El escritor y académico Félix de Azúa reúne en 'Volver la mirada' sus
textos sobre arte
Volver la mirada (Debate), último volumen de ensayos reunidos del escritor
Félix de Azúa (Barcelona, 1944), traza "una suerte de historia del arte
que arranca en las pinturas del Paleolítico y llega hasta después de la muerte
del arte". Un deceso que el catedrático de Estética, académico de la
lengua y columnistade EL PAÍS sitúa en algún punto de los años setenta. El libro desprende
consecuentemente un inevitable aroma a despedida, y puede leerse como un complemento
elegíaco a su clásico Diccionario de las artes (1995).
Recopilados por el editor Andreu Jaume, los textos de Volver la mirada —conferencias, artículos y un par
de inéditos— tocan entre la erudición y la ironía asuntos como los tópicos que
aún se adhieren a los cuadros de Goya, la capacidad para la reinvención
estética de la ciudad de Múnich o el tránsito entre el Antiguo Régimen y el
Romanticismo, tal vez la época de la historia del arte que más dedicadamente ha
estudiado a lo largo de su trayectoria. La entrevista se celebró el lunes en un
centro comercial cercano a su casa de Madrid, ciudad con la que vive un
verdadero idilio desde que se mudara en 2011 procedente de Barcelona.
Después de dejar la docencia… ¿Le sigue estimulando
escribir sobre arte?
No. Ya se acabó. Me
quedan pendientes dos o tres conferencias. Me interesan los problemas teóricos
relativos a la imagen, pero ya no los asuntos estrictamente artísticos. El arte
es una actividad cerrada, un poco como el mosaico o la teología, una cosa
finiquitada. Lo que se hace en el arte de hoy en día pertenece al mundo del
turismo, el ocio y los deportes. Puro entretenimiento de masas.
En el libro llega hasta Anselm Kiefer, que es en
cierto modo un artista a la antigua, un pintor de historia.
Todo arte es
antiguo. Para tratar del arte actual hay que hablar de cosas que encuadran
mejor en la sección de entretenimientos que en la de cultura.
¿Las así llamadas nuevas prácticas artísticas
surgidas hace medio siglo nunca le interesaron?
Al principio de los
setenta, hubo cosas de cierta enjundia, sobre todo por la parte del land art. Eran creadores que todavía tenían una
ambición. Aunque me daba más risa que espanto, incluso alguna cosa de [Joseph]
Beuys me interesó… pero ya entonces todo estaba disparándose hacia el
espectáculo. Un caso paradigmático son los envolvimientos de Christo. Ya
empezaba a estar todo pensado como para sacar fotos. Así sucede con el
Guggenheim de Bilbao, que es muy fotogénico, pero detrás no hay ninguna idea…
En uno de los ensayos del libro escribe: “[El arte
contemporáneo funciona como] un mecanismo opuesto al de las vanitas barrocas, en las que solo la excelencia de
la factura podía inspirar la reflexión. Ahora es la reflexión la que justifica
una obra trivial”.
Sí, pero no son
ideas. Lo que ahora llamamos arte son ocurrencias, las tiene cualquiera. Hay
mil cada semana y entran las que se pueden pagar con subvenciones. Las otras se
quedan en casa, las guardan para hacer un karaoke. No hay necesidad de saber
nada para ser artista…
Algo tendrá que ver en ese sostenimiento el
mercado, gente que quiere y paga por esas ocurrencias.
Lo que decíamos, el
turismo no es otra cosa que mercado.
¿Qué opina de la fascinación de la cultura
contemporánea por una figura como la de Banksy?
Primero, es un
pintor de figuras sencillas; no plantea ningún problema, lo entiende todo el
mundo. Se presenta a sí mismo como un ser moral superior, que juzga la maldad
del mundo (y eso siempre gusta muchísimo). Y luego es gratis, uno se encuentra
sus cosas por la calle. Por último, está el montaje de los marchantes de arte,
que están tan desesperados, que tienen que ver si pueden vender grafiti. Todo
me parece una gran trivialidad.
Miquel Barceló en cambio sí le interesa. Le dedica
uno de los artículos escritos ad hoc para el
libro…
Me interesa sobre
todo su faceta de pintor. Cuando surgió, parecía una especie de Kiefer español
de aquellos años ochenta…
En el libro toma a Delacroix, por ejemplo, para
explicar los cambios sociales en la Francia del XIX. ¿Cree que el arte actual
dará pistas para entender nuestro mundo a los que las busquen dentro de dos
siglos?
Si llamamos arte,
cosa que es un abuso, a lo que los marchantes, museos y galeristas llaman arte,
no creo que ninguna generación venidera tenga interés en enterarse de nada, porque
no hay nada de lo que enterarse. Lo harán a través de películas, de los youtubers, de la imagen en movimiento. Y por los
libros, claro, auguro un resurgir de esa cultura en los próximos años.
¿Y del periodismo?
