miércoles

ESTÉTICA DE LA CREACIÓN VERBAL (44) - MIJAIL. BAJTIN


AUTOR Y PERSONAJE EN LA ACTIVIDAD ESTÉTICA (14)

LA TOTALIDAD TEMPORAL DEL HÉROE
(el problema del hombre interior o el alma) / 4

Cuando el ser del otro define irrevocablemente y de una vez para siempre el argumento principal de mi vida, cuando las fronteras entre la existencia válida y la no-existencia del otro estén abarcadas totalmente por mis fronteras, jamás dadas y en un principio no vivenciadas, cuando el otro sea vivenciado (provisionalmente abarcado) por mí a partir de natus est anno Domini hasta mortuus est anno Domini se vuelve absolutamente claro el hecho de ser estos natus-mortuus, en toda su concreción y fuerza, fundamentalmente no vivenciables con respecto a mi propia existencia, y puesto que mi propia vida no puede llegar a ser tal acontecimiento, mi vida suena para mí de una manera totalmente diferente en comparación con la del otro, y se vuelve muy nítida la ligereza argumenticia de mi vida en su contexto propio y que su valor y sentido se encuentran en un plano valorativo totalmente distinto. Yo mismo soy la condición de la posibilidad de mi vida, pero no soy su protagonista valioso. Yo no puedo vivenciar el tiempo emocionalmente concentrado que abarca mi vida, así como no puedo vivenciar el espacio que me enmarca. Mi tiempo y mi espacio son tiempo y espacio del autor, no con respecto al otro, a quien abarcan, pero no estéticamente pasivo; se puede estéticamente justificar y concluir al otro, mas no a uno mismo.

Con lo cual no disminuye para nada, por supuesto, la importancia de la conciencia moral de la mortalidad y de la función biológica del miedo a la muerte y la evasión a esta, pero esta mortalidad anticipada desde el interior se distingue radicalmente de la vivencia desde afuera de la muerte del otro y del mundo donde se desenvuelve el otro en tanto que individualidad cualitativamente definida e igualmente se distingue de mi propia orientación valorativa hacia tal acontecimiento: sólo esta orientación puede ser estéticamente productiva.

Mi actividad prosigue aun después de la muerte del otro, y los momentos estéticos empiezan a predominar en ella (en oposición a los valores morales y prácticos): se me presenta la totalidad de su vida liberada de los momentos del futuro temporal, de los propósitos y deberes. Cuando pasan los funerales y se instala el monumento fúnebre, les sucede la memoria. Se me presenta toda la vida del otro fuera de mí, y es ahora cuando se inicia la estetización de la personalidad, esto es, su concretización y acabado en una imagen estéticamente significativa. De la postura emocional y volitiva con respecto al recuerdo del finado nacen esencialmente las categorías estéticas de la constitución del hombre interior (también las del hombre exterior), porque sólo esta postura con respecto al otro posee un enfoque valorativo hacia la totalidad temporal ya acabada de la vida exterior e interior del hombre; y reiteramos que aquí no se trata de la presencia de todo el material de la vida (de todos los hechos biográficos), sino ante todo de la existencia de un enfoque valorativo que pudiese darle una forma estética a un material determinado (el acontecer argumental de una personalidad dada). La memoria del otro y de su vida es radicalmente distinta a la contemplación y recuerdo de la vida propia: la memoria ve la vida y su contenido desde un punto de vista formal diferente, y sólo la memoria es estéticamente productiva (el momento contenidista puede, desde luego, proporcionar la observación y el recuerdo de la vida propia, pero no ofrece una participación formadora y conclusiva). El recuerdo de la vida concluida del otro (también es posible una anticipación del final) posee una llave de oro para concluir estéticamente la personalidad. El enfoque estético de una persona viva anticipa su muerte, determina su futuro y lo vuelve casi innecesario, porque a todo determinismo espiritual le es inmanente el fatalismo. La memoria es el punto de vista de la conclusividad valorativa; en cierto sentido, la memoria no tiene esperanza, pero en cambio sólo ella puede apreciar por encima del propósito y del sentido una vida ya concluida y presente.

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