por Emmanuel Ganora
Hace sesenta años, Brasil conoció los primeros registros de un estilo
musical que mezcló poesía, guitarra y un cantar discreto. Pese a su
trascendencia posterior, el género tuvo que sortear los miedos y prejuicios de
la industria de aquella época.
En medio del convulsionado año que ha tenido Brasil, el gigante carioca
dedico este 2018 a homenajear a una de sus grandes aportes a la música popular
del siglo pasado: los 60 años desde que se registraron las primeras canciones
del bossa nova.
Una exposición con registros de audio de BNDES -Banco Nacional de
Desarrollo Económico y Social- de Río de Janeiro, la calificación del género,
por parte de la alcaldía de la misma ciudad, de “patrimonio cultural carioca”,
además de una serie de conciertos, apuntan a 1958 como el año cero del género,
aquel momento donde la cantante Elizeth Cardoso, el poeta Vinicius de Moraes y
el pianista Antonio Carlos Jobim, hicieron historia con éxitos rotundos como
“Chega de Saudade”, a través de una innovación musical que, hasta ahora,
definió el futuro de la reconocida música popular brasilera.
Pese a su trascendencia, sin embargo, el bossa nova tuvo un complejo
origen y, en principio, fue ignorado por el circuito artístico de la época.
Un loquito llamado Joao
En 1958, Joao Gilberto estaba prácticamente perdido. Anteriormente, a
inicios de aquella década, había hecho una discreta carrera como crooner del
grupo vocal Garotos da Lua, desde donde fuera expulsado por sus constantes
retrasos y ausencias Se trasladó a Porto Alegre, luego a Diamantina (Minas
Gerais), finalmente regresó a su Juazeiro natal (Salvador de Bahia). Durante
todos esos años, prácticamente vivió de la caridad de sus amigos, haciendo una
que otra tocata y con una deteriorada salud mental, muy parecida a la
depresión, que buscaba aliviar a punta de marihuana -zé maconha, lo llamaban
sus amigos- y que, al final de su exilio, terminara tratándose en el Hospital
Siquiátrico de San Salvador. Su aspecto, relatan las crónicas de la época, era
de una melena hasta los hombros, ropajes baratos, y una mirada que parecía
anunciar un viaje a la quinta dimensión.
Pese a ello, nunca dejó una práctica que, en su entorno, era propia de
un músico loco. Para la desesperación de quienes lo alojaban, pasaba toda la
noche practicando con su guitarra, especialmente encerrado en los baños, que es
donde conseguía mejor acústica. No estuvo interesado en buscar un empleo
formal, tampoco colaboraba mucho con los quehaceres domésticos de los lugares
donde lo acogían. Estaba, luego se supo, afinando una nueva estética.
En 1958 ya estaba prácticamente listo para volver a Río de Janeiro e
insistir con su arte. Para ello, fue a visitar a Tom Jobim a fin de presentarle
su propuesta, quien guardaba en sus archivos una joyita echa a la medida del
guitarrista.
Tom Jobim: el mago de los arreglos
Hasta 1958, Antonio Carlos Jobim era una de las jóvenes promesas de la
música brasilera. De origen social acomodado, superó su inquietud de estudiar
Arquitectura para dedicarse de lleno a la música. Comenzó a ganarse la vida
como pianista de los bares de la zona sur de Río de Janeiro, además de
granjearse una respetable fama como un eficiente arreglista. Su ecléctica
formación musical, que recogía influencias de la música clásica, el jazz y clásicos
brasileros como Heitor Vilalobos, además de su afición a la poesía de Carlos
Drummond de Andrade, le hicieron acreedor de un estilo único para sumar
sofisticación y delicadeza a sus trabajos musicales.
Fue por esta razón que, cuando el poeta y diplomático Vinicius de Moraes
escribió la obra de teatro Orfeo da conceição -adaptación de
la mitología griega de Orfeo y Eurídices aplicado a una favela
carioca y que ganara un Óscar cuando fue llevada al cine-acudió a Tom Jobim
para musicalizar sus escritos, donde destaca la canción Se todos fossem iguals a voçe.
Esta unión fue clave para el posterior desarrollo musical de la bossa nova y
para la vida de ambos artistas. Tom Jobim alcanzó fama y Vinicius de Moraes, a
esas alturas un canon de la poesía brasilera, vivía la transformación de su
vida; desde el intelectual mundo de las letras y la diplomacia, a ser una
figura del espectáculo.
“El inspirado Tom cambió la atención de Vinicius del silencio y la
atmósfera reservada propia de la poesía y la dirige para el escenario más
amplio y aireado de la música popular. El poeta se torna un cantor. Un Show Man
experto e insinuante, a capitanear la nueva generación de grandes letristas que
nace con la bossa nova. Tom será, desde entonces, su sombra. Al lado de él,
Vinicius de Moraes se torna, en definitiva, en Vinicius de Moraes”, explica el
libro O Poeta da Paixão: Vinicius de
Moraes del periodista José Castello.
