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Me molestaba el revoloteo
permanente de Abe Mortenson, aunque en realidad era nada más que un tonto. A
los tontos los podés perdonar porque corren siempre para el mismo lado y no
decepcionan a nadie. Los que te hacen sentir mal de verdad son los que te
decepcionan. Jimmy Hatcher tenía un pelo muy negro, la piel muy blanca y no era
tan grande como yo, pero se vestía mejor que nosotros y andaba siempre de
hombro levantado. Tenía facilidad para caerle bien a todo el mundo. Su madre
era camarera y su padre se había suicidado. Jimmy tenía una sonrisa de dientes
perfectos, y les gustaba a las chiquilinas aunque no fuera rico. Siempre andaba
con alguna. Yo nunca pude imaginarme lo que se decían entre ellos, porque las
chiquilinas no estaban a mi alcance y lo único que podía hacer era aparentar
que no existían.
Pero Hatcher, siendo tan
distinto, también andaba siempre alrededor mío, aunque yo sabía que no era
maricón.
-¿Por qué me seguís,
Jimmy? A mí no me interesás para nada.
-Dale, Hank, somos
amigos.
-¿Ah, sí?
-Sí.
Y una vez en la clase de
Inglés leyó un ensayo titulado “El valor de la Amistad” sin sacarme los ojos de
arriba. Era un ensayo estúpido y sin ninguna garra, pero todo el mundo lo
aplaudió y a mí se me ocurrió escribir un contra-ensayo titulado “El Valor de
la Absoluta Falta de Amistad”. La profesora no me dejó leerlo en clase y además
me suspendió.
Un día volvíamos a casa
con Baldy y Abe Mortenson (que vivía del otro lado del barrio, cosa que nos
salvaba de tener que aguantarlo) se nos acercó y dijo:
-Quisiera que me
acompañaran a la casa de mi novia, para que la conozcan.
-Andá a la mierda -dije.
-Mirá que vale la pena
-dijo Jimmy. -Ya le metí los dedos en la concha.
La chiquilina era
preciosa y se llamaba Ann Weatherton. Yo la conocía de vista: tenía el pelo
largo y los grandes ojos castaños, y cuando los pitucos se le iban arriba ella
los ignoraba con mucha clase.
-Tengo la llave de la
casa -dijo Jimmy. -Ella sale de clase a última hora, y podemos ir a esperarla.
-Qué aburrido -le dije.
-Dale, Hank -dijo Baldy.
-Si igual lo único que vas a hacer es ir a pajearte en tu casa.
-Eso no está tan mal -le
contesté.
Al final fuimos a la
casa, que era linda y estaba muy limpia. Un pequeño bulldog blanco y negro
saltó para recibir a Jimmy agitando su rabito.
-Este Huesitos -nos dijo.
-Me adora. Miren esto.
Jimmy se escupió la palma
de la mano y le empezó a frotar la verga al bulldog.
-¿Pero qué mierda estás
haciendo? -preguntó Baldy.
-Es que siempre lo dejan
atado en el patio y nunca se echa un polvo. ¡Necesita desahogarse!
-siguió pajeando Jimmy a Huesitos.
La verga se fue poniendo
asquerosamente roja. Era un pobre palito, y el perro empezó a gemir. Jimmy
levantó la cabeza sin dejar de pajearlo.
-¿Saben cuál es la
canción que nos gusta más a mí ya Ann? Es “Cuando el Crepúsculo Púrpura
Desciende sobre los Muros Adormecidos”.
Entonces Huesitos acabó arriba
de la alfombra y Jimmy se puso a aplastar la leche con los zapatos.
-En cualquier momento voy
a cojerme a Ann. Ella dice que me quiere y yo también le adoro esa concha que
tiene.
-Sorete -le dije a Jimmy.
-Me vas a hacer vomitar.
-Sé que no me lo estás
diciendo en serio, Hank -me contestó.
Y se metió en la cocina.
-Los padres y el hermano
de Ann son muy buena gente. El hermano sabe que me la voy a cojer pero no dice
nada porque sabe que le rompo el culo. Es un mierdita. Miren esto.
Y sacó una botella de
leche de la heladera. En mi casa no teníamos. Los Weatherston era una familia
acomodada, obviamente. Jimmy desenfundó la pija, le sacó la tapa de cartón a la
botella y se la puso adentro.
-Es un poco, no más.
Nunca se van a dar cuenta de que se están tragando mi meada…
Después cerró la botella,
la sacudió y la volvió a poner en la heladera.
-Acá hay gelatina, también
-dijo. -Es para el postre de esta noche. Y van a comer… -levantó un bol gelatina
justo cuando se oyó el ruido de una llave en la puerta del frente. Entonces
Jimmy volvió a guardar la gelatina en la heladera.
Ann entró en la cocina.
-Ann -dijo Jimmy-, quiero
que conozcas a mis buenos amigos Hank y Baldy.
-¡Hola!
-¡Hola!
-¡Hola!
-Este es Baldy. El
otro es Hank.
-¡Hola!
-¡Hola!
-¡Hola!
-Los conozco del campus,
muchachos.
-Claro -dije yo. -Siempre
andamos por ahí. Y yo también te conozco de allí.
-Sí -dijo Baldy.
Jimmy miró a Ann.
-¿Estás bien, nena?
-Sí, Jimmy. Siempre pensando
en vos.
Y se le acercó a
abrazarlo. Después empezaron a besarse. La cara de Jimmy quedó frente a nosotros,
y nos hacía guiñadas con el ojo derecho.
-Bueno -dije. -Nos
tenemos que ir.
-Sí -dijo Baldy.
Entonces salimos y nos
fuimos caminando por la vereda hasta la casa de Baldy.
-Este botija se las sabe
todas -dijo él.
-Sí -contesté.
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