2.
MAGIA HOMEOPÁTICA O IMITATIVA (1)
Quizá la aplicación más familiar del postulado “lo semejante produce lo
semejante” es el intento hecho por muchas gentes en todas las épocas para dañar
o destruir a un enemigo, dañando o destruyendo una imagen suya, por creer que
lo que padezca esta imagen será sufrido por el enemigo y que cuando se destruya
su imagen él perecerá. Daremos aquí unos cuantos ejemplos, de entre muchos,
para probar la extensa difusión alcanzada por esta práctica en el mundo y su
notable persistencia a través de las edades. Hace miles de años fue conocida
por los hechiceros de la India antigua, Babilonia y Egipto, así también como
por los de Grecia y Roma; aun hoy día, recurren todavía a ella los salvajes
arteros y perversos de Australia, África y Escocia. Por ejemplo se nos cuenta
que los indios norteamericanos creen que dibujando la figura de una persona en
la arena, arcilla o cenizas, y también considerando cualquier objeto como si
fuera su cuerpo, y después clavándolo con una estaca aguzada o haciéndole
cualquier otro daño, infligirán una lesión correspondiente a la persona
representada. Cuando un indio ojebway desea hacer daño a alguien, hace una
imagen pequeña de madera de su enemigo y le clava una aguja en la cabeza o en
el corazón, o le dispara una flecha, creyendo que cuando pincha o agujerea la
imagen siente su enemigo en el mismo instante un dolor terrible en la parte
correspondiente de su cuerpo, cuando intenta matarlo resueltamente, quema o
entierra el muñeco, pronunciando mientras lo hace ciertas palabras mágicas. Los
indios del Perú moldean figuritas de sebo mezclado con grano, dándoles el mejor
parecido posible con las personas que odian o temen, y después queman las
efigies en el sendero por donde las supuestas víctimas han de pasar. Dan a esta
operación el nombre de quemar su alma.
Un maleficio malayo de la misma clase consiste en recoger recortes de uñas,
pelo, pestañas, algo de saliva y otras cosas parecidas de la futura víctima,
suficientes para representar las diversas partes de su persona; después se
hace, con todo eso y cera de una colmena abandonada, una figurita semejante a
ella, que se tuesta lentamente sobre una lámpara durante siete noches mientras
se dice:
No es cera esto que estoy
oscarrando;
es el hígado, el corazón y el bazo
de fulano de tal lo que socarro.
Después de transcurrir la séptima noche, se quema del todo la figura; la
víctima morirá. Es evidente que en este maleficio se combinan los principios de
la magia homeopática y de la contaminante, puesto que el muñeco está hecho a
imagen, en cierto modo, del enemigo, y contiene materiales que estuvieron en
contacto con él, principalmente sus uñas, pelo y saliva. Otra forma de
embrujamiento malayo, que recuerda más estrechamente la práctica de los
ojebway, es hacer, con cera de una colmena abandonada, una figura de un pie de
longitud, que representa al enemigo muerto; después se pinchan los ojos de la
imagen y el enemigo queda ciego; se hiere el estómago y enferma; se pincha la
cabeza y siente dolor de cabeza; se taladra el pecho y enferma del pecho. Si se
quiere matar al enemigo a toda costa, se atraviesa su imagen de los pies a la
cabeza, se le amortaja como si fuera un cadáver, se reza sobre ella cual si se
estuviera rezando por un muerto y después se la entierra en medio del sendero
por donde el enemigo ha de pasar. Con objeto de que la sangre no caiga sobre la
propia cabeza, se debe decir:
Yo no soy el que está
enterrándole:
es Gabriel el que le está
enterrando.
De ese modo, la culpabilidad del crimen recaerá sobre los hombros del
arcángel Gabriel, que está mucho más capacitado para soportar ese peso.
Si la magia homeopática o imitativa, utilizando las figuritas, se ha
practicado a menudo con el rencoroso propósito de arrojar fuera de este mundo a
las gentes aborrecidas, también, aunque más raramente, se ha empleado con la
buena intención de ayudar a entrar en él a otras. Es decir, se ha usado para
facilitar el nacimiento y conseguir la gravidez de las mujeres estériles. Así,
entre los batakos de Sumatra, cuando una mujer estéril desea llegar a ser madre,
hará en madera una figura de niño y lo colocará en su regazo, creyendo que esto
la conducirá al cumplimiento de sus deseos. En el archipiélago Babar, cuando
una mujer desea tener una criatura, ruega, a un hombre que sea padre de
numerosos hijos que rece por ella a Upulero, el espíritu del sol. Hacen un
muñeco de algodón rojo, que la mujer sostiene en sus brazos como si estuviera
amamantándolo. Después, el padre prolífico coge una gallina por las patas y
acercándolo a la cabeza de la mujer, dice: “Toma esta ave, ¡oh Upulero!, y
consiente que descienda una criatura, te lo ruego y suplico. Permite que venga
una criatura y la recoja en mis manos y en mi regazo”. Dicho esto, pregunta a
la mujer: “¿Ha llegado ya la criatura?” Y ella responde: “Sí, y ya está
mamando.” Entonces, sostiene el ave sobre la cabeza del marido y musita algunas
palabras. Finalmente, matan al ave y, junto con un poco de betel, la colocan en
el lugar de la casa destinado a los sacrificios domésticos. Terminada esta
ceremonia, corre por la aldea la noticia de que la mujer ha dado a luz y las
amistades vienen a la casa para felicitarla. Aquí la simulación del nacimiento
de un niño es simplemente un rito mágico, designado para asegurar por medio de
la imitación o pantomima que realmente nacerá una criatura, y se intenta ayudar
a la eficacia del rito media la oración y el sacrificio. Por decirlo así, la
magia está mezclada y reforzada en este caso con religión.
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