Traducción del
francés: Hugo Giovanetti Viola
1ª edición: Editorial Proyección / Uruguay / 1993, en
colaboración con la Universidad de Poitiers.
1ª edición virtual: elMontevideano Laboratorio de Artes /
2020, con el apoyo de la Universidad de Poitiers.
UN IMPERATIVO ESTÉTICO Y MORAL: LA CREACIÓN DE LA NOVELA
URBANA
CAPÍTULO PRIMERO
MODERNIDAD Y TEMÁTICA URBANA (2)
La crítica
latinoamericana (11) y los lectores -cuyo número no cesa de crecer- no se han
engañado con este fenómeno: todos han reconocido y saludado, en los múltiples
tipos humanos ofrecidos por Tierra de nadie o La vida breve -dos
obras que llamaron particularmente la atención en el momento de su publicación-
el advenimiento literario del “rioplatense” , ese “indiferente moral”, ese
“hombre sin fe ni interés por su destino”, como se ha complacido en calificarlo
el mismo escritor en el breve “mensaje” que precede a la novela en la primera
edición de Tierra de nadie. Sería peligroso sin embargo tomar al pie de
la letra el juicio emitido por Juan Carlos Onetti sobre sus propios personajes.
Nuestra legítima desconfianza frente a toda certidumbre prematura, nuestra
libertad frente al texto -aun tratándose de una “advertencia al lector”-, en
una palabra, todas esas saludables actitudes que el mismo escritor suele
recomendarnos, resultarían entonces papel mojado. También conviene recordar que
a partir de la segunda edición (en 1965) de Tierra de nadie, Juan Carlos
Onetti suprimió, por razones nunca explicadas -y que tal vez tomen en cuenta su
carácter pleonástico o a la inversa, excesivamente empobrecedor- el prólogo de
1941.
Como quiera que fuese,
otorgarles un crédito excesivo a declaraciones a las cuales el autor ha creído
poder renunciar sin perjudicarse, nos conduciría de hecho a amputar sus obras
de una multiplicidad de significaciones cuya superposición constituye
precisamente la riqueza. También creemos con Jaime Concha (12) que no es tanto
un “rasgo ético lo que define a estas criaturas de Onetti, sino el de ser
básica y primariamente existencias situadas en el mundo de la ciudad. Buenos
Aires es ellos -Araánzuru, Nené, Llarvi, Casal, Balbina, Violeta, Mauricio,
Mabel, etcétera…- y sólo ellos son Buenos Aires”. El mundo urbano no se reduce
pues únicamente al hastío, la indiferencia y el escepticismo. Él está en primer
lugar constituido, más allá de toda consideración moral o ideológica, por seres
inmersos en una situación determinada. La ciudad no tiene otra realidad en la
obra de Juan Carlos Onetti que las de las múltiples vidas que la componen.
Desde sus primeros cuentos hasta su última novela, ella se impone a través de
una notable diversidad de situaciones y una proliferación de lugares y seres
estructurados narrativamente en torno a dos polos: la entidad Buenos
Aires-Montevideo y la ciudad-pueblo de Santa María.
Los críticos de Juan
Carlos Onetti suelen distinguir las obras de “ambiente argentino” de aquellas
cuya acción se sitúa en Santa María. Así es como Tierra de nadie (1941),
Para esta noche (1943), La vida breve (1950) y Los adioses (1954)
pertenecen, según Juan Carlos Ghiano, al primero de estos dos grupos. Con
excepción de Los adioses, cuya acción se desarrolla en un pueblito
montañés de la región de Córdoba, pero cuyos personajes provienen directamente
de la capital, se supone que todos estos textos consiguen “(cifrar) la visión
de una América que se sitúa en Buenos Aires” (13). Hemos eliminado
deliberadamente de la lista elaborada por J.C. Ghiano la novela Para esta
noche que, contrariamente a sus afirmaciones, suscritas por buena parte de
la crítica, no tiene por escenario a Buenos Aires sino -según lo indican todas
las posibilidades- a una ciudad del Levante español: Valencia. Como quiera que
fuese, esta confusión -sobre la que volveremos cuando sea necesario- no altera
fundamentalmente la clasificación propuesta por el crítico argentino. En cambio,
es Santa María la que, al decir de Nelson Marra, “aparece (enfocada) desde
distintos puntos de vista (y observada) con apreciables diferencias en cuatro
novelas: La vida breve, Para una tumba sin bombre, El astillero y Juntacadáveres”.
