La novelista, poeta, ensayista,
guionista y psicóloga Olga Tokarczuk es la ganadora del premio Nobel de
Literatura 2018, lo que supone el empujón definitivo para la carrera de una autora
prolífica que ya se encuentra entre los escritores polacos más traducidos y que
no oculta que su primer empleo fue el de limpiadora en Londres.
Tokarczuk nació el 29 de enero de 1962 en Sulechów
(este de Polonia), estudió psicología en la Universidad de Varsovia y, tras
graduarse, tuvo varios trabajos, todos alejados de la literatura, como
el de limpiadora en un hotel de Londres o, posteriormente, psicoterapeuta en un
centro mental de Breslavia (oeste de Polonia).
En 2018, y como guiño a sus comienzos humildes, se
puso los pendientes que usaba a menudo durante su época de empleada doméstica
al recibir el Premio Booker en Londres a la mejor novela traducida al inglés
por 'Los corredores'.
Después de recibir el Booker, la escritora
reconoció en una entrevista que se sentía como en un 'juego de ordenador',
consciente de que ese galardón suponía entrar 'en una nueva vida, en un nivel
diferente de competencia', un presagio que la Academia sueca confirmó hoy al
convertirla en ganadora del Premio Nobel.
Cuando sus primeras obras literarias comenzaron a
ganar popularidad, Tokarczuk renunció a su trabajo como psicoterapeuta para dedicarse
de lleno a su pasión, como ella siempre ha dicho: la escritura.
Tokarczuk es autora de 17 libros, entre
novelas, colecciones de cuentos, ensayos y guiones cinematográficos, y debutó
en el mundo de las letras en 1979 en la revista 'Przelaj', donde utilizaba el
seudónimo de Natasza Borodin y donde publicó sus primeros relatos.
Es una de las escritoras polacas contemporáneas más
premiadas y en su haber tiene, entre otros, el Premio de la Fundación
Koscielski, en 2007 y 2015; el Premio Literario Nike, en 2008, y, en 2018, el
Premio Internacional Booker.
Tokarczuk es un caso poco frecuente de una
escritora valorada tanto por la crítica como por el público.
En 1989 publicó su primer volumen de
poesía y en 1993 su primera novela, 'El viaje de los hombres del libro', un
trabajo rechazado inicialmente por varias editoriales que pronto lamentaron no
haber creído en esta autora, ya que la novela recibía ese mismo año el Premio
de la Asociación Polaca de Editores.
Mayor éxito aún tuvo la novela 'En un
lugar llamado antaño' (1996), donde se narra una historia que se desarrolla en
una aldea mítica supuestamente ubicada en el centro de Polonia, un microcosmos
en el que, en menor escala, se pueden observar las leyes que rigen el universo.
El libro 'Los corredores' (2007), galardonado con
el Premio Nike (2008) y el Premio Internacional Booker (2018), es un estudio
del viajero desde una perspectiva psicológica.
Para la autora, el turismo se ha convertido hoy en
una forma moderna de satisfacer el nomadismo, un impulso antiguo que, en su
opinión, reside en cada uno de nosotros.
En 'Los corredores', Tokarczuk describe el mundo de
los viajeros modernos, personas en constante movimiento que guardan sus propios
artículos cosméticos en pequeños paquetitos y portan en todo momento zapatillas
desechables para estar siempre preparados para el próximo viaje.
Después de 'Los Corredores', Tokarczuk
publicó 'Ara a través de los huesos de los difuntos', que ella misma ha
definido como un 'thriller moral', donde la heroína principal es una ingeniera
metida a profesora de inglés y cuidadora de casas de verano, astróloga en su
tiempo libre que asiste horrorizada a una trama de maltrato animal.
El libro, criticado por su radicalismo ecologista,
fue adaptado al cine por la cineasta polaca Agnieszka Holland en el 2017 bajo
el título 'Pokot'.
Tokarczuk es una escritora que no duda en
involucrarse en las causas en las que cree y son conocidas sus declaraciones en
defensa de los refugiados, el ecologismo, los derechos de las minorías o el
feminismo, sobre el que dice tener una visión particular.
'
En mi comprensión del feminismo no es importante
quién es mujer y quién es hombre, sino el derecho a expresar la individualidad
', ha dicho en una de sus entrevistas.
En otros casos Tokarczuk ha hablado sobre la
situación política en Polonia y se ha mostrado crítica con el hecho de que las
parejas homosexuales no tengan los mismos derechos que los heterosexuales, así
como con la negativa del actual Gobierno polaco a aceptar refugiados.
Actualmente vive en Krajanów, en las montañas del
Sudoeste de Polonia, donde se inspira en un paisaje y una cultura presente en
varias de sus obras.
De hecho 'Casa diurna, casa nocturna ' (1998),
considerado el libro más personal de Tokarczuk, está ambientado en el valle
donde reside.
La autora trabaja actualmente en una historia sobre
sus orígenes familiares.
UN FRAGMENTO DE LOS HUESOS DE LOS MUERTOS
(Editorial Océano / Hotel de las letras / México / 2015)
He llegado a una edad y a un estado en que cada noche antes de acostarme
debería lavarme los pies y arreglarme a conciencia por si tuviera que venir a
buscarme la ambulancia.
