Actualidad, vigencia, o necesidad de un pensamiento abarcador en una post-modernidad de realidades líquidas, fugaces y fragmentarias.
INTRODUCCIÓN
Si hay un artista moderno que en paralelo a su obra plástica se haya destacado en cuanto a pensar el devenir humano y hacer una crítica profunda a sus formas de vida y consecuentemente a su quehacer artístico, ese fue JTG. En este sentido de ir más allá de su trabajo creativo es posible incluir a Duchamp, que en tándem con Torres García y advertidos del clima apocalíptico en que estaban inmersos, dieron respuestas en la misma línea, pero en sentidos opuestos. (1)
Sobre la obra y el pensamiento torresgarciano se ha escrito mucho, pero en esta oportunidad se intentará verlo desde otro ángulo, trayéndolo a nuestro tiempo, a nuestra realidad, para ver si resiste manteniendo vigencia y de ser así, poder identificar aquello que puede aportarnos para ver el presente.
Para no perdernos en esta empresa, nos ceñiremos a un eje “vertebrador”, evitando alejarnos mucho, ya que las ramificaciones y matices históricos podrían enriquecer el tema pero también complicarlo, atentando contra la claridad que se pretende.
Para ello nos apoyaremos en un par de ideas claves; en primer lugar el pensamiento abstracto y totalizador sustentado en valores universales que se origina en la Grecia clásica y que sirvió de base y guía a J.T.García -tanto en su vida como en la concreción de su estilo artístico-, para relacionarlo o contraponerlo con algunas afirmaciones que dominan el panorama de la cultura actual en el sentido del fragmento y la relatividad, para luego y en segundo lugar, cotejar la postura mística, de fe inquebrantable que identificaba al maestro del Universalismo Constructivo, con nuestra actualidad posmoderna signada por la desesperanza.
JOAQUÍN TORRES GARCÍA Y SU CONTEXTO
Sin perjuicio de lo dicho y a efectos de comprender algo del desarrollo de su pensamiento a partir de sus vivencias, se hará una breve reseña introductoria, ubicándolo en su tiempo y aconteceres históricos, donde sus ideas contestatarias, como la de otros artistas de las vanguardias, fueron de una singularidad tal que le provocaron bastante incomprensión y resistencia.
Joaquín Torres García nació en 1874 en Montevideo. Siendo muy joven viajó junto a sus padres de origen español que retornaban a su país. Ahí comenzó su formación académica en dibujo y pintura. Francia e Italia fueron otros países en los que vivió, sumado a un breve período en New York y en los que trató de ubicar su arte para poder sustentarse él y en su momento también a su familia.
En otras palabras y para ser concretos, se podría decir que debió vivir las contingencias y vicisitudes del centro geográfico de la civilización occidental, que a fines del siglo XIX y primeras décadas del XX aún lo constituía Europa -se sumaba en ese tiempo la pujante América del Norte- y que como sabemos ahora, fueron tiempos de mucha convulsión en la historia del hombre y como consecuencia de la cultura y del arte en general.
Es bueno tener presente que en dicho periodo, apoyados en ideologías, concretos intereses materiales condujeron a guerras entre naciones. Acontecimientos que marcaron definitivamente la historia del siglo XX tanto por el costo en vidas como por los crueles y aberrantes actos cometidos contra la dignidad humana y que paradójicamente se ejecutaron en un tiempo donde teóricamente, las aspiraciones modernistas apuntaban al progreso y crecimiento integral del hombre.
Ante esa locura desenfrenada, hubo respuestas diversas por parte de las vanguardias artísticas; desde una apología a una modernidad agresiva apoyada en el desarrollo industrial como el futurismo italiano, el expresionismo alemán y hasta reacciones aparentemente locas y delirantes -aunque entendibles debido a las circunstancias-, en una suerte de anti-arte nihilista como el movimiento Dadá.