Fue por esta razón que Jobim tuvo la suficiente intuición de que la
propuesta que le presentaba João Gilberto en su casa de Ipanema, podría
acoplarse a las armonías con las cuales estaba experimentando. Si bien el
cantar discreto de João Gilberto ya le parecía una novedad, el ritmo sincopado
y depurado de la samba llevada a los acordes de su instrumento simplemente lo
impactó. Lo que los músicos y críticos denominaron A Batida (La Batida, símil de pulso)
Por ello, Jobim recordó una canción, compuesta con De Moraes, que no
había sido incluida en Orfeo da conceicao. Fue hasta su gaveta y
sacó la partitura de “Chega de saudade” (“Basta de nostalgia”), canción que
tuvo su inspiración en un hecho doméstico: escuchar el largo silbido de un
chorinho de la empleada de la casa de su madre. La letra funcionaba perfecto
para la atmósfera que sellaría posteriormente João Gilberto:
Anda mi tristeza
y dile a ella que sin ella no puede ser.
Dile en una oración
Que ella regrese
Porque yo no puedo más sufrir.
Basta de nostalgia, la realidad
Es que sin ella no hay paz
No hay belleza
Es solo tristeza
y melancolía que no sale de mí,
No sale de mí, no sale.
Hecho. Tom Jobim invitaría a João Gilberto a poner su guitarra en la
famosa “Chega de saudade”… pero comenzando por el disco de la cantante Elizeth
Cardoso, Cancao de Amor Demais. Una producción que, pese a todo,
contaba con los reparos de Gilberto; nunca le gustó la gravedad que le imprimía
Cardoso a la interpretación de las canciones. Con todo, João Gilberto puso su
guitarra en “Chega de saudade” y “Outra vez”.
“Distracción Máxima”
El álbum de Elizeth Cardoso fue lanzado en abril de 1958 por el sello
Festa, casa discográfica dedicada a fines no comerciales, como la difusión de
poetas leyendo sus obras en acetato. El lazo del sello con la poesía explica en
parte el espacio otorgado a Vinicius de Moraes para comentar esta unión de
letras y música. Un curioso texto donde el vate intenta bajar el perfil de su
participación en el disco, donde destaca su amistad con los músicos y al que
califica de “producto libre y gratuito”, con fines de “distracción máxima”,
“sin motivos mezquinos”. Razones estratégicas para que el servicio diplomático
brasilero no mirase con sospecha que uno de sus funcionarios lucraba con el
show bussinnes.
Este antecedente, sumado a que la propia cantora llevaba tiempo en que
no lanzaba un disco, hizo que este trabajo pasara prácticamente desapercibido
para el gigantesco mercado musical brasilero. Sin embargo, había quedado la
semilla de João Gilberto.
“La mierda que nos traen de Río”
Fue Tom Jobim quien convenció al sello Odeon de grabar un EP sólo de
João Gilberto y su guitarra. Aseguró que sería un trabajo sencillo y económico
donde, entre otras cosas, se eliminarían las arpas y los vientos utilizados en
el disco de Elizeth Cardoso. Pese a las dudas de la casa discográfica con
apostar a un cantante que apenas susurraba, Gilberto fue aceptado como un
artista más del catálogo.
Pero las manías y perfeccionismo de Gilberto hizo de la grabación un
desafío. Partió pidiendo otro micrófono aparte para su guitarra, constantes
interrupciones en la grabación con yerros que sólo él escuchaba, diferencias
con los técnicos…y con el propio Tom Jobim, a quien acusaba de “flojo” y de “no
entender nada”. Finalmente fue el 10 de julio que el EP se grabaría donde,
además, se incluía “Bim bom”, de autoría del propio Gilberto.
Por ser un disco de futuro incierto, el sello tuvo que reforzar sus
estrategia de marketing. Para ello, se contactaron con una de las tiendas de
discos de mayor popularidad de São Paulo, Lojas Assumpcão. La reacción fue
derechamente hostil.
Según el libro A historia e as historias da bossa nova, el
gerente de ventas de la tienda, Álvaro Ramos, exclamó mientras escuchaba los
primeros acordes de “Chega de saudade”: “¿Por qué graban cantantes
resfriados?”. Luego escuchó a Gilberto entonar “es sólo esto mi baiao, y no
tiene más nada no” y la paciencia de Ramos estalló: “¡¿Entonces esta es la
mierda que Río nos manda?!”. Acto seguido, quebró el vinilo en la punta de la
mesa de reunión.
Pese al impacto inicial de los ejecutivos de Odeon, fueron persuadiendo
al empresario con los siguientes argumentos, según dice el libro del cronista
Ruy Castro: “Esta es una cosa diferente, moderna, valiente. Los cuadrados se
enervarían, eso crearía una polémica que atraería a un nuevo público. Los
jóvenes irían a comprar el disco”, dice el texto. Finalmente, acudieron al
último recurso: un encuentro con el propio artista.
Por cierto una carta osada, dada la particular personalidad de Joazinho.
