CANCIÓN SEGUNDA (5)
¡Oh cauterio suave!
¡Oh regalada llaga!
¡Oh mano blanda! ¡Oh
toque delicado.
que a vida eterna sabe
y toda deuda paga!
Matando, vida en muerte
la has trocado.
DECLARACIÓN (5)
8
/ ¡Oh dichosa llaga, hecha por quien no sabe sino
sanar! ¡Oh venturosa y mucho deliciosa llaga, pues no fuiste hecha sino para
regalo y deleite del alma llagada! Grande eres, ¡oh deleitable llaga!, porque
es grande el que te hizo; y es grande tu regalo, porque el fuego del amor es
infinito, que según tu capacidad y grandeza te regala. ¡Oh, pues, regalada
llaga, y tanto más subidamente regalada, cuanto más en el infinito centro de la
sustancia del alma tocó el cauterio, abrasando todo lo que se pudo abrazar,
para regalar todo lo que se pudo regalar! Este cauterio y esta llaga podemos
entender que es el más alto grado que en este estado puede ser. Porque hay
otras muchas maneras de cauterizar Dios al alma que no llegan aquí ni son como
esta, porque esta es toque solo de la Divinidad en el alma, sin forma ni figura
intelectual ni imaginaria.
9
/ Pero otra manera de cauterizar el alma con forma intelectual
suele haber muy subida y es en esta manera: acaecerá que, estando el alma
inflamada en amor de Dios, como aquí habremos dicho, aunque no esté tna
calificada (pero harto conviene que lo esté para lo que aquí quiero decir), que
sienta embestir en ella un serafín con una flecha o dardo encendidísimo en
fuego de amor, traspasando a esta alma que ya está encendida como ascua, o como
llama, por mejor decir, y cauterizada subidamente; y entonces, con este cauterizar,
traspasándola con aquella saeta, apresúrase la llama del alma y sube de punto
con vehemencia, al modo que un encendido horno o fragua cuando le hornaguean o
trabucan el fuego y afervoran la llama; y entonces, al herir de este encendido
dardo, siente la llaga el alma en deleite sobremanera, porque, demás de ser
ella toda removida con gran suavidad al trabucamiento y moción impetuosa
causada por aquel serafín, en que siente grande ardor y derretimiento de amor,
siente la herida fina y la yerba con que vivamente iba templando el hierro,
como una viva punta en la sustancia del espíritu, como en el corazón del alma
traspasado.
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