Ahí me temo que lo
veo más difícil. Me refiero, obviamente, al periodismo en papel, que es lo
único que entiendo como periodismo. Del mismo modo que subirse a un escenario y
comerse una cacatúa puede parecer arte, aunque no es arte más que
residualmente, los periódicos digitales se parecen a un periódico de verdad
solo residualmente.
¿Se toma la molestia de ver las exposiciones de
arte contemporáneo que tanto le desagradan?
No tienes más
remedio, porque están en todas partes. Están en sitios imposibles de evitar,
como los museos, el metro, el periódico, la calle, los telediarios… Yo
comprendo que hay que llenar muchas horas, y hacer periodismo es caro. En
cambio, mandar a un señor con una cámara a ver a uno que se está metiendo una
zanahoria por una oreja sale baratísimo…
En Arco, que se celebra en un par de semanas, no le
esperan, imagino…
No, no. Solo fui
una vez, porque me invitaron a comer…
¿Qué opinó de la polémica de la última edición,
cuando retiraron la pieza de Santiago Sierra Presos políticos en la España
contemporánea?
Sierra es un hombre
que gana muchísimo dinero a base de que haya gente diciendo que es un imbécil.
Es muy listo.
¿Diría que aún seguimos inmersos en la
posmodernidad o hemos pasado ya pantalla?
La posmodernidad
certificó la muerte del arte, y ahora vivimos el arte después de la muerte del
arte, como decía [el crítico Arthur C.] Danto. Puede ser muy larga esa muerte,
tanto como se empeñen las compañías que han reciclado el arte para sus
intereses. El arte, tal y como fue en los últimos mil años, está acabado.
Pero al mismo tiempo va más gente que nunca a los
museos.
Eso es turismo. El
Museo Reina Sofía, por ejemplo, que a mí no me interesa desde hace mil años – y eso que su director, Manolo Borja Villel, es amigo– es el más visitado de España. Eso es porque
cuentan la gente que va a a los palacios del Retiro. Y al Retiro va todo el
mundo. Es la prueba de lo que decía antes. Los museos están pensados y
organizados para los turistas. Y menos mal, porque, si no, no sobrevivirían. Al
Estado le importa poco que exista el Prado… vamos, le importa 20 millones. Pero
claro, el fútbol le importa 1.000 millones.
¿Cayeron los museos públicos en la trampa de la
autofinanciación?
Sí. Las autoridades
les pusieron la prueba. ‘A ver si conseguís pagaros las cuentas vosotros
solos’. Y para eso se pusieron a atraer a la gente para que fueran en
autobuses. Y lo consiguieron, porque la gente va a donde le lleva el Imserso.
Ahora el Estado contempla el estupendo negocio. En mi opinión, lo que tendrían
hacer los museos es cobrar trescientos euros por entrar, para que se queden
vacíos los salones…
Suena, por decirlo de un modo suave, elitista…
Los museos siempre
fueron para los investigadores, para los estudiantes, no para esas riadas de
gente, aunque me parece muy bien que vayan.
¿No tendrá relación esa forma de ver las cosas con
la edad y con la forma cada vez más conservadora de ver las cosas que a veces
otorgan los años?
Soy de las pocas
personas jóvenes que conozco. Veo una cantidad de viejos en el mundo… Hay
jóvenes muy viejos, pero que muy viejos…
Ponga un ejemplo…
Pablo Iglesias, que
se ha vuelto viejo en tres días. Se ha comprado una mansión con jardines y no
deja que la guardia civil le afee la entrada. Tiene los rasgos de un
capitalista español perfecto y muy viejo.
Si todo le resulta tan terrible, ¿por qué sigue
escribiendo? ¿Por dinero?
¡Qué va! Si pagan
fatal. De esto no vives. Puedes vivir si escribes historias de legionarios
pederastas que empalan a mujeres albinas. Pero si escribes de cosas normales
no. Ahora me dedico a cosas más personales. La columna de EL PAÍS la concibo
como un sonetito en el que voy trabajando durante toda la semana. Estoy
escribiendo también sobre la iconoclastia bizantina del siglo VI. Y una novela,
que tengo que dejar reposar para ver si la entrego para su publicación…
¿Qué pasó con la exposición que iba a comisariar
para el Museo del Prado, con motivo del bicentenario?
Lo que pasó es que
cambió la dirección. Un día, hablando con el nuevo Miguel [Falomir, que
sustituyó a Zugaza], del que, por cierto, soy amigo, me hizo ver que era una
muestra con obras extraordinariamente caras y que desde el Louvre, por ejemplo,
no nos las iban a prestar. Era una exposición de celebración, que pretendía
convertir el centenario en un acontecimiento mundial. Y claro, eso sale muy
caro.
¿Qué opina de la que programaron en su lugar?
Es interesante, es
documental, está muy bien. El Prado tiene los mismos problemas que tienen
instituciones como la RAE. Si no las mantiene el Estado es imposible que
subsistan. En el caso de la Academia, la solución pasa por dejar de hacer
diccionarios, que es lo más caro.