Se encontraron en la casa de Ramos en São Paulo en un almuerzo, donde Gilberto
apenas comió, pendiente siempre de observaciones trascendentales como “¿Para
qué inventaron la luz? ¿Ya no existe el sol?”. Después le pasaron una guitarra
y, contrario a lo que se esperaba, el músico no cantó bossa nova, sino Fibra de Héroe, una vieja canción de
inicios de los años cuarenta. Ramos, como sucedía en la época, quedó encantado
con la magia de Gilberto en la guitarra. Cuando la cita terminaba, el bahiano
cortó una flor del jardín de la casa y se la regaló a una niña que pasaba por
ahí. ¿Genio o loco? Ramos se rindió a João Gilberto.
Lo cierto es que el single fue promocionado, primero desde São Paulo y
luego en Río de Janeiro. En los primeros meses fue todo un éxito: 17 mil copias
desde Agosto a Diciembre de 1958.
“Esto es Bossa Nova, esto es muy natural”
Pasaron los meses y Tom Jobim se había entregado por completo a la
composición en bossa nova. Para ello se alió a otro músico fundamental del
género, el pianista y letrista Newton Mendonça, con quien compuso Os
Desafinados. Un día la probaron en la casa de Jobim, junto a otros músicos,
entre quienes se encontraba João Gilberto. El instinto del guitarrista hizo que
se apropiara de la canción: “¡Es Mía!”, gritó. La grabó el 10 de noviembre de
1958, mientras que del otro lado del disco se encontraba Ho-ba-la-lá, autoría
de Gilberto.
A inicios de 1959, João Glberto grabó otras canciones para sumarlas a
los EP que ya circulaban en el mercado, y grabar un disco que se preciara de
tal. Simplemente, se llamaría Chega de saudade. Entre otras
canciones, Gilberto registró “Brigas, nunca mais” (Tom Jobim/Vinicius de
Moraes) y “Rosa Morena” (Dorival Caymmi).
En la contratapa del disco, Jobim escribió un profético texto que
destacaba la innovación que Joao Gilberto presentaba en el disco. “Nuestra
mayor preocupación fue que Joazinho no fuese reprimido por arreglos que
anulasen su libertad, su natural agilidad, su manera personal e intransferible
de ser, en suma, su espontaneidad”, apuntó Jobim, probablemente haciendo
alusión a lo complicado que fue grabar con un obsesivo como Gilberto. Toda la
exposición escrita de Jobim finalizaba con un Post Data, suerte de aval de
garantía: “Dorival Caymmi también lo cree”, en mención a uno de los músicos más
respetados en Brasil. Un detalle: el artista sale en la tapa del álbum con un
chaleco ajeno… usado para tapar la camisa barata que el guitarrista vestía.
Un final en pijama
El disco consolidó la carrera musical de João Gilberto, llenando un
vacío de la juventud de clase media acomodada de Río de Janeiro, quienes
necesitaban de una música de mayor sofisticación e intimidad que se
sobrepusiera a la euforia del samba. Además, revalorizó la guitarra acústica,
ese versátil instrumento siempre disponible para una reunión de amigos o una
fogata, por sobre el acordeón y su reminiscencias de la provincia con géneros
como el forro.
“Chega de saudade ofrecía, por primera vez, un espejo a los
jóvenes narcisos. Los jóvenes se podían ver en aquella música, tanto como las
aguas de Ipanema, mucho más claras que las de Copacabana. En la época no se
tenía consciencia de eso, pero después se sabría que ningún otro disco
brasilero iría despertar en tantos jóvenes la voluntad de cantar, componer o
tocar un instrumento. Más exactamente una guitarra. Y, de pasada, acabó con
aquella infernal manía nacional por el acordeón”, dice el periodista Ruy Castro
en su libro.
Al poco tiempo, la bossa nova captaría la atención de EE.UU. Los
jazzistas fueron los primeros. Así, Gilberto se asociaría con el saxofonista
Stan Getz y su esposa de entonces, Astrud Gilberto, con quienes internacionalizaría
el género. Situación similar experimentó Tom Jobim, cuando recibió el llamado
de Frank Sinatra, muy interesado por “Garota de Ipanema” -otro estándar del
estilo-. Tanto Gilberto como Jobim terminarían radicándose en EE. UU. Vinicius
de Moraes, en tanto, seguiría componiendo, publicando poesía y, luego que fuera
expulsado del servicio diplomático brasilero por la dictadura militar, dedicado
por completo a la música y la vida nocturna. Hizo colaboraciones con muchos
músicos, entre estos, Baden Powell y Toquinho.
De estos dinosaurios del bossa nova, sólo Joao Gilberto vive a sus 87
años. No se presenta en público hace casi una década. Dicen que vive en una
casa de Leblon como en una suite del Hotel Copacabana en Río de Janeiro, donde
rara vez se saca su pijama listado. Pese a la fama y el reconocimiento
internacional, vive en un desorden financiero que le ha traído problemas con la
justicia.
(CULTO / 25-11-2018)
(CULTO / 25-11-2018)
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