AUTOR Y PERSONAJE EN LA ACTIVIDAD ESTÉTICA (11)
b)
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Es precisamente la
vivencia simpática (y solamente ella) que posee fuerza para combinar lo
interior con lo exterior en un solo plano. Desde adentro de la vida vivenciada
no hay aproximación posible al valor estético de lo externo en esta misma vida
(el cuerpo), y tan sólo el amor como una aproximación activa al otro hombre
combina la vida interior vivenciada externamente (el propósito vital del mismo
sujeto) con el valor del cuerpo vivido desde el exterior, para fundirlos en un
solo hombre como fenómeno estético; es la que combina la orientación con el
sentido, el horizonte con el entorno. El hombre integral es producto de un punto
de vista estético y creativo, y solamente de él; el conocimiento es indiferente
con respecto al valor y no nos ofrece un hombre concreto y único; el sujeto
ético por principio no es unitario (un deber propiamente ético se vive en la
categoría del yo); el hombre integral es producto de un punto de vista
estético y creativo, y ubicado al exterior (abstraemos aquí las vivencias
religiosas del hombre). Desde un principio, una vivencia simpática aporta a la
vida vivenciada los valores que la transgreden, desde un principio la traslada
a un nuevo contexto de valores y significados, desde un principio puede
aportarle un ritmo temporal y ubicarla espacialmente (bilden, gestalten).
Una vivencia participada pura carece de todo punto de vista, aparte de aquellos
que sean posibles desde el interior de la vida participada empáticamente, y
entre estos puntos de vista no existe los estéticamente productivos. La forma
estética, como expresión adecuada de esta vivencia, no se crea ni se justifica
desde el interior de esta, tendiendo al límite de la autoexpresión pura (expresión
de la actitud inmanente de una conciencia solitaria hacia sí misma), sino que
se constituye por la simpatía y el amor que van a su encuentro y que son
estéticamente productivos. La forma estética, como expresión adecuada de esta
vivencia, no se crea ni se justifica desde el interior de esta, tendiendo al
límite de la autoexpresión pura (expresión de la actitud inmanente de una
conciencia solitaria hacia sí misma), sino que se constituye por la
simpatía y el amor que van a su
encuentro y que son estéticamente productivos; en este sentido, la forma
expresa la vida que la está creando, y lo activo en esta forma no es la vida
expresada sino el otro que se encuentra fuera de ella: el autor, y la
vida misma, es pasivo en relación con su propia expresión estética. Pero
en un enfoque semejante la palabra “expresión” resulta inadecuada y debe ser
abandonada como algo que corresponde más a la comprensión puramente expresiva
(sobre todo el alemán Ausdruck); el término de la estética impresiva
expresa el acontecimiento estético real mucho mejor; el concepto de “representación”
puede ser válido tanto para las artes espaciales como para las temporales; esta
palabra transfiere el centro de gravedad del héroe al sujeto estéticamente
activo que es el autor.
La forma expresa el
carácter activo del autor con respecto al héroe, que es el otro hombre; en este
sentido se puede decir que la forma es resultado de la interacción entre el
héroe y el autor. Pero en esta interacción el héroe es pasivo; no es el que
expresa, sino lo expresado; sin embargo, como tal, siempre determina la forma,
porque esta le debe corresponder, debe concluir desde el exterior precisamente su
propósito interno vital; de este modo la forma le ha de ser adecuada pero
no como su autoexpresión posible. Mas esta pasividad del héroe con respecto a
la forma no se ofrece desde un principio sino que es programada y se realiza
activamente, se conquista en el interior de la obra de arte, se conquista tanto
por el autor como por el espectador, los que no siempre salen victoriosos. Esto
se logra tan sólo mediante una extraposición intensa y amante del
autor-contemplador respecto al héroe. El propósito vital interno del héroe
desde su mismo interior posee una necesariedad inmanente, una ley propia que a
veces nos obliga a formar parte de su círculo, de su proceso de su formación
absolutamente vital que no tiene solución estética hasta tal grado que logramos
perder una posición firme fuera de este círculo y llegamos a expresar al héroe
desde su mismo interior y junto con él; allí donde el autor se funde con el
héroe tenemos, en efecto, la forma como una expresión pura en tanto que
resultado del carácter activo del héroe, fuera del cual no hemos logrado
ubicarnos; pero el carácter activo del mismo héroe no puede ser activo
estéticamente: en él pueden aparecer la necesidad, el arrepentimiento, la
súplica y, finalmente, una pretensión dirigida a un posible autor, pero no pude
ser originada una forma estéticamente concluida.
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