miércoles

CHARLES BUKOWSKI - JAMÓN Y CENTENO (LA SENDA DEL PERDEDOR) - 30


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Además de Richard Waite, había otro tipo problemático en la clase. Harry Walden. Las chiquilinas pensaban que Harry Walden era lindo, porque tenía unos largos bucles dorados y se vestía con ropa fina y delicada. Parecía un petimetre del siglo dieciocho emperifollado con extraños verdes y azules oscuros. No sé dónde carajo los padres le encontraban ese tipo de ropa. Y siempre se sentaba muy erguido y escuchaba con atención. Como si entendiera todo. “Es un genio” decían las chiquilinas. Yo no creía lo mismo. Y lo que no entendía era por qué ningún muchacho se trataba con él. Me molestaba. ¿Cómo podía zafar con tanta facilidad?

Un día me lo encontré en el vestíbulo y lo encaré.

-A mí no me parece que seas un montón de mierda -le dije-. ¿Por qué todo el mundo piensa que sos un montón de mierda caliente?

Warden desvió la mirada por arriba mía, hacia la derecha. Y cuando miré para el mismo lado, me esquivó como si yo fuera algo encontrado en una alcantarilla, y enseguida ya estaba sentado en su pupitre.

Casi todos los días la señorita Gredis seguía exhibiendo todo lo exhibible y Richard se enloquecía mientras Warden permanecía inmóvil, con el aire de creerse un genio. Me enfermaba.

Entonces les pregunté a algunos compañeros:

-¿Ustedes realmente piensa que Harry Walden es un genio? Lo único que hace es quedarse allí callado con su ropa fina. ¿Qué demuestra con eso? Todos nosotros podríamos hacer lo mismo.

Pero nadie me contestaba. Y yo no podía entender qué les parecía ese tipo de mierda. Las cosas empeoraron. Apareció el rumor de que Harry Walden iba a ver a la señorita Gredis todas las noches, que era su alumno preferido y que hacían el amor. Y todo eso me enfermaba. No me podía imaginar a Harry sacándose su delicado traje verde y azul, doblarlo en una silla y después sacarse los calzoncillos de satén naranja para meterse entre las sábanas donde la señorita Greidi le acariciaba los bucles dorados mientras le hacía otras cuantas cosas.

El rumor lo hicieron correr las chiquilinas, que siempre parecían saber todo. Y aunque no le tenían simpatía a la señorita Gredis, pensaba que aquello era algo perfectamente razonable porque Harry Walden era un genio delicado y necesitado de toda la simpatía que se le pudiera ofrecer.

Volví a encarar a Harry Walden en el vestíbulo.

-¡A mí no me tomás el pelo, hijo de puta! ¡Te voy a reventar de una patada en el culo!

Harry Walden me miró. Después señaló algo por arriba de mi hombro y dijo:

-¿Qué es eso que hay allí?

Me di vuelta a mirar, y él se esfumó de golpe hacia su pupitre. Y allí se mantuvo a salvo rodeado por todas las chiquilinas que lo adoraban porque pensaban que era un genio.

Cada vez había más rumores sobre las visitas nocturnas que le hacía Harry Walden a la señorita Gredis. A veces Harry faltaba y esos días yo me alegraba, porque tenía que aguantar nada más que el golpeteo rítmico y no la adoración que sentían las chiquilinas con sus polleras y sus suéters y sus trajecitos almidonados por aquel pedazo de boludo. Y cuando Harry faltaba ellas murmuraban:

-Es que es tan sensible…

Y Red Kirkpatrick decía:

-Ella lo debe estar matando a polvos.

Una tarde que encontré el asiento de Harry Walden vacío, pensé que era un faltazo común. Entonces la noticia corrió de pupitre en pupitre. Yo era siempre el último en enterarme. Al final escuché que Harry Walden se había suicidado. La noche anterior. La señorita Gredis todavía no sabía nada. Yo miré hacia banco. Nunca más volvería a sentarse allí. Toda aquella ropa colorida se había ido al carajo. La señorita Gredis terminó de pasar lista, bajó y se sentó a cruzar las piernas en el pupitre delantero. Llevaba puestas las medias de seda más finas que le habíamos visto nunca. Y se había arremangado la falda casi hasta las caderas…

-Nuestra cultura americana -dijo- está destinada a la grandeza. La lengua inglesa, ahora tan limitada y estructurada, va a ser reinventada y mejorada. Nuestros escritores van a utilizar lo que yo llamo americanés…

Sus medias tenían casi el color de la carne. Era como si no las estuviera usando, como si estuviera desnuda frente a nosotros, pero como además no estaba desnuda pero parecía estarlo, la cosa era muchísimo mejor.

-Y descubriremos más y más nuestras propias verdades y nuestro propio modo de hablar, y esta nueva voz no va a estar estropeada por viejas historias, viejas costumbres, y sueños viejos e inútiles…

-“BUMP, BUMP, BUMP…”

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