Carl Jung fue entrevistado por la BBC en 1959. La entrevista es una pieza verdaderamente memorable. Jung tenía entonces 84 años y la entrevista ocurrió en su casa en Küsnacht, Suiza, a las orillas del lago de Zúrich, donde pasó buena parte de sus últimos años construyendo cerca de esta propiedad una torre y grabando en piedras misteriosas frases de textos alquímicos. Jung murió en 1961 y con él una de las grandes mentes del siglo XX. El lugar es hoy un museo y, según algunos visitantes, sigue estando encantado por el espíritu del hombre que decidió con inigualable convicción explorar las profundidades del alma humana, particularmente del alma occidental.
En la entrevista, que le hizo el
periodista John Freeman, se puede ver a Jung en toda su madurez: un sabio que
era también un mago. Por ciertos momentos en su carrera, Jung intentó
legitimar su trabajo envolviéndolo en lenguaje científico y tomando un
acercamiento propio de las ciencias. Sin embargo, a diferencia de la psicología
moderna, que intenta revestirse de un carácter "objetivo", es
evidente que la psicología, por definición, no puede ni siquiera pretender ser
objetiva. Dicho eso, la subjetividad que Jung investigó (como se revela en esta
entrevista o en su biografía y particularmente en el llamado Libro rojo) es
una subjetividad que trasciende al individuo y que, según Jung, tiene un
componente arquetípico colectivo. Se trata de una especie de fuerza
universal.
En efecto, si se lee con cuidado a
Jung, uno encuentra que el psicólogo suizo creyó probar la existencia del
arquetipo de Dios o de la totalidad de la existencia manifestándose
(individuándose) en el individuo. Como muestran estos textos, desde que era
niño y particularmente en una "confrontación con el
inconsciente" antes de la Primera Guerra Mundial, Jung tuvo una serie
de experiencias místicas que fueron fundamentales en su pensamiento.
Famosamente, Jung contestó a la
pregunta de Freeman "¿Usted cree en Dios?" diciendo "Yo no creo.
Yo sé". Esta respuesta un tanto misteriosa ha sido interpretada de
muchas maneras. ¿Implican sus palabras una respuesta afirmativa que trasciende
la mera fe y se apuntala en la certidumbre del psicólogo que siempre quiso ser
un arqueólogo o un espeleólogo, alguien que penetra las profundidades del
tiempo y del espacio? E. A. Bennet, en su libro Lo que
verdaderamente dijo Jung, aclara la interrogante. Bennet
publicó una explicación que Jung dio precisamente a su respuesta en
una carta dirigida a The Listener, del 21 de enero
de 1960; dijo ahí Jung:
Todas las cartas que
he recibido recalcan mi supuesto "conocimiento" (de Dios). Mi
opinión acerca del «conocimiento de Dios» no es convencional, por lo que
comprendo que haya podido insinuarse que no soy cristiano. Sin embargo, yo me
considero cristiano porque me apoyo enteramente sobre conceptos cristianos.
Sólo que intento esquivar sus contradicciones internas adoptando una actitud
más modesta, que toma en consideración las vastas tinieblas de la mente humana.
El cristianismo, como el budismo, manifiesta su vitalidad mediante una
evolución constante. Nuestra época exige sin duda ideas nuevas a este respecto,
y no podemos seguir pensando como en la antigüedad o en la Edad Media cuando
abordamos la esfera de la experiencia religiosa. No afirmé en la emisión: «Dios
existe», sino «No necesito creer en Dios; lo conozco». Ello no significa:
conozco a un dios particular (Zeus, Jehová, Alá, la Santísima Trinidad, etc.),
sino: sé inequívocamente que me hallo ante un factor desconocido en sí mismo,
al que llamo «Dios» en consensu omnium ("quod
semper, quod ubique, quod ab omnibus creditur"), Lo recuerdo y Lo evoco
siempre que Lo nombro cuando me invade la ira o el miedo, o siempre que,
involuntariamente, exclamo: «¡Dios mío!». Ello ocurre cuando me hallo frente a
alguien o algo más fuerte que yo. Dios es un nombre idóneo para cualquier
emoción arrolladora que brote en mi sistema psíquico, avasallando mi voluntad
consciente y usurpando el control de mí mismo. Con este nombre designo todo
cuanto surge en el camino de mi albedrío violenta y ciegamente, todo cuanto
desbarata mis ideas, proyectos e intenciones y altera el curso de mi vida para
bien o para mal. De acuerdo con la tradición, doy a la fuerza del destino
(tanto en su aspecto positivo como negativo, y por no someterse a mi control)
el nombre de "dios", o "dios personal", ya que soy casi mi
destino, sobre todo cuando este toma la forma de la voz de la conciencia,
un vox Dei con el que puedo incluso conversar y discutir.
(Obramos así sabiendo lo que hacemos. Somos a la vez sujeto y objeto). No
obstante, sería una inmoralidad intelectual pretender que mi concepto de dios
es el Ser universal y metafísico de las confesiones y filosofías. Tampoco
cometo una irreverente hipóstasis ni afirmo con arrogancia: "Dios es
necesariamente bueno". Tan sólo mi experiencia es buena o mala. Además, sé
que la voluntad suprema trasciende la imaginación humana. Dado que conozco la
existencia de una voluntad suprema en mi propio sistema psíquico, conozco a
Dios y, si me atreviera a cometer la ilegítima hipóstasis de mi imagen,
añadiría: un Dios más allá del bien y del mal, que reside en mí mismo y en
todas partes: Deus est circulus cuius centrum est ubique, cuius
circumietentia vero nusquam. [Dios es una esfera cuyo centro está en todas
partes y cuya circunferencia en ninguna].
Se podría pensar que la respuesta de
Jung es un poco esquiva, pero en realidad aquí tenemos plasmado mucho de
lo que que podemos llamar la teología de Jung, pues el psicólogo suizo, tanto
por la influencia de su padre como de sus antepasados, siempre estuvo llamado a
ser teólogo y, a fin de cuentas, de su propia manera única, lo
fue. Vemos aquí la idea gnóstica de Jung de que Dios no es únicamente
bueno sino que abarca también el mal, es decir, es un concurso de fuerzas que
tienden hacia su síntesis o conjunción. Vemos también la idea esencial de Jung
que guió su vida personal y su psicología: la noción de que existe una voluntad
superior que se manifiesta a través del individuo (una voz que debe ser
escuchada en sueños, fantasías, irrupciones numinosas, etc.); voluntad que,
como el espíritu de Hegel y como el Dios cristiano, se manifiesta en la
historia, moldea incluso la historia para hacer aparecer, en medio del temor y
el temblor, su misterio tremendo.
El mismo Jung parece haber sentido que
la divinidad se manifestaba a través de él, algo que por supuesto es
difícil de digerir para muchos de sus seguidores que preferirían un Jung
más domesticado, más científico y menos místico.
https://www.youtube.com/watch?v=KqOXWpBe2bk
(PIJAMASURF/ 11-3-2020)
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(PIJAMASURF/ 11-3-2020)
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