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El enfoque dialéctico entonces separa las cosas de otro modo. Es dualista, por cierto. Pero lo es en un sentido infinitamente más profundo que el ordinario que distingue dos principios o dos mundos separados que se relacionan (se encuentran o se desencuentran). Su corte es mucho más radical. Ya no materialismo o idealismo como posiciones firmes que se disputan, luego, en todo caso, a la dialéctica como “herramienta”, “procedimiento” o “método” (la dialéctica no es -y quizás esa es la sospecha de Lenin-, por lo menos no solamente, un método o un procedimiento). Ya no dualismos o monismos, sino, más fundamentalmente, postular el monismo inherente de todo dualismo (ingenuo), o el dualismo inherente de todo monismo. Ya no trascendencia o inmanencia, sino hacer foco en el carácter inmanente de lo trascendental. Entonces quizás habría que hablar, mejor, en última instancia, de la idealidad sustancial del pensamiento y del entendimiento, y de la sustancialidad ideal del ser, de las cosas y los objetos, contra la materialidad significante de las prácticas, o, digamos, la virtualidad de la realidad. Las prácticas sociales son, precisamente, el borde, la zona crepuscular, la distancia y el (des)encuentro entre esos dos mundos de ideas sustanciales o de sustancias ideales. Las prácticas, como materialidad significante, son esa actividad que siempre ya ha introducido el daño entre el pensamiento y el ser, entre el entendimiento y el objeto, entre las palabras y las cosas. O mejor, son ese borde puro del cual surgen las deslumbrantes positividades antagónicas apareadas: palabras y cosas, pensamiento y ser, sujeto y objeto. La realidad ya era prácticas histórico-sociales. Y también, rigurosamente, al revés: las prácticas histórico-sociales ya se habían realizado (objetalizado y objetivado). Poner el problema no en el ser ni en el pensamiento, sino en la relación misma, viene por fuerza a perturbar una vecindad básicamente clara y tranquila. Insisto: clara y tranquila. No importa que la frontera o el muro que delimita los territorios suela desdibujarse, y tampoco importa que la vecindad haya asumido paradójica y frecuentemente, entre los siglos