticos lo que hacen es machacarla. Tanto si son de derechas, como si son
de izquierdas.
Esa parte de poesía social española fue
muy penosa. Dio muy pocos buenos poetas. Quizá sea muy radical -que lo soy
siempre- pero para mí en esa época solo ha habido un gran poeta, Blas de Otero.
Se podría decir que
¿es más libre la poesía que la prosa?
Depende. La prosa se presta más para
exponer un discurso proposicional, racional, y la poesía no va dirigida a la
razón. Para mí, la primera condición que debe tener la poesía es que no se
entienda, que vaya por sus propias vías a la imaginación, al espíritu y puede
ser tan exacta como el conocimiento científico. Es un conocimiento, que lleva a
otras verdades y a otras vivencias a las que la ciencia no te puede llevar, ni
el pensamiento discursivo de la filosofía.
Cuando se lee «Al dios del lugar», la
poesía parece llevar hacia formas artísticas. ¿Puede haber momentos en que la
poesía esté más próxima a la música o al arte que a la literatura?
Ha dicho una cosa muy importante para
mí. Antes decía que la poesía es una forma de conocimiento distinta de la
ciencia, y del pensamiento analítico de los filósofos. La poesía te da un
conocimiento aparicional, dicen algunos escritores modernos. Se presenta. Lo
importante no es examinar el poema en pedazos. El poema se presenta como un
cuadro. Lo que usted ha dicho antes es parte de lo que yo pienso sobre la
poesía. La poesía aparece antes de todo análisis, por eso no va dirigida a la
razón. San Juan de la Cruz dice «un entender no entendiendo». Si te aproximas a
un poema con la idea de que te va a transmitir un mensaje absolutamente montado
sobre el conocimiento proposicional, jamás darás un paso adelante. Tienes que
entrar en el poema en su conjunto. Que el poema te aparezca como aparece un
cuadro.
Cernuda, Juan Ramón Jiménez... ¿son los
poetas que más han influido en su obra?
Juan Ramón es un poeta muy grande, que
no ha tenido en la literatura española la influencia que debería de tener
porque no se conocieron sus últimos libros a tiempo. En ellos demuestra que es
un poeta extraordinario. Cernuda es el poeta con quien yo más he dialogado, por
el que he sido influido. Pero no en el sentido de que lo copiara, sino que he
tratado, por así decir, como de destruirlo para poder vivir yo. Para poder yo
surgir de las cenizas de sus palabras. Mi relación con Cernuda sería la que
estudia Harold Bloom en un ensayo titulado «La ansiedad de la influencia». En
él habla de esta relación de pugna con el poeta mayor que te influye. Es como
la rebelión contra el padre. Esa es mi vinculación con Cernuda. Con Juan Ramón
no, es un poeta más distante. Pero yo también he manifestado admiración por
Antonio Machado que es un gran poeta, y considero que ha escrito en prosa el
libro más importante que haya tenido nunca el pensamiento español, «Juan de
Mairena». Las reflexiones que hay en él, son absolutamente insustituibles. Para
mí es un libro de cabecera. Entre los libros con los que uno duerme y vive
situaría también el «Oráculo» de Manuel de Gracián. La lectura de los textos de
Unamuno también me ha influido mucho.
Ha dicho que la palabra es la raíz de toda
creación y que toda creación es nostalgia del acto creador final ¿Se siente uno
Dios cuando escribe poesía?
Cuando se escribe, uno tiene que
borrarse, que deshacer su yo para que no se interfiera entre el universo y la
palabra poética. El poeta tiene que operar en sí una evolución espiritual para
aniquilar su yo. Lo mismo que el místico. Si todo está lleno de su yo, de su
ego, nada puede entrar en él. Ciertos poetas románticos como John Keats han
sentido muy vivamente esto. Keats dice en una carta, escrita alrededor del 827,
que el poeta no tiene identidad; tiene que borrar su yo para hacerse
transparente el universo. El místico liquida su yo para dejar entrar en él a
Dios.
Mineral, desierto, son elementos que
aparecen en sus poemas ¿Necesita la poesía del silencio, del vacío, para
surgir?
Por supuesto. La poesía necesita
comparecer ante la palabra. El poeta necesita operar en él el vaciado del que
hablábamos antes. Esto lo simboliza el desierto, que puede ser un desierto real
o simbólico. El poeta tiene que reducirse a la soledad. Y esperar a que la
palabra hable en él. Esto lo dice muy bien el poeta alemán, Novalis: que no es
escritor el que cree dominar el lenguaje, sino el que deja que la palabra hable
en él. Es darle la palabra a la palabra.
