por Ricardo Marín
“A todo mundo se
le dificulta el amor propio,” dijo Philip Seymour Hoffman en entrevista
para The Guardian en 2011. Su entrevistador acababa de decirle
que, en su opinión, ningún actor había logrado personificar el odio a uno mismo
tan bien como él. “Creo que es parte de la condición humana, despertarse e
intentar vivir tu día de una forma en la que puedas irte a dormir sintiéndote
bien contigo mismo. Me interesan las partes de mí que luchan con eso”, remató
el actor.
Hoy, después de su
trágico fallecimiento por sobredosis de heroína, el 2 de febrero de 2014, esas
palabras tienen un eco distinto. Hoffman reconocía que su trabajo le exigía una
superación extenuante, pero más allá de eso nunca expresó más que placer hacia
su profesión.
Philip Seymour
Hoffman, uno de los íconos cinematográficos más relevantes de las últimas tres
décadas, era un actor cuya tracción no se detuvo en años, otorgando papeles
memorables película tras película y con un estilo tan variado que fue imposible
de encasillar. Muchos periodistas, críticos y divulgadores llamaban a Hoffman
un character actor o “actor de personaje/género”, un término
que describe a quienes hacen papeles de reparto, personajes cotidianos para
rellenar el cuadro con talento, pero sin acaparar demasiada atención.
Esta definición es
tan precisa como desacertada para hablar de Hoffman. Ciertamente fue un
personaje de reparto en la mayoría de sus películas. Su trabajo casi siempre
fue estar cerca del protagonista, o compartiendo esta labor con alguien más.
Sin embargo, fue un actor que jamás se disolvió en el fondo. Hoffman fue —cuando
menos— memorable en cada uno de sus papeles, sin importar los pocos
parlamentos que tuviera.
Philip
Seymour Hoffman nació el 23 de julio de 1967 en los suburbios de Nueva
York. De acuerdo a una entrevista con el New York Times, asistió
cuando tenía 12 años a una presentación de Todos eran mis hijos (All
my sons es el nombre original), obra del dramaturgo estadounidense
Arthur Miller, y algo cambió dentro de sí. “Fue como un milagro para mí”,
declaró el actor. En ese momento supo que esa debía ser su profesión y
eventualmente llegó a estudiar actuación en la Universidad de Nueva York (NYU),
específicamente en la escuela de artes Tisch, uno de los programas artísticos
más prestigiosos del mundo.
Su carrera en el
cine comenzó con pequeños papeles secundarios que poco a poco le ganaron fama.
El primero que le atrajo reflectores vino con Perfume de Mujer,
donde compartió cuadro con Al Pacino y encarnó a un estudiante rico y odioso.
Posteriormente, su amistad con Paul Thomas Anderson lo
llevó a un rol clave en Boogie Nights, donde interpretó a un
sonidista gordinflón de la industria pornográfica que parece incapaz de
respirar por la nariz, o quitar su cara de confusión total. Este papel fue
descrito por David Fear de Rolling Stone como un “perfecto y
desvergonzado perdedor”, un análisis más que verdadero.
Sus personajes
en Perfume de Mujer y Boogie Nights no son ni
simpáticos ni parecidos, el primero es privilegiado, mientras el
segundo se mueve con una ingenuidad molesta pero inofensiva. Sin embargo, ambos
son memorables por su retrato de toda esa gente que transita entre lo gris y lo
repulsivo. Este es quizá el rasgo característico de Philip Seymour Hoffman: su
capacidad de darle profundidad emotiva a personajes que en el guion parecían
poco atractivos. Hoffman nunca fue un actor de perfil hollywoodense ni
sobreactuado, sus papeles contenían siempre la mesura necesaria para no ser ni
el foco de atención, ni una mosca en la pared. “Estoy seguro que las
personas en las grandes corporaciones de Hollywood no saben exactamente qué
hacer con alguien como yo. Pero eso está bien. Creo que hay personas que sí
están interesadas en lo que hago,” dijo alguna vez al Chicago Sun
Times.
Su ruta de papeles
secundarios siguió en películas como Patch Adams, donde interpreta
a un doctor aprehensivo. Luego vino El Gran Lebowski, donde
personificó a un asistente lambiscón que suma humor negro a la cinta de los
hermanos Coen. No obstante, el rol que lo catalogaría definitivamente como el
excéntrico perdedor del cine sería el largometraje Happiness, de
Todd Solondz. En este caleidoscopio de depravados, Hoffman encarna a un
pervertido oficinista que acosa sexualmente a mujeres a través del teléfono.
Con escenas del personaje masturbándose en primer plano, el actor perseguía una
vez más la destrucción de su vanidad como artista. Sus personajes no estaban
ahí ni para ser amables ni para alagar a nadie. Eran hombres que vivían en los
límites de la sanidad moral y que desde ahí lograron conectar con el
espectador.
Sin embargo, Philip
Seymour Hoffman no interpretó siempre personajes desagradables. En su
multifacética trayectoria, el artista también tuvo actuaciones excelentes
personificando hombres amables, agudos o reflexivos. Magnolia, su
tercera colaboración con Paul Thomas Anderson, presenta a un Hoffman empático y
caritativo, interpretando al casi ángel guardián de un ejecutivo de televisión
a punto de morir. Quizá su rol más conocido en esta línea está en Capote,
donde interpreta al escritor del
mismo nombre en uno de sus contados papeles principales. La investigación para
esta película tomó varios meses en los que Hoffman estudió el acento, la
gesticulación y hasta el tono de voz del afamado escritor. El resultado le
trajo incontables premios en una actuación que ayudó a encumbrar su carrera.
Este video explica parte del exhaustivo proceso de investigación que siguió el
actor para interpretar a Truman
Capote.
En The
Master, otra colaboración con Paul Thomas Anderson estrenada
en 2012, Philip Seymour Hoffman interpretó Lancaster Dodd, un análogo de L. Ron
Hubbard, escritor y fundador de la Iglesia de la Cienciología, cuyos
controversiales métodos e ideas han fascinado y perturbado al mundo. En este
trabajo, Hoffman es una combinación precisa entre lo repulsivo, lo manipulador
y lo carismático, exactamente lo que el líder de una polémica secta religiosa
debe ser. Philip Seymour Hoffman murió dos años después. Un reporte de abc indica
que decenas de bolsas de heroína fueron encontradas en un departamento junto
con su cuerpo.
Pocas muertes en la industria del cine tuvieron el
impacto de la suya. Era un actor extremadamente cauto con su vida privada a la
que blindó siempre de la fama que le trajo su talento. Más allá de su
virtuosismo histriónico la gente conocía muy poco de él. “Mientras menos sepas
de mí, más interesante será verme hacer lo que hago” dijo en una de sus últimas
entrevistas.
(GATOPARDO / 23-7-2019)
(GATOPARDO / 23-7-2019)
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