Pero Joaquín Torres García, con su fe inquebrantable y su necesidad de equilibrio y armonía no podía contentarse con esas respuestas y en un principio, junto a otros artistas europeos adoptó una postura constructiva y racional. Esto que podría parecer un gesto desacompasado ante los acontecimientos de su época, no sería tal si se amplía y o se rectifica la idea tan generalizada como limitadora del “arte como reflejo de la realidad”. Es que para un JTG neoplatónico, el arte era algo más que un espejo, implicaba una aspiración que superara lo contingente y accidental de la realidad, apuntando al ideal.
La frase de su autoría que reza; “El artista es hijo de su época, pero no su hechura”, lo expresa contraponiéndose a una idea que pretende definir la cultura como producto de tradiciones locales y que deja poco espacio al pensamiento abstracto y la movilidad que requieren los cambios.
UNA IDEA CLAVE EN EL ORIGEN DE OCCIDENTE
Es sabido que en el período griego arcaico se tuvieron en cuenta las dos dimensiones de la realidad representadas en el culto a Apolo: el mundo como una totalidad organizada y racional y como contracara a Dionisos: la vida instintiva de los sentidos, subjetiva, cambiante e irracional. En el periodo denominado clásico, se da prevalencia a la mencionada opción racional y abstracta -metafísica- con la aspiración de crear adecuadas normas de funcionamiento colectivo.
Esta posición contraria al mundo de lo sensorial que podría llamarse entonces “la vida guiada por el intelecto”, fue una concepción fundante de Occidente y cimentó en su momento la concreción de un proyecto humano de convivencia y armonía.
Continuando en el Renacimiento esta base metafísica, piedra angular de nuestra cultura de aspiraciones universalistas, ha sido el sustento del pensamiento del siglo de las luces en la conformación del “contrato social” vigente aún, aunque con serias dificultades, en nuestras sociedades democráticas liberales.
Aunque esta orientación pareciera ocupar una posición superior al comportamiento habitual al aspirar al logro de reglas de conducta objetivas y valores comunes para todos los seres humanos, no ha escapado a vaivenes históricos y consecuentes confrontaciones. Atacada en los comienzos de la modernidad por otras líneas de pensamiento antirracionalistas y particularistas y también por grupos sociales conservadores, sigue siendo en el presente recusada como proyecto con argumentaciones remozadas y no tan desacreditadas -ya que esta tendencia particularista sirvió en su momento de base ideológica a nacionalismos exacerbados que llevaron a la segunda guerra mundial- provenientes de la sociología y la etnografía, pero en esencia similares.
ESTRUCTURA O TOTALIDAD ORGANIZADA Y UNIVERSALISMO CONSTRUCTIVO
En la filosofía de la Grecia clásica y luego también en la concepción de la estética como disciplina se postulaban la adecuada relación de las partes -formas, proporciones- entre sí y con el todo. La consonancia de estas partes en la obra y la unidad en la variedad, según Baumgarten: “hacen que el conocimiento a partir de los sentidos se disponga como análogo de la razón y como consecuencia favorece también un momento de armonía en el pensamiento.”
Estas consideraciones que más tarde la teoría psicológica Gestáltica de la percepción ratifica en base a la experimentación, fueron el método general utilizado desde siempre en la creación, ya que si bien el arte no se agota en ello, es parte fundamental en el ordenamiento de una imagen coherente y completa en sí misma.
Vemos entonces que este concepto de totalidad es indispensable en la mente humana, en el arte y también claro está, en la conformación de los organismos en la naturaleza. La composición, estructura o “gran forma”, es tan enriquecedora que se ha aconsejado la práctica artística a modo de preparación para otras actividades, incluidas las ciencias y la política.
En el Universalismo Constructivo, la idea de estructura fue un requisito básico, donde la articulación o funcionalismo de las diferentes partes, formas y colores en una totalidad organizada, eran la búsqueda y el logro a alcanzar conjuntamente con otras cualidades expresivas y conceptuales. Aun cuando su creador afirmaba que básicamente se trataba de arte plástico, el hecho de que el propio Torres García lo denominara humanismo, no deja dudas de la relación de su estética con la concepción intelectual y por ende política -en el sentido amplio del término- de su proyecto.
Los conocidos juguetes de Torres García -que como es sabido le llevaron a abandonar la pintura algunos años-, son claro ejemplo de la utilización de este concepto y de las posibilidades didácticas del mismo. En ellos las diferentes piezas se podían colocar variando su ubicación, para lograr resultados de nuevas composiciones satisfactorias.