Usted vive en Almería
¿Ayuda el paisaje del que uno se rodea a la creación?
Desde luego. Sin duda el paisaje
desértico de Almería ha influido en mí. Yo soy gallego, natural de otros
paisajes, pero he terminado por afluir al paisaje almeriense y vincularme mucho
a él; por ese misterio, esa desnudez, esa austeridad, esa sequedad... Sí, tengo
una relación fuerte con el paisaje y con la luz. He vivido mucho tiempo en
Galicia, después viví en Oxford que es muy hermoso, pero que es una laguna
palúdica, un sitio muy húmedo. Después viví en Ginebra donde hacía un frío
espantoso. Luego en París, una ciudad absolutamente encantadora, con una
capacidad de cazar al visitante tremenda, pero que tiene un clima horrible. Al
final de toda esa etapa quería hacer el descenso de Goethe hacia la luz, hacia
el país donde florece el limonero. Esto me llevó hacia el sur. Me quedé en
Almería por azar, porque ¿escoges tú el sitio, o es el sitio el que te escoge a
ti? Yo creo que el sitio te escoge y en este caso la casa donde vivo me
escogió.
¿Cómo definiría los dos ciclos poéticos
que acaba de reeditar, «Punto Cero» y «Materia/Memoria»?
Estos dos libros responden a la materia
sobre la que trabaja el poeta, la memoria. Y la memoria es la madre de las
musas. El poeta trabaja sobre la memoria, porque en la memoria hay muchísimas
más cosas de las que recordamos. Hay un proceso de inmersión hacia el fondo de
la memoria a través de la palabra poética. A través de la palabra buscas la
memoria; porque como dice René Charles, el poeta francés, «las palabras saben
mucho más de nosotros que nosotros de ellas». Cuando pones una palabra en un
poema, lo haces con el sentido que tú quieres darle en ese momento y con los
sentidos que ha tenido esa palabra desde que existe. Por eso la aventura de escribir
es tan interesante. Estos dos libros que se han reeditado responden a ese
descenso a las capas de la memoria que yo divido, solo por razones de
explicación, primero en un descenso a la memoria individual y después en un
descenso a la memoria colectiva, que en mi caso es un descenso al tiempo de la
postguerra. Después hay un tercer descenso más radical a la materia del mundo.
Es el descenso más fuerte, más misterioso y más extremo.
¿Se podría pensar que en ese descenso
hay una confluencia entre la poesía y la ciencia?
El universo científico está operando
con lo invisible y por ello la ciencia y la poesía se aproximan mucho. Hay
muchos científicos como Einstein que han sido muy sensibles a la literatura y a
la música. El poeta debe alimentarse de la ciencia, por lo menos de los grandes
conceptos de la ciencia. Por ejemplo, los científicos actuales nos dicen que
hay en el universo más de un 90 por ciento de una cosa que llaman la materia
oscura, que es la materia que no conocemos. Ellos tienen que explorar esa
materia y el poeta también. El poeta tiene que sumergirse en esa zona oscura
para salir con algo. Debe meterse en esa materia como un buceador y salir con
cosas en las manos. Cuando sale las reconoce y las puede nombrar, antes no.
Actualmente está embarcado en el
proyecto de un nuevo libro titulado «Fragmentos para un libro futuro» en el que
uno de sus poemas comienza así: «Se va deshaciendo en leves girones de nada el
mundo» ¿Cómo ve el futuro?
Las perspectivas para mí no son muy alentadoras.
Tenemos que defendernos contra muchos procesos que están en marcha. Entre otros
el de la mundialización, que es un proceso de dominación, de aniquilación de
las diferencias, de planchado... Y lo que debemos es mantener a toda costa
estas diferencias, no dejarse invadir. Pero las tecnologías modernas lo van
planchando todo. Ahí están los procesos de Internet y a lo que llevan, a esas
matanzas que hacen los adolescentes en EE.UU. Y aquí no las hacen con pistolas
porque son más difíciles de obtener que allí. En lo que concierne a la guerra
con Yugoslavia, evidentemente Milosevic es un tirano que hay que eliminar y es
una verdad clarísima, pero también que la OTAN ha tardado muchísimo tiempo en
hacerlo, que han estado esperando y han intervenido en el último momento y mal,
también es verdad. Yo estoy contra la guerra, no creo en la guerra justa. Son
fenómenos de poder y la poesía está contra el poder. El poeta tiene que
alejarse del poder lo más que pueda, no acercarse, no buscar los favores del poder.
Y cuando sea necesario, estar en contra, aunque le cueste.
(EL CORREO / MADRID / 17-7-2020)
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