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ANTECEDENTES DEL MAL - JORGE LIBERATI especial para elMontevideano Laboratorio de Artes


Existe una anomalía en la historia, cuyas consecuencias asoman en la actividad social, cultural, política y moral con regularidad asombrosa. Desde los tiempos ya lejanos en que nacieron las sociedades modernas existe un profundo desfasaje entre la ciencia y el ser humano originario, cuyo fósil mental permanece y asoma en las ideas y en la acción. Quizá todo se inicia con el sacudimiento de las creencias religiosas en la Baja Edad Media, muy arraigadas y radicalizadas en los hábitos bucólicos del terruño y el feudo, con el importante desarrollo de las ciudades, el intercambio del comercio regular entre ellas y la consecuente interpenetración de culturas, etnias, costumbres, lenguas y valores.

No termina de evolucionar y de coordinarse entre sí lo que atañe a la física y lo que atañe a psicología, a los sentidos del cuerpo y a los sentimientos del alma. Pues, si avanza la física, se queda atrás la psicología y, si avanza la psicología, la otra se repliega. Si predomina lo subjetivo, la cultura, el arte, el sentimiento, la solidaridad, se queda atrás lo objetivo, la ciencia, la tecnología, el conocimiento de la realidad, el cálculo y las magnitudes. Las grandes direcciones por las que se encamina la modernidad facilitan la evolución de la física: la libertad facilita el desempeño del ingenio y de las habilidades prácticas, de la educación, del orden y la justicia, que luego la igualdad se encarga de emparejar, diseminar, aunque no lo logre completamente y sólo inicie el movimiento que lleva a la democracia y al estado de derecho. La fraternidad, en cambio, no se orienta con facilidad por ese camino, y en lenta marcha va quedando atrás, a la retaguardia.

Jamás se equilibran definitivamente el ansia de libertad, la equidad entre las personas y la solidaridad y la fraternidad que deberían regularse y actuar como una especie de termóstato que controlara la interacción y el pensamiento. Ocurre inevitablemente la particularización de los intereses y la egotización general, todo en el marco de una puja por el poder y el dominio de todos por parte de uno solo. Ocurre la sublimación de la libertad y de la igualdad como principios, y el relegamiento de la fraternidad.

Dada la primacía de lo físico, de lo palpable y tocable, de lo menos vulnerable, como los sentimientos, la fraternidad cae bajo la égida de la libertad y la igualdad, proclamadas como principios universales a raíz de la Revolución Francesa en 1789. Este hecho se asume como se asumen las grandes verdades de la historia, las de los mitos y las religiones que sirvieron de pretexto para que dinastías de reyes, príncipes y emperadores gobernaran las naciones durante centurias o milenios. Hasta que los principios de la nueva doctrina prevalecieran y consolidaran el fin de la mitificación, de la superstición, de las primacías de castas, clases sociales, grupos secretos de interés, con lo que se consagra el triunfo de la moderna humanización.

Sin embargo, es una humanización renga, la del homo sapiens, que no incluye al homo eligente, o int-eligente como lo describía Ortega y Gasset. Este homo es el hombre originario, el que elige, el hombre de la ética, es decir, el hombre que cultiva el arte de elegir. Esta renguera representa el famoso punto de inflexión, la frontera entre dos grandes estaciones o zafras culturales en la historia de la humanidad. A partir de ese punto revolucionario, el avance del conocimiento y su maravillosa consagración en la tecnología succionan los intereses y modifican las ideas y la acción, ocasionando un vacío en la conciencia y en los sentimientos. Así ocurre con las grandes innovaciones científicas y tecnológicas, ante las cuales la conciencia reacciona en un falso plano de correspondencia. La libertad y la igualdad se modifican, eventualmente se amplían y evolucionan hasta configurar una nueva forma de comportamiento en la inmediatez de la vida. La persona adquiere más libertad y adopta las novedades, se aggiorna, acicala con sus primores, aunque tenga que enfrentar dificultades, asumir costos, exponerse a sacrificios y penas.

Pero, para el sustrato espiritual no es tan fácil, y una criatura invisible rezonga por lo bajo y se estremece por esa falta de correspondencia que tarda mucho en corregirse y equilibrarse. Quien rezonga es la fraternidad, pues se resiente con el tratamiento generalizado que trasplanta lo físico a lo psicológico. No ha evolucionado como han evolucionado la libertad y la igualdad. Y, si éstas disponen de instituciones que las protegen y promueven, el estado de derecho, la justicia, los poderes del Estado, la fraternidad queda sin institución que la ampare o apenas cuenta con un ministerio social que no puede sino burocratizar la fraternidad, sistematizarla como hace con los principios, porque no puede sistematizar un sentimiento semejante a la misericordia y la compasión que sustentan la fraternidad.

Porque la fraternidad, a diferencia de la libertad y la igualdad, no funciona como un principio sino, más bien, como un sentimiento, como emoción y hasta como pasión. La fraternidad se siente así como se siente el amor, la amistad, la caridad, la piedad. Y no se puede incluir con facilidad en el orden estatuido en que figuran las bases de la sociedad liberal, democrática, republicana, en la que predominan las instituciones bajo la sombra abarcadora del contrato social. Hay que reconocer que la humanidad extraña el desamparo, el estado de éxtasis debido a las viejas creencias que subsanaban mágicamente las desgracias y los sinsabores. Extraña lo poco que la modernidad no ha podido darle.

Extraña la caricia de los Evangelios, la prepotencia de los dioses profanos y la falsedad encantada de las leyendas. Y no se ha podido recrear la palpitación de los sentimientos en las instituciones de las sociedades modernas, pues no se ha podido imbuir de espiritualidad al cuerpo social. Tratada como derecho sin ser un derecho, tratada como principio sin ser un principio, la fraternidad termina bajo una falsa condición ajena a la órbita indiferenciada de la subjetividad a la que pertenece. Tratada como sujeto de derecho, se deshace en su condición de hecho, de sujeto aislado y diferenciado. Esa es la historia oculta del mal que nos golpea, la larga serie de ideas y conductas que mojonan el camino y desembocan en nuestro tiempo. 

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