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/ LA GRACIA ÚLTIMA (8)
Hasta nuestros días, la
posibilidad de la inmortalidad física fascina el corazón del hombre. La pieza
utópica de Bernard Shaw, De vuelta a Matusalén, representada en 1921,
convirtió este tema en una parábola moderna sociobiológica. Cuatrocientos años
antes la mentalidad más literal de Juan Ponce de León descubrió la Florida en
su búsqueda de la tierra de “Bimini”, donde esperaba encontrar la fuente de la
juventud. Varios siglos antes y muy lejos de esa región, el filósofo chino Ko
Jung pasó los últimos años de una larga vida preparando píldoras de inmortalidad.
“Se toman tres libras de auténtico cinabrio -escribió Ho Kung- y una libra de
miel blanca. Se mezclan y se pone a secar la mezcla bajo el sol. Luego se
tuesta sobre el fuego hasta que se le pueda dar forma de píldoras. Cada mañana
se toman diez píldoras del tamaño de un cañamón. En el curso de un año los cabellos
blancos se volverán negros, los dientes destruidos volverán a crecer, el cuerpo
se volverá lustroso y brillante. Si un viejo toma esta medicina por un largo
período de tiempo, se convertirá en joven. Y aquel que la tome constantemente
disfrutará de la vida eterna y no morirá”. (163) Un día, un amigo llegó a
visitar al solitario investigador y filósofo, pero todo lo que encontró fueron
las ropas vacías de Ko Hung. El viejo había desaparecido; había pasado al reino
de los inmortales. (164)
La búsqueda de la
inmortalidad física nace de un malentendimiento de las enseñanzas
tradicionales. Por el contrario, del problema básico es este: ampliar la pupila
del ojo, para que el cuerpo con la personalidad que lo acompaña no
obstruya la vista. La inmortalidad de experimenta entonces como un hecho
presente: “¡Está aquí! ¡Está aquí!” (165)
“Todas las cosas
devienen, se elevan y regresan. Las plantas florecen, pero sólo para volver a
la raíz. El volver a la raíz es como la búsqueda de la tranquilidad. La
búsqueda de la tranquilidad es como un movimiento hacia el destino. Moverse
hacia el destino es como la eternidad. Reconocer la eternidad. Reconocer es la
iluminación y no reconocerla trae el desorden y el mal. El conocimiento de la
eternidad hace al hombre comprensivo y la comprensión amplía su mente; la
amplitud de visión trae nobleza y la nobleza es como el cielo. Lo celeste es
Tao. Tao es lo eterno. No ha de temerse la decadencia del cuerpo.” (166)
Los japoneses tienes un proverbio:
“Los dioses sólo ríen cuando los hombres les piden riquezas.” La dádiva
entregada al suplicante siempre está proporcionada a su propia estatura y a la
naturaleza de sus deseos dominantes. La dádiva es sencillamente un símbolo de
la energía vital reducida a las condiciones de cierto caso específico. La
ironía, por supuesto, está en el hecho de que en tanto que el héroe que ha
ganado el favor del dios puede pedir la dádiva de la iluminación perfecta, lo
que generalmente busca son más años, de vida, armas para asesinar a su vecino y
salud para su hijo.
Los griegos hablaban del
rey Midas que tuvo la suerte de obtener de Baco la oferta de la dádiva que más
deseara. Midas pidió que todo lo que tocara se convirtiera en oro. Cuando
volvía a su casa, tocó, por vía de experimento, la rama de un encino que
inmediatamente se convirtió en oro; tocó una piedra y se convirtió en oro; y
una manzana en su mano fue una pepita de oro. Fascinado, ordenó que se
preparara una magnífica fiesta para celebrar el milagro. Pero cuando se sentó y
puso los dedos sobre el asado, este se transfiguró, y el vino en sus labios se
convirtió en oro líquido. Y cuando su hija pequeña, a quien él amaba más que nada
en la tierra vino a consolarlo de sus sufrimientos, se convirtió, en el momento
en que la abrazó, en una hermosa estatua de oro.
La agonía de romper las
limitaciones personales, es la agonía del crecimiento espiritual, El arte, la literatura,
el mito y el culto, la filosofía y las disciplinas ascéticas son instrumentos
que ayudan al individuo a pasar de sus horizontes limitados a esferas de
realización siempre creciente. Conforme cruza un umbral después de otro, aumenta
la estatura de la divinidad a quien él implora su más alto deseo, hasta resumir
el cosmos. Finalmente, la mente rompe la esfera limitadora del cosmos hacia una
realización que trasciende todas las experiencias de la forma, todos los simbolismos,
todas las divinidades: la apreciación del inevitable vacío.
Así, cuando Dante había
dado el último paso de su aventura espiritual, y llegó a la última visión
simbólica del Dios Uno y Trino en la Rosa Celestial, le quedaba por
experimentar una iluminación más, por encima de las formas del Padre, del Hijo
y del Espíritu Santo. “Bernardo sonriéndose me indicaba que mirase hacia
arriba; pero yo había hecho ya por mí mismo lo que él quería: porque mi vista,
adquiriendo más y más pureza y claridad, penetraba gradualmente en la alta luz
que tiene en sí misma la verdad de la existencia. Desde aquel instante lo que
vi excede a todo humano lenguaje, que es impotente para expresar tal visión, y
la memoria se rinde a tanta grandeza.” (167)
“Allí no llega el ojo, ni
la palabra, ni la mente: no lo conocemos, no sabemos cómo enseñarlo. Es
diferente de todo lo conocido, y está también más allá de lo desconocido.”
(168)
Esta la última y más alta
crucifixión, no sólo del héroe sino también de su dios. Aquí tanto el Padre
como el Hijo son aniquilados, como si fueran unas máscaras personales sobre lo
que no tiene nombre. Porque así como los fragmentos de un sueño derivan de la
energía vital del que lo sueña y representan partes fluidas y complicaciones de
una sola fuerza, así todas las formas de todos los mundos, terrestres o
divinos, reflejan la fuerza universal de un solo misterio inescrutable: la
fuerza que construye el átomo y controla las órbitas de todas las estrellas.
Notas
(163) Ko Hung (también
conocido como Pao Pu Tzu), Nei P’ien, cap. VII (traducción tomada de Obed Simon Johnson, A Study
of Chinese Alchemy; Shangai, 2928, p. 63). Ko Hung elaboró
otras recetas muy interesantes: una para convertir el cuepo en “poderoso y
exuberante”, y otra para adquirir la habilidad de caminar sobre el agua. Si se
desea investigar el papel que tenía Ko Hung en la filosofía china, ver Alfred
Forke, “Ko Hung, der Philosoph und Alchimist”, Archiv für Geschichte der Philosophie,
XLI, 1-2 (Berlín, 1932), pp. 115-126.
(164) Herbert A. Giles, A Chinese Biographical
Dictionary (Londres y Shangai, 1898), p. 372.
(165) Un aforismo tántrico.
(166) Lao Tse, Tao The
King, 16 (traducción de Dwight Goddard, Laotzu’s Tao and Wu Wei;
Nueva York, 1919, p. 18). Comparar con la nota, p. 142, supra.
(167) “Paraíso” XXXIII, 49-57.
(168) Kena Upanishad,
1:3 (traducción de Swami Sharvananda; Ramakrishna Math, Mylapore, Madrás, 1932.
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