J. T.G. era plenamente consciente de la importancia de este hecho a desarrollar en la niñez, ya que por medio del juego se incorporaba la capacidad de articular lo diverso, particular y fragmentario dentro de la totalidad en la etapa de mayor aprovechamiento del aprendizaje.
UNIVERSALISMO COMO TOTALIDAD VS. PARTICULARISMOS Y DIVERSIDAD
Desde el punto de vista teórico la discusión primera entre la postura de totalidad, metafísica, universalista, de verdades objetivas y la contraria de un mundo cambiante y diverso, relativista o perspectivista -aquello de que “todo depende del color del cristal con que se mire”- se ha ido ramificando y enriqueciendo con mixturas o entrecruzamientos que teóricamente debieran reducir la polarización. Lamentablemente no es lo que se da en los hechos, donde de manera excluyente se pretende hegemonizar el pensamiento ligado al fragmento, argumentando que los planteos abstractos son inviables para manejarse en un mundo corpóreo, de realidades concretas y particulares.
Es posible apreciar entonces que ante cualquier intento de pensamiento abarcador de los problemas políticos, se argumente que los planteos de totalidad son demasiado complejos, teniendo que resignarnos a la atención de hechos específicos -particulares-.
Actualmente se percibe el especial destaque concedido a las partes en detrimento de la totalidad. Se puede apreciar esto claramente en la atención otorgada a los derechos de las minorías, que reclaman -justificadamente- en sus distintas versiones: de género, racial, o de libre elección sexual. Estas problemáticas no son nuevas y es saludable su revisión desde otros enfoques teniendo en cuenta las transformaciones sociales y subjetivas producidas últimamente. Pero ese ensimismamiento provoca la desatención a la totalidad, ya que al convertirlas en “la causa fundamental” y centrarse en ellas, se provoca el descuido y la desarticulación de esas identidades con otras relaciones más abarcadoras en las que también se está inmerso socialmente -sería el caso del árbol que tapa el bosque-.
De esta manera, entonces, más allá de su necesidad y de solidarias y comprometidas intenciones, la energía crítica tiene su válvula de escape, sustituyendo “por diferencias culturales”, la discusión más amplia y general, dejando entonces invisibilizado y por tanto inmodificado -en su totalidad- el entramado básico del sistema. Dicho de otra manera y para dar más claridad; quita el énfasis a otras desigualdades y problemáticas mayores, ya que en paralelo a estas continúa acentuándose la desigualdad, deteriorándose la educación, con la destrucción progresiva del medio ambiente y donde la convivencia se enrarece y desmorona con el aumento de la violencia general.
El hecho de que el relacionamiento tradicional que se daba en las formas de trabajo del período industrial -la posesión de los medios de producción y la posesión de la fuerza de trabajo- hayan cambiado y puedan tener en muchos casos características nuevas, no reducen las grandes diferencias socio-económicas; por el contrario ha aumentado la concentración de la riqueza, con la consecuente violencia que origina, superponiéndose a las problemáticas de género, raza o elección sexual.
En la actualidad este antagonismo entre lo general y lo particular es ocultado. Muestra uno de sus perfiles de manera insistente y constante en los medios de comunicación y también a otros niveles, pero su contraparte pareciera estar ausente, negada o suprimida en las agendas de discusión tanto académica como política.
MULTI - CULTURAS, DIVERSIDAD Y RELATIVISMO
La mayor complejidad en el conocimiento de la realidad obliga para su tratamiento a una ampliación de los puntos de vista. Aunque esto puede ser saludable en cuanto permite el enriquecimiento sobre el objeto tratado, si es llevado al extremo deriva en una forma que dificulta el funcionamiento colectivo, entorpeciendo el logro de verdades objetivas. Ya Sócrates y Platón habían llegado a conclusiones parecidas, aunque con los sofistas se logró ampliar este concepto.
