lunes

LAS ENSEÑANZAS DE DON JUAN (49) - CARLOS CASTANEDA


PRIMERA PARTE “LAS ENSEÑANZAS”
(Una forma yaqui de conocimiento)

V (6)

Tras largo titubeo empecé a seguir los pasos prescritos. Aunque la pasta parecía avena cocida, no tenía ese tacto. Era muy lisa y fría. Olía en forma peculiar, acre. Producía en la piel una sensación de frescura y se secaba rápidamente. Me froté las sienes once veces, sin notar efecto alguno. Traté con mucho cuidado de tomar en cuenta cualquier cambio en percepción o estado de ánimo, pues ni siquiera sabía qué anticipar. De hecho, no era yo capaz de concebir la naturaleza de la experiencia, e insistía en buscar pistas.

La pasta se había secado y desprendido en escamas de mis sienes. Estaba a punto de untarme más cuando advertí que me hallaba sentado sobre los tobillos, a la japonesa. Había estado sentado con las piernas cruzadas y no recordaba haber cambiado de postura. Tardé algún tiempo en tomar plena conciencia de que me encontraba sobre el piso de una especie de claustro con arcadas altas. Pensé que eran de ladrillo, pero al examinarlas vi que eran de piedra.

Esta transición fue muy difícil. Sobrevino tan repentinamente que yo no estaba listo para seguirla. Mi percepción de los elementos de la visión era difusa, como si soñara. Pero los componentes no cambiaban. Permanecían fijos, y yo podía detenerme junto a cualquiera de ellos y examinarlo concretamente. La visión no era tan clara ni tan real como una inducida por el peyote. Tenía un carácter nebuloso, un matiz pastel intensamente placentero.

Me pregunté si podría levantarme o no, y en seguida noté que me había movido. Estaba en la parte superior de una escalera y H, una amiga mía, se hallaba al pie de ella. Sus ojos eran febriles. Había en ellos un brillo de locura. Rio fuertemente, con tal intensidad que resultó aterradora su risa. Empezó a subir la escalera. Quise huir o refugiarme, porque “ella había estado chiflada una vez”. Ese fue el pensamiento que acudió a mi mente. Me oculté detrás de una columna y H pasó ante mí sin mirar. “Ahora se va a un largo viaje”, fue otro pensamiento que se me ocurrió entonces, y finalmente la última idea que recordé fue: “Se ríe cada vez que está a punto de tronar.”

De pronto la escena se hizo muy clara; ya no era como un sueño. Era como una escena común, pero yo parecía estar viéndola a través de un cristal. Traté de tocar una columna, pero todo cuanto noté fue que no podía moverme; sin embargo, sabía que podía quedarme cuanto quisiera, contemplando la escena. Estaba en ella pero no era parte de ella.

Sentí que levantaba un dique de pensamientos y argumentos racionales. Me hallaba, hasta podía juzgar, en un estado ordinario de conciencia sobria. Cada elemento pertenecía al terreno de mis procesos normales. Y sin embargo, yo sabía que no se trataba de un estado ordinario.

La escena cambió súbitamente. Era de noche. Me encontraba en el vestíbulo de un edificio. La oscuridad dentro del edificio me hizo consciente de que en la escena anterior la luz del sol tenía una hermosa claridad. Pero había sido algo tan común que en ese momento no lo advertí. Al seguir mirando la nueva visión, vi a un joven salir de un cuarto con una mochila grande sobre los hombros. No sabía yo quién era, aunque lo había visto una o dos veces. Pasó frente a mí y descendió las escaleras. Para entonces yo había olvidado mi aprensión, mis dilemas racionales. “¿Quién es este tipo?” pensé. “¿Por qué lo vi?”.

La escena cambió de nuevo y me hallé observando al joven mutilar libros: pegaba algunas páginas con goma, borraba marcas. Luego lo vi acomodar los libros con cuidado en una caja de madera. Había una pila de cajas. No estaban en su cuarto sino en algún almacén. Otras imágenes acudieron a mi mente, pero no estaban claras. La escena se hizo nebulosa. Tuve la sensación de girar.

Don Juan me sacudió por los hombros y desperté. Me ayudó a levantarme y caminamos de regreso a su casa. Habían pasado tres horas y media desde el momento en que empecé a untar la pasta en mis sienes hasta la hora en que desperté, pero el estado visionario no pudo haber durado más de diez minutos. Yo no sentía ningún mal efecto; sólo hambre y sueño.

No hay comentarios:

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...
Google+