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SANDINO NÚÑEZ - EL DESENCUENTRO / LA DIALÉCTICA, EL VIRUS RESIDENTE DEL CAPITALISMO Y EL FANTASMA DE LENIN (4)


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Retrocedamos a lo básico. El capitalismo es un modo de producción, un simple modo histórico de producción. Un modo, un sistema económico entre tantos modos o sistemas posibles. Ese bautismo, esa determinación (el capitalismo) le confiere una positividad que lo hace pensable y decible, y lo recorta del continuo natural y neutro de la economía en tanto universal abstracto, de la economía como dimensión irreductible de toda práctica humana. Así, la positividad particular del capitalismo debería pensarse, en principio, contra la actividad negativa singular de un sujeto (para el caso, el nombre propio Marx, o el proletariado marxiano) que lo determina, lo niega, lo escribe, lo teoriza y lo piensa políticamente, es decir, que los arranca de la naturalidad y la neutralidad desde la cual ejerce, sin esfuerzo, su cerrada hegemonía. Esta es, por antonomasia, la operación de la ideologiekritik: nos ha mostrado como forma histórica aquello que tiende a ser espontáneamente entendido como natural y eterno. Pero aquí es donde la fuerza de la neutralidad vuelve para enrarecer la dialéctica entre lo positivo y lo negativo. Esta necesaria determinación-positivización del capitalismo corre un riesgo grave: no puede pensarse como un modo (positivo) de ser sin que se filtre el fondo de neutralidad de un ser sin modos: el principio de producción y la propia lógica económica como universales abstractos, sin historia. Y el giro perverso es que este neutro “ser sin modos” es una abstracción que solamente puede provenir de las propias prácticas o del propio saber enactivo, experiencial o maquínico del modo histórico de producción capitalista. Esa neutralidad es el saber de lo real inherente al mundo capitalista, el saber enactivo del cuerpo capitalista -y por tanto podría y debería ser entendido, negativamente, como negatividad. Pero el algo más que representa el corte mismo (el cortar) ha caído por debajo del contenido realizado por la operación, y entonces la neutralidad del ser sin modos se pone a funcionar simplemente como el telón de fondo, digamos, sin sujeto, sobre el que emerge la positividad de los modos históricos del ser. Ahora, integrada la neutralidad al sistema de lo positivo, la positividad del capitalismo no aparece contra la operación negativa del pensamiento teórico (del proletariado, o de Marx), sino que se recorta sobre la neutralidad abstracta de la economía y la producción. El contenido positivo del lenguaje es objetado (el capitalismo es un modo de producción injusto, explotador, acumulativo, etc.) pero sólo para consagrar la ontología de ese mismo lenguaje inscripta sordamente como neutralidad: hay por lo menos un modo no capitalista de producción, por lo menos un modo de ser de la economía que no es capitalista, y en el cual la economía y la producción se deslizan sin patologías capitalistas sobre el suelo neutro de una historia posconciliar. Estamos en plena alienación: no entendimos que la economía y la producción eran siempre ya parte de la “patología capitalisra”, creímos en la plenitud positiva del significante binario que se levantó luego del corte. El capitalismo apareció entonces no como el modo político en el que el sujeto dice y determina la neutralidad abstracta de la economía, sino como un simple modo de ser de ese ser sin modos que es la economía. No como un modo político (negativo, teórico) de decir economía, sino como un modo de ser (positivo) de la economía.



(CRISE E CRITICA / revista latinoamericana de filosofía e política / volumen 1, número 1, 2017)

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