Como ya se ha mencionado no serán las posiciones extremas las que permitan el punto adecuado. Se asiste en la actualidad a una intencionada pretensión de relativizarlo todo (2) aun cuando totalizar lo relativo llevaría en principio a una contradicción lógica, ya que resulta imposible establecer como ley o verdad universal que todo es relativo, dado que entonces ese mismo postulado tendría el carácter de relativo, invalidándose a sí mismo. Además el relativismo propende al caos por falta de puntos de acuerdo y éste al escepticismo al imposibilitar toda dirección o certeza. Finalmente, esta doctrina termina siendo el artilugio más práctico para desarticular toda intención de voluntades organizadas, ya que sin el aglutinante que permite acordar en pos de un objetivo, es imposible construir, corregir o direccionar actividad alguna.
Se puede apreciar esto claramente en el concepto de la palabra cultura, que en las últimas décadas ha derivado en multiplicidad de acepciones. Hay que recordar que la palabra cultura proviene de cultivo agrícola y por lo tanto de la posibilidad de crecimiento, con lo cual devino en sentido figurado a referirse al mejoramiento y o refinamiento de lo individual, donde la educación cumplía un rol importante. Un concepto bastante adecuado sería el de que la cultura enriquecería a los hombres a través de la aceptación de formas externas que han sido objetivadas en el transcurso de la historia.
Pero últimamente el término cultura se ha volcado hacia el concepto antropológico, que lo interpreta como lo concerniente a las tradiciones locales, sus raíces identitarias o la singularidad local y su propio lenguaje, por lo cual el término que antes sólo era singular, ahora se amplía al plural, existiendo por lo tanto muchas culturas, llegando inclusive al contrasentido de hablar de cultura carcelaria o cultura de la droga. Habiendo muchas culturas será imposible establecer jerarquías o dicho de otra manera validar como más adecuada una forma de funcionamiento social son respecto a otras. (3)
NORMAS Y LIBERTAD
Necesario y ventajoso ha sido para los seres humanos vivir en comunidad. Ello ha requerido el delicado y permanente ajuste en procura de equilibrios entre lo que aportan y lo que reciben como beneficio y también de una base mínima de igualdad.
A los recortes inevitables para que los derechos propios no afectaran el derecho de los demás, hubo que contraponer la no restricción de las libertades individuales. Históricamente esto ha tenido sus vaivenes y en ningún caso los desequilibrios han contribuido a la convivencia.
Actualmente se asiste a un discurso dominante dirigido hacia las libertades en desmedro de la atención a las reglas o normas del bien común. Esto, además de fundamentarse en experiencias negativas relacionadas con las restricciones a las libertades en regímenes autoritarios, tiene connotaciones ideológicas propias.
POSMODERNIDAD: TEORÍA Y REALIDAD
La posmodernidad es ante todo “un paradigma cultural” donde fuerzas ideológicas específicas intentan totalizar el dominio de sus representaciones del mundo.
Esta posmodernidad como postura dominante, basada en la ambigüedad y la carencia de forma y orden en todos los sentidos -entendiendo la forma inclusive en la creación de conceptos- no es una tendencia neutra o inocente.
En la misma línea se procura desdibujar los límites o fronteras entre diferentes entidades y aunque la ampliación y flexibilidad podrían tener algún aspecto positivo, dicha ambigüedad es desorientadora al impedir toda clasificación y jerarquización.
Finalmente en este clima de relativismo donde es imposible la coordinación colectiva y donde el entramado es de tal complejidad que nadie puede escapar a su presión, las resistencias menguan aceptando la realidad como una situación inevitable e inmodificable.
La razón instrumental cortoplacista, en sus variantes individual, grupal o corporativa va afianzándose, dejando más aisladas y sin posibilidad las eventuales aspiraciones comunitarias.
La argumentación de que “se trata de la condición humana” y que no podremos superar la pertenencia al reino animal -donde es natural el dominio del más fuerte y el mejor adaptado- es expresión corriente y aspira a reafirmar esa visión escéptica.(4). Esta sensación de que es imposible cambiar o mejorar algo de la realidad a pesar de nuestros esfuerzos particulares -en psicología se habla del locus externo- además de negar el mundo simbólico como característica diferenciadora del hombre- empuja a una conducta desinteresada de toda participación política y hedonista ligada a gratificaciones mediante el entretenimiento y el consumo.
Este es sin duda el fenómeno “cultural” por excelencia de nuestro tiempo y aunque el progreso tecnológico continúa su avance “omnipotente”, se ha ido desmoronado la idea de mejorar las formas de relacionamiento social. Como resultado, el control del poder por parte de los ciudadanos, traducido en su capacidad de elegir y cambiar sus destinos se ha visto afectado y consecuentemente el debilitamiento de la convivencia democrática que ha sido base de la cultura occidental.
UNIVERSALISMO CONSTRUCTIVO
Como veníamos desarrollando, una necesidad inherente al arte ha sido la relación armónica entre las partes en cualquier manifestación artística, sea musical, literaria o plástica; la carencia en este sentido deriva inexorablemente en tensiones y eventualmente en caos.
En ese clima de una modernidad donde los intereses individuales y los comunitarios no lograban un equilibrio -por la permanente confrontación y falta de armonía- es que Torres García encuentra en su práctica de la pintura, no sólo el convencimiento del valor de la esfera espiritual y simbólica del hombre, sino una analogía con los mecanismos de convivencia de la sociedad.
Puede deducirse entonces que un arte estructurado y tan aferrado a las normas como es el Universalismo Constructivo, fue producto de una necesidad que pretendió contrarrestar esa inestabilidad permanente del mundo en que le tocó vivir a su creador.
Es lógico pensar que ante tanta desmesura, tanto impulso a la destrucción y la ruptura, intentando recuperar el equilibrio y el orden, diera a manera de respuesta con un estilo rígido basado en convenciones y reglas. Por lo tanto, descalificar como dogmático el estilo creado por Torres García sería un simplismo, ya que precisamente eso era lo que procuró su creador.
TRASCENDENCIA Y CONSTRUCTIVISMO
Joaquín Torres García no recibió el premio del Salón Nacional como reconocimiento por una obra del estilo que creó -Universalismo Constructivo- y que paradójicamente con el tiempo le ha dado fama a él y a nuestro país en el contexto del arte mundial. Recibió el premio, señalándose expresamente que era a su esfuerzo permanente y entrega personal y no a su “estéticamente fallido o fracasado estilo constructivo” que además fue adjetivado como “epigonal del cubismo”. En esa oportunidad, se dejó expresa constancia de que no se quería premiar ese estilo porque “amenazaba con darle prestigio a una endeble teoría artística” (5).
Han pasado muchas décadas y la resistencia que provocó el arte y el pensamiento de Joaquín Torres García no ha disminuido. Esta oposición va más allá de las antipatías que pudo haber provocado su personalismo, su vehemencia o su incorrección política, pudiendo estar ligados en ciertos casos a la incomprensión sobre los aspectos conceptuales y estéticos y en otros a claros motivos ideológicos.
Es que hablar de orden, de respeto a las normas y de armonía, es contrario al discurso dominante, que pregona la libertad a ultranza y que como se ha venido desarrollando, es un discurso transvestido que posa de contestatario y rebelde -“solo hazlo” o “juega con tus propias reglas” son slogan publicitarios de una empresa multinacional y ejemplos evidentes de esta orientación que algunos cándidamente toman como emblema en base a su mensaje libertario-.
Difícil escenario se nos presenta entonces ante una sociedad de masas, que por el encadenamiento de diversas causas -el exceso de información es una de ellas- resulta fácilmente manipulable y al que en muchos casos se suma el apoyo legitimador de la academia.
Aun descreyendo de la existencia de teorías conspirativas, es posible asegurar que de haber pretendido crear un estado de cosas como el actual, donde nadie escapa a sus presiones y la inercia del sistema empuja sin control, no se habría logrado algo tan sofisticado y destructivo -tampoco se debería caer en la inocencia de negar la existencia de fuerzas que luchan por imponer sus propios intereses-. Aun cuando no nos guste, no es nada exagerado hablar del precipicio suicida a donde nos dirige nuestra civilización.
Revertir esta situación cuando el escepticismo paraliza toda acción no parece una alternativa posible, salvo que despertemos de esta amnesia pos-moderna y retomemos la mística de la trascendencia, esa que nos permite creer que es posible, o cuanto menos empujarnos a intentarlo. Para ello necesariamente los hombres tendríamos que bajarnos del relativismo extremo que pretenden imponernos, en procura de verdades objetivas (6).
En este sentido el maestro del Universalismo Constructivo marcó un camino. De manera perseverante y enfrentando todo tipo de dificultades, con coherencia entre pensamiento y acción supo mantener una fe inquebrantable.
Convencido de que sin un cambio interior profundo, ni la política partidaria ni las ideologías podrían solucionar los problemas humanos, señaló la necesidad de otro paradigma cultural: un paradigma que ante la angustia que provoca el saber de los límites de la vida humana, lleve al hombre a asumir una postura de serena conciencia por los actos realizados y no a vivir con alteración desesperada por el goce inmediato, que finalmente no colmarán su insatisfacción permanente.
En este sentido y comenzando por su propia persona, enriqueciéndola de manera espiritual, dio sentido y justificación a su existencia trabajando, pintando, escribiendo y enseñando sobre la trascendencia y el valor del ser constructivo.
Opinar sobre el fracaso de la postura universalista constructiva, es haberse creído lo que dio en llamarse “el fin de la historia” y aunque no es la intención retomar este pensamiento y estética torresgarcianos en su literalidad, es necesario revisarlo ya que puede aportarnos para pensar un futuro que hoy por hoy presentimos sumamente comprometido.
Notas
(1) No ampliaremos sobre Duchamp, de quien que hay abundante bibliografía, y además no es adecuado a efectos de la relación de opuestos que se pretende plantear en este análisis. Sobre Torres García/Duchamp ver presentación de Juan Fló al libro New York de Torres García, editado por el Museo Torres García.
(2) Resulta extraño, para decirlo eufemísticamente, que los títulos originales de la llamada “teoría de la relatividad” y “la teoría del caos”, hayan sido modificados, tergiversando en sentido opuesto las conclusiones a las que habían llegado sus autores. Citado por Rudolf Arnheim en su libro El quiebre y la estructura.
(3) “Cuando oigo la palabra cultura, echo mano a mi pistola”. Esta frase se atribuye a un reconocido nazi, y deja claro que desde el poder la cultura era y es temida por ser una herramienta adecuada para la liberación del hombre. Desprestigiar la palabra cultura basados en que es producto de élites y quitarle su significación original convirtiéndola en una palabra con diversas y hasta contradictorias acepciones, por lo menos plantea una situación para la duda.
(4) Teoría del darwinismo social propugnada por algunas líneas de pensamiento dentro de la sociología.
(5) Diario El Día, 13 octubre de 1944, nota de Herrera Mac Lean, quien en ese momento presidía el jurado del Salón Nacional.
(7) El desierto es muy largo y la verdad no triunfa pero existe. Lo demás no existe. (Koan del poeta Hugo Giovanetti Viola.)
Bibliografía
Adorno Theodor W. Teoría Estética.
Arocena Ricardo. Algunas cuestiones sobre las ciencias sociales latinoamericanas.
Arnheim Rudolf. El quiebre y la estructura.
Bozal Valeriano. Historia de las ideas estéticas y de las teorías artísticas contemporáneas.
Cassirer Ernst. Antropología filosófica.
Finkielkraut Alain. La derrota del pensamiento.
Fló Juan. Joaquín Torres García ahora, Prólogo a New York de J.T.G.
Giovanetti Viola Hugo. Artigas y la barbarie ilustrada.
Grüner Eduardo. La cosa política o el acecho de lo real.
Herrero Perez Nieves. La posmodernización de la tradición.
Huyssen Andreas. Después de la gran división.
Huysseen Andreas. En busca del futuro perdido. Después de la gran división.
Jameson Frederic. El posmodernismo o la lógica cultural del capitalismo avanzado.
Jameson Frederic / Zizek Slavoj. Estudios Culturales.
Lash Scott. Sociología del posmodernismo.
Mazzucchelli Aldo. Obsolescencia de la libertad.
Torres García Joaquín. New York. Estructura. La recuperación del
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