lunes

CHARLES BUKOWSKI - JAMÓN Y CENTENO (LA SENDA DEL PERDEDOR) - 14


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Lo descubrí cuando estaba en 4º año. Probablemente fui uno de los últimos en saberlo, porque seguía sin hablar con nadie. Un chiquilín se me acercó durante el recreo, cuando yo estaba parado en un rincón.

-¿Sabés cómo se hace? -me preguntó.

-¿Lo qué?

-Cojer.

-¿Qué es eso?

-Tu madre tiene un agujero… hizo un redondel con el pulgar y el índice de la mano derecha- y tu padre tiene una pija… -y metió el índice de su mano izquierda y lo movió para adelante y para atrás cruzando el agujero-. Entonces la pija de tu padre echa jugo y a veces tu madre tiene un bebé y otras no.

-A los bebés los hace Dios -dije yo.

Para mí era difícil creerlo. Cuando terminó el recreo me quedé pensando sentado en la clase. Mi madre tenía un agujero y mi padre una pija que echaba jugo. ¿Cómo podían tener esas cosas y andar por ahí como si tal cosa, y después haciendo eso sin contárselo a nadie? Me dieron verdaderas ganas de vomitar cuando pensé que yo había salido del jugo de mi padre.

Aquella noche, después que se apagó la luz, me quedé despìerto en la cama escuchando. Y empecé a escuchar con toda claridad algunos sonidos. La cama de ellos empezó a rechinar. Se oían los elásticos. Bajé de mi cama, me acerqué en puntas de pie al cuarto de ellos y seguí escuchando. La cama seguía haciendo ruido. De golpe terminaron. Volví corriendo a mi cuarto. Oí que mi madre iba al baño. Después la oí tirar de la cadena y salir.

¡Qué cosa horrible! ¡No me importaba que lo hicieran en secreto! ¡Y pensar que todo el mundo hacía lo mismo! ¡Los profesores, el director, todo el mundo! Era bastante estúpido. Entonces pensé en hacerlo con Lila Jane y no me pareció tan estúpido.

Al otro día en la clase me pasé pensando en eso. Miraba a las chiquilinas y me imaginaba haciéndolo con ellas. Lo iba a hacer con todas y a fabricar bebés. Iba a llenar el mundo de tipos como yo, grandes jugadores de béisbol, bateadores infalibles. Aquel día la señora Westphal dijo:

-Henry, ¿podés quedarte después que termine la clase?

Sonó el timbre y los demás se fueron. Yo me quedé esperando, sentado en el pupitre. La señora Westphal estaba corrigiendo escritos. Pensé que a lo mejor quería hacerlo conmigo. Me imaginé subiéndole el vestido y mirándole el agujero.

-Bueno, estoy pronto, señora Westphal.

Ella levantó la mirada de sus papeles.

-Bueno, Henry, primero borrá el pizarrón. Después sacá los borradores y pasalos en limpio.

Hice lo que me dijo y me volví a sentar en el pupitre. La señora Westphal siguió corrigiendo. Usaba un vestido azul muy ajustado, usaba grandes caravanas doradas y tenía lentes sin montura sobre la naricita. Esperé mucho. Entonces dije:

-Señora Westphal, ¿por qué me pidió que me quedara?

Ella levantó la vista. Tenía ojos verdes y profundos.

-Te hice quedar después de la clase porque a veces sos muy malo.

-¿Ah, sí? -me reí.

La señora Westphal me miró. Se sacó los lentes y siguió mirándome. Tenía las piernas atrás del escritorio. No podía mirar por abajo de su vestido.

-Hoy no prestaste atención, Henry.

-¿Ah, no?

-No, y no hables de esa manera. ¡Estás hablando como una mujer!

-Ah, claro…

-¡No te hagas el vivo!

-Como usted quiera.

La señora Westphal se levantó y salió de atrás del escritorio. Después se acercó por el pasillo y se sentó en el pupitre de al lado. Tenía unas lindas piernas largas y usaba medias de seda. Sonrió, alargó una mano y me tocó la muñeca.

-Tus padres no te tratan con mucho cariño, ¿verdad?

-No lo necesito -dije.

-Henry, todo el mundo precisa cariño.

-Yo no preciso nada.

-Pobrecito.

Se levantó, vino hasta mi pupitre y me agarró lentamente la cabeza. Se inclinó y me apretó contra sus pechos. Yo le agarré las piernas.

-¡Henry, tenés que dejar de pelearte con todo el mundo! Queremos ayudarte.

Yo agarré con más fuerza las piernas de la señora Westphal.

-¡Bueno, vamos a cojer!

La señora Westphal se enderezó, apartándome.

-¿Qué dijiste?

-Dije “¡Vamos a cojer!”.

Me miró durante un rato largo. Entonces dijo:

-Henry, no le voy a contar jamás a nadie lo que acabás de decirme, ni a tus padres, ni a nadie. Pero quiero que nunca, nunca, me vuelvas a decir eso. ¿Entendés?

-Entiendo.

-Bueno. Ahora podés irte.

Me levanté y fui hasta la puerta. Mientras la abría la señora Westphal dijo:

-Buenas tardes, Henry.

-Buenas tardes, señora Westphal.

Después bajé caminando por la calle, reflexionando. Me había parecido que ella quería cojer, pero que tenía miedo porque yo era muy chico y mis padres o el director podrían enterarse. Me había excitado quedarme a solas con ella. Ese asunto de cojer era bueno. Le daba a la gente otras cosas en las que pensar.

Para llegar a casa había que cruzar una avenida ancha. Pasé por la senda de los peatones. De repente se me vino arriba un auto. No cambió de velocidad. Venía oscilando salvajemente. Traté de esquivarlo pero parecía estarme siguiendo. Vi los faros, las ruedas, el paragolpes… El auto me atropelló y todo se puso oscuro…

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