Si aquella noche hubiera consultado el libro de las efemérides para
saber qué sucedía en el cielo, jamás me hubiera ido a acostar. Pero en lugar de
eso caí en un sueño profundo, gracias a una infusión de lúpulo que acompañé con
dos pastillas de valeriana. Por eso, cuando a mitad de la noche me despertaron
los golpes en la puerta —violentos y desmesurados, y por lo tanto, de mal
augurio—, me costó recuperar la conciencia. Salté de la cama, y me puse de pie
con el cuerpo tembloroso, tambaleante y a medio dormir, incapaz de saltar del
sueño a la vigilia. Sentí que me mareaba y di un traspié, como si fuera a
desmayarme de un momento a otro —algo que por desgracia solía sucederme
recientemente y tenía relación con mis dolencias. Tuve que sentarme y repetir
varias veces: «Estoy en casa, es de noche, alguien golpea la puerta», y sólo
así logré controlarme. Mientras buscaba las pantuflas en la oscuridad oí que la
persona que llamaba a la puerta daba la vuelta a la casa y murmuraba en voz
baja. Abajo, en el hueco que hay entre los contadores de la luz, guardo una
botella de gas paralizante que me dio Dionizy por si me agredieran los cazadores
furtivos, y justo en aquel momento me acordé de ella. Aunque me hallaba a
oscuras conseguí dar con la forma fría y familiar del aerosol, y armada de
aquel modo encendí la luz del exterior. Eché un vistazo al porche por la
ventanita lateral. La nieve emitió un crujido y en mi campo de visión apareció
Pandedios, uno de mis vecinos. Éste estrujaba con ambas manos el viejo abrigo
de piel de cordero con el cual lo había visto trabajar cerca de mi casa, a fin
de que se mantuviera apretado alrededor de su cuerpo. Por debajo de éste se
veían sus piernas, enfundadas en una pijama a rayas y unas pesadas botas de
montaña.
—Abre —me dijo.
Sin disimular su extrañeza observó el traje de lino de verano que yo
vestía como pijama (suelo dormir con un traje que el profesor y su esposa
pensaban tirar en verano, el cual me recuerda las modas de antes y los años de
mi juventud, de manera que sumo lo práctico a lo sentimental) y sin
encomendarse a dios ni al diablo entró en mi casa.
—Vístete, por favor: Pie Grande está muerto.
La impresión me quitó el habla durante unos segundos; incapaz de decir
palabra agarré unas botas altas para la nieve y me eché encima el primer forro
polar que encontré en una de las perchas. Al pasar por el halo de luz de la
lámpara del porche la nieve del exterior se transformaba en una lenta y
somnolienta ducha. Pandedios estaba a mi lado en silencio; alto, delgado,
huesudo, como una figura esbozada con un par de trazos a lápiz. A cada uno de
sus movimientos la nieve caía de él como de un dulce espolvoreado con azúcar
glas.
—¿Cómo que «está muerto»? —logré preguntar al fin, con la garganta
encogida, mientras abría la puerta, pero Pandedios no contestó.
En general habla poco. Seguro que tiene a Mercurio en el signo zodiacal,
imagino que en Capricornio o en la conjunción, quizás en el cuadrado o en
oposición con Saturno. También es posible que tenga a Mercurio en retroceso, lo
cual provoca ese tipo de carácter reservado.
Salimos de mi casa e inmediatamente se apoderó de nosotros ese aire frío
y húmedo, que conocemos de sobra, el cual nos recuerda invierno tras invierno
que el mundo no ha sido creado para el hombre y al menos seis meses al año nos
muestra cuán hostil es hacia nosotros. El hielo atacó violentamente nuestras
mejillas y blancas nubes de vaho zarparon de nuestras bocas. La luz del porche
se apagó automáticamente y caminamos por la crujiente nieve en completa
oscuridad, si exceptuamos la linterna frontal de Pandedios, que agujereaba
aquella oscuridad en un punto que se desplazaba unos pasos por delante de él.
Yo lo seguía a pasos cortos en las tinieblas.
—¿No tienes una linterna? —me preguntó.
Claro que tenía, pero ¿dónde? Eso sólo podría averiguarlo a la luz del
día. Siempre pasa lo mismo con las linternas, sólo son visibles durante el día.
La casa de Pie Grande estaba un poco retirada, un poco por encima de
todas las demás. Era una de las tres que permanecían habitadas durante todo el
año. Sólo él, Pandedios y yo vivíamos allí, sin temor al invierno; los demás
habitantes cerraban herméticamente sus residencias a partir de octubre;
vaciaban las tuberías del agua y volvían a sus respectivas ciudades.
Entonces dejamos el camino del que habían retirado la nieve
parcialmente, el cual pasaba por nuestro poblado y se ramificaba hasta
convertirse en los diversos senderos que conducían a cada una de las casas. A
la de Pie Grande se llegaba por un sendero hondo que el uso continuo fue
abriendo en la nieve, tan estrecho que nos obligaba a poner un pie detrás de
otro todo el tiempo y a esforzarnos por mantener el equilibrio.
—No es algo agradable de ver —advirtió Pandedios, al tiempo que giraba
hacia mí y me cegaba por completo con la linterna.
No esperaba otra cosa. Calló un segundo, y como intentando justificarse,
agregó:
—Me preocupé al ver luz en la cocina y los ladridos y aullidos de la
perra, tan desesperados. ¿No oíste nada?
No, no había oído nada. Dormía, aturdida por el lúpulo y la valeriana.
—¿Dónde está la perra?
—La saqué de allí, me la llevé a casa, le di de comer y se calmó.
Nos quedamos otro momento en silencio.
—Pie Grande siempre se acostaba temprano y apagaba la luz para ahorrar,
pero en esta ocasión la luz seguía encendida, creando una clara estela en la
nieve, visible desde la ventana de mi dormitorio. Así que fui hasta allí,
mientras me decía que quizá se había emborrachado o maltrató tanto a su perra
que la hizo aullar.
(Diario Libre / 10-10-2019)
1 comentario:
Muy bueno, Alvaro. muchas gracias!!!
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