por
Carolina Martínez Pulido
Las pequeñas tallas femeninas procedentes del Paleolítico
Superior han generado un monumental cuerpo de literatura que ha incluido
discutidas teorías sobre su papel de diosas, símbolos de la fertilidad y
maternidad, o bien su función de objetos eróticos. Curiosamente, muchos de los
estudiosos que con tanta meticulosidad las analizaron, aparentemente no
advirtieron que algunas de ellas presentan señales de llevar ropas o adornos
corporales.
Sin
embargo, una detallada observación de las pequeñas tallas, apoyada en el uso de
los métodos y técnicas más modernos, ha desplazado en no pocos debates el foco
de atención desde la desnudez de las imágenes a la presencia de posibles,
aunque sutiles, vestimentas o adornos. Lo interesante de estos ornamentos,
dispuestos en la cabeza o en otras partes del cuerpo, es que dan la impresión
de estar delicadamente tejidos con finas cuerdas o fibras. Y si así fuera,
tendrían un considerable significado porque podrían estar relacionados con los
primeros pasos de la producción textil o de la cestería. La pregunta vibra en
el aire: ¿Serían las mujeres paleolíticas capaces de tejer los primorosos adornos
que lucen?
La
respetada profesora de Arqueología y Lingüística del Colegio Occidental de los
Ángeles Elizabeth W. Barber ha sido una de las primeras investigadoras en
registrar la presencia de objetos tejidos en las estatuillas. Además, esta
experta pionera ha defendido durante décadas la necesidad de interpretar tales
objetos con el máximo rigor posible. Cuando Barber estudió las pequeñas
figuras, en vez de dedicar su atención a las tantas veces analizadas y
discutidas proporciones del cuerpo (tamaño de los pechos, las caderas, detalles
del sexo, etc.), optó por concentrarse en algo que llamó profundamente su
atención: los gorros, bandas en la cintura o en el pecho, faldas de cuerdas y
otras formas de decoración que algunas lucían.
En el año
1994, Elizabeth W. Barber expuso ante la comunidad de expertos que numerosas
estatuillas portaban algún tipo de ornamento trenzado a partir de fibras
vegetales. Se trataba de una idea un tanto insólita, porque en el contexto de
la arqueología del momento se daba por hecho que los humanos no inventaron el
tejido hasta después de abandonar la vida nómada y establecerse en villas
agrícolas permanentes con plantas y animales domesticados. Y estos
acontecimientos tuvieron lugar en distintos territorios del mundo en el
Neolítico, hace unos 8.000 años: una vez sedentarios, se suponía que nuestros
antepasados pudieron desarrollar tecnologías como la cerámica o los textiles.
Sin embargo, las estatuillas paleolíticas tienen edades que oscilan entre
15.000 y 35.000 años y por tanto, ante la idea de que ellas lucieran supuestos
tejidos, la opinión generalizada sentenciaba que «nadie podría tejer textiles
tan complicados hace tanto tiempo». Esta era la principal razón por la cual el
tema apenas se había analizado en profundidad.
En contra
del criterio dominante, sin embargo, Elizabeth Barber optó por investigar el
asunto. Emprendió un meticuloso trabajo cuyos resultados le confirmaron una y
otra vez que la gente del Paleolítico Superior ya sabía utilizar fibras
vegetales. La estudiosa pasó a ser una científica de vanguardia, al proponer,
con datos en la mano, que el origen de la tecnología textil era notablemente
anterior al Neolítico. Centrando la atención en los textiles, que por lo
general se han considerado principalmente productos de la actividad femenina,
Barber propuso nuevas perspectivas sobre la vida de las mujeres prehistóricas,
su trabajo y sus valores.
De hecho,
hasta aquellos años las descripciones de las pequeñas tallas se habían limitado
a indicar que algunas presentaban un peinado muy complejo. Así por ejemplo, en
relación a la figura de Willendorf, el profesor de Historia del Arte Christopher Witcombe enfatizaba que si se presta atención a su perfil, la célebre
escultura parece mirar hacia abajo, con la barbilla inmersa en el pecho y el
pelo enrollado alrededor de la cabeza, mostrando un elaborado peinado. De todos
modos, este autor no ocultó su extrañeza al considerar «extremadamente raro»
que un artista paleolítico prestase tanta atención al pelo de la figura que ha
tallado, y por ello sugería que un tocado tan meticuloso debía tener algún
significado.
En 1998,
el arqueólogo James Adovasio y la antropóloga Olga Soffer, tras una minuciosa inspección del peinado de la
estatuilla de Willendorf, llegaron a la conclusión de que su «cabello» era en
realidad un gorro tejido, una especie de cofia tan cuidadosamente trenzada que
les hizo pensar que en el Paleolítico Superior podría haber existido una
extendida tecnología de la fibra. Idea que se ha visto corroborada porque la
talla de Willendorf no es la única que parece llevar un gorro tejido. La
estatuilla de Brassempouy o Dama de la capucha, por ejemplo, es
otra célebre figura cuya cabeza da la impresión de estar cubierta por algún
tipo de redecilla o tocado para el cabello.
Los
adornos aparentemente hechos de fibras, sin embargo, no se limitan, como
decíamos más arriba, a la cabeza. También los hay corporales, como los de
algunas tallas que presentan cinturones de los que cuelgan cuerdas. Es lo que
se observa por ejemplo en la estatuilla de Lespugne, cuyas amplias caderas
muestran en la parte posterior una serie de canales muy marcados que parecen
una falda, consistente en once fibras unidas a una cuerda basal que sirve de
cinturón. Las sogas cuelgan del cinto y están tan escrupulosamente talladas que
no sólo se aprecia el retorcido de las fibras, sino incluso como pierden su
trenzado y se deshilachan hacia el extremo final.
.
En el
suroeste de Rusia y en Ucrania, en las proximidades del mar Negro, se han
hallado numerosos restos arqueológicos. Entre ellos, en una región llamada
Kostenki, se han encontrado literalmente docenas de figurillas que muestran
marcadas similitudes entre ellas y con las del resto de Europa. Algunas están
completamente desnudas, pero otras presentan prendas de vestir y adornos en la
cabeza. También se ha hallado un fragmento más bien grande (13,5 cm) de piedra
caliza, con un prominente ombligo y unas manos cuyas muñecas portan brazaletes.
El análisis de estos ornamentos ha contribuido a consolidar la idea de que la
gente del Paleolítico tenía capacidad para tejer ropas, redes o cestos con
fibras vegetales (Soffer et al., 2000).
Por otra
parte, en el año 1993, salió a la luz un trabajo que exponía que en la
República Checa, concretamente en Dolni Vestonice, se habían hallado algunos
trozos de arcilla cocida muy antiguos, de una edad comprendida entre 24.000 y
28.000 años. Estos restos conservaban en su superficie unas curiosas
impresiones de difícil interpretación. Tras diversos análisis, los
especialistas sugirieron que los fragmentos de arcilla hallados podrían
corresponder a fracciones de suelo que mostraban huellas o impresiones de lo
que parecía una cesta tejida con fibras finamente retorcidas.
Hoy se
interpreta que sobre ese antiguo suelo se pudo depositar algún tipo de objeto,
como sacos, bolsas, cestos o alfombras, tejidos a partir de materiales
extraídos de plantas silvestres y que dejaron su huella. Si esta conclusión
fuera correcta, contribuiría a consolidar la idea de que los habitantes de
aquella zona ya sabían tejer fibras vegetales. El hallazgo es importante porque
hace retroceder en unos 15.000 años la fecha formalmente admitida por los expertos
de las primeras señales de cestería o de textiles. Una vez más, surgen señales
que sugieren que la capacidad para aprovechar las estructuras vegetales se
remonta a muy atrás en la historia de la humanidad. Además, los análisis
realizados con métodos modernos en las marcas detectadas en esos supuestos
fragmentos de suelo, parecen revelar conocimientos de variados estilos de
retorcer y entrelazar hilos, algunos de los cuales incluso han perdurado hasta
el presente.
La tesis
que sostiene que el aprovechamiento de las fibras vegetales con diversos fines
es muy antiguo, se ha visto también reforzada por un hecho significativo.
Numerosas herramientas procedentes del Paleolítico Superior, que hasta hace
poco parecían tener una dudosa utilidad y se les había prestado poca atención,
ahora, bajo la luz de la nueva perspectiva, pueden entenderse mucho mejor: se
trata de los utensilios empleados para tejer.
No son
pocos los estudiosos que han subrayado, con notable asombro, que, por la misma
época en que unos grupos humanos comenzaban a realizar las primeras pinturas en
las paredes de las cuevas del sur de Europa, otros, en el este del continente,
estaban produciendo los tejidos más antiguos conocidos. La humanidad florecía
entonces con una próspera creatividad que brotaba en distintas partes del viejo
continente.
La
arqueología de género, que se ocupa de recuperar a la mitad femenina de las
poblaciones antiguas, cuenta con numerosas expertas y expertos que han
subrayado al respecto el escaso rigor que implica suponer que las mujeres se
mantuvieron pasivas contemplando, por ejemplo, el nacimiento de la cestería o
que arrastraran igual pasividad ante la creación del maravilloso arte
paleolítico. Una de las pioneras, la prestigiosa Margaret Conkey, ha señalado: «No
podemos interpretar el material acumulado durante miles años afirmando que todo
él está relacionado con actividades masculinas.»
Referencias
1.
Barber,
E. W. (1994), Women’s Work: The First 20,000 Years, New York: Norton.
2.
Jennett,
K. D. (2008), Female figurines of the Upper Paleolithic, Texas San
Marcos.
3.
Martínez
Pulido, C. (2012), La senda mutilada: la evoluciónhumana en femenino. Biblioteca Nueva. Madrid.
4.
Soffer,
O., Adovasio, J. M, y Hyland, D. C. (2000), «The “Venus”Figurines: Textiles, Basketry, Gender, and Status in the Upper Paleolithic», Current
Anthropology 41, págs. 511-537.
Sobre la autora
Carolina Martínez Pulido es Doctora en Biología y ha
sido Profesora Titular del Departamento de Biología Vegetal de la ULL. Su
actividad prioritaria es la divulgación científica y ha escrito varios libros
sobre mujer y ciencia.
(Tribuna feminista)
No hay comentarios:
Publicar un comentario