El novelista, perpetuando una tradición literaria que se remonta a Balzac,
Stendhal y por supuesto Faulkner dispondría, según él, de “un ambiente
preferido en el cual trabajar y desarrollar su materia narrativa, ambiente que
en definitiva tiene la fuerza literaria de un personaje más” (14).
No podemos sin embargo contentarnos
con esta doble tentativa de clasificación, demasiado marcada, de las obras de
Juan Carlos Onetti. Por muchos méritos que tenga, nos resulta incompleta.
Habría que precisar en primer lugar qué sentido exacto conviene desprender de
la formulación “obras de ambiente argentino”. Porque contrariamente a lo que se
deja suponer, la noción de argentinidad no desempeña aquí un papel
determinante: la localización geográfica no debe ser interpretada en un sentido
restrictivo. Son de “ambiente argentino” no sólo los textos explícitamente
situados en Buenos sino también los afincados en Montevideo o en la ciudad
puramente imaginaria de Lavanda. Toda metrópoli moderna, activa y dinámica
tiene del derecho de reivindicar un status novelesco similar al de la capital de
la Argentina. Así, El pozo y Dejemos hablar al viento deberían
encontrar su lugar natural en la lista elaborada por Juan Carlos Ghiano. Además,
él aborda en su artículo sólo las novelas, dejando por lo tanto al margen los
cuentos (15) que, de 1932 a 1941, preparan el surgimiento del mundo urbano. En
cuanto a Nelson Marrra (16), si bien es cierto que él retrata con fidelidad la
gestación de la “ciudad-pueblo” de Santa María, no nos permite discernir
claramente las relaciones que unifican los dos ambientes fundamentales del
universo novelístico de Juan Carlos Onetti.
Notas
(11) Cf. al respecto los
artículos de Ángel Rama, de Carlos Martínez Moreno o de Jaime Concha, a los que
tendremos ocasión de referirnos.
(12) Jaime Concha, “Sobre
Tierra de nadie”, en Onetti, op. cit. P. 122.
(13) J. Carlos Ghiano, “Onetti,
novelista de la ciudad”, en Juan Carlos Onetti, Valoración múltiple, p.
131.
(14) Nelson Marra, “Santa
María, ciudad-mito”, Ibid., p. 138.
(15) Es en 1932 cuando
comienza en verdad la carrera literaria de Juan Carlos Onetti. Lamentablemente,
la primera versión de El pozo se extravía y él deberá esperar siete años
a que la novela sea publicada. Mientras tanto, Onetti continúa escribiendo una
serie de cuentos que la crítica no suele atender y que arrojan, a nuestro
juicio, una luz interesante sobre el conjunto de su obra.
(16) En su artículo -ya
citado- “Santa María, ciudad-mito”, Nelson Marra afirma que el origen de la
ciudad-pueblo debe buscarse en una de las primeras novelas de Juan Carlos
Onetti: La vida breve. Esta es una opinión generalmente compartida por
la crítica. Sin embargo, pensamos con Jorge Ruffinelli que sería bueno
remontarnos a otra obra de juventud del novelista, Tiempo de abrazar,
donde ciertos detalles extraños parecen ya contener en germen la particular
atmósfera de Santa María e incluso algunos de sus personajes más notables (cf. “Notas
sobre Larsen”, en Cuadernos Hispanoamericanos, op cit., p. 109, nota 5).
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