¿Tiene esperanzas en que el nuevo director, Santiago Muñoz Machado, arregle las cosas de la financiación?
Acaba de llegar el
pobre y aún no ha tenido tiempo ni de respirar. Es uno de los abogados más
fuertes de Madrid, y eso hace que sepa dónde están exactamente escondidos los
billetes, debajo de qué colchón, o de qué ladrillo. Veremos qué tal le va. Para
mí, ha sido una sorpresa lo de la Academia, porque tengo 30 amigos nuevos, y
eso a mi edad es impensable. Cuando pasas los 40, ya no haces amigos apenas. Y
mucho menos treinta de golpe… Además, estos son inmortales, como sabes…
¿Y enemigos se ha hecho?
Nooo, todos nos
llevamos fenomenal… solo nos falta besarnos en la boca.
¿Qué solución cree que debe aportar la RAE a las
demandas de lenguaje inclusivo de los colectivos feministas y de una parte de
la sociedad?
Esas son modas que
pasan. Salen, florecen, se marchitan y mueren. Como el hula hoop.
No puede comparar con el hula hoop las aspiraciones de las mujeres que
consideran esa como una vía para su visibilización…
Será de
sonorización. Las mujeres se merecen muchísimo respeto, un respeto que no han
tenido nunca. La historia de la humanidad es la historia de la esclavitud de
las mujeres por parte de hombres terribles y patriarcales. Dicho esto, las
reivindicaciones que estamos viendo ahora vienen de una élite. Eso es algo muy
frecuente en el siglo XVIII. Se llamaba despotismo ilustrado, y tuvo buenos efectos.
Alguna gente que hizo caso lo que decían las clases altas se ilustró un poco.
Las manifestaciones del pasado 8 de marzo
desmienten esa idea de unas cuantas elegidas. Fueron extraordinariamente
multitudinarias…
Sí, pero las que
llevan la voz cantante son unas cuantas mujeres acomodadas, ministras,
periodistas… que, con la mejor voluntad, conducen los debates a asuntos como el
lenguaje inclusivo. Buenas intenciones cristianas.
¿Frecuenta a gente joven?
Tengo mucho trato
con jóvenes. Los últimos están mejorando con respecto a cuando yo dejé la
Universidad. Supongo que se han aburrido ya de tanta tontería y de tanto
profesor inútil. Los planes educativos son muy flojos, y consecuentemente se
dan cuenta de que se están enfrentando a la vida con herramientas de escasa
utilidad. No sé si las reivindicaciones catalanas, feministas, LGTB o del bable
dan para vivir… En los periódicos solo veo a los jóvenes hablar de esas cosas…
Salvo en las páginas de ciencia. Allí están los que me interesan.
¿Qué opina de la búsqueda de mujeres artistas, como
Sofonisba o Clara Peeters, para reajustar el canon de la historia del Arte?
Es normal. En una
masa de producción tan grande como la pintura al óleo de tantos años, si buscas
también encuentras pintores chinos. Hay mujeres en todas partes, y siempre. No
veo por qué tenemos que dar mayor importancia a que pinten que a cualquier otra
cosa. Es un prestigio como de clase alta, todas esas reivindicaciones están por
un aristocraticismo que se me hace duro de roer.
¿Regresa a Barcelona de vez en cuando?
Sí, pero lo hago
camuflado. Según qué nacionalista da miedo… El problema catalán no se puede
solucionar desde Madrid. Desde aquí solo se ha empeorado, dando al nacionalismo
todo lo que quería, y subvencionándolo. El problema catalán es un problema de
los catalanes. Lo tienen que solucionar ellos. Se tienen que sentar y pensar,
pero eso les cuesta. Son los nacionalistas los que han arruinado ese país.
¿Le parece Manuel Valls un buen candidato a alcalde
de la ciudad?
Yo viví allí muchos
años, y era una ciudad interesante, parecía una ciudad europea. Creo que Valls
es el único candidato europeo que se presenta.
Recientemente escribió que anda decidiendo cuál es
la opción menos mala de voto… ¿Siempre fue así?
No, hubo un tiempo
en el que votaba ilusionado. Pasamos unos años estupendos Felipe González y yo.
El suyo era un viejo socialismo, el que defiende la cultura, el sacrificio del
trabajo, el mérito. Pero ahora los socialistas están demasiado obsesionados con
el dinero y con el género.
¿Y qué me dice de Vox?
El problema europeo
de las extremas derechas y los fascismos no me da buena espina. Me temo que van
a dar guerra en un sentido serio. Lo de Vox es otra cosa. Es cierto que no
había nacionalismo español y ahora lo hay. Pero me parecen un poco ingenuos. De
momento, son pura oratoria. ¡Cómo no va a surgir un partido como ese si el
presidente de la Generalitat ve a los españoles como animales inferiores con un
ADN estropeado!
(El País / Madrid / 14-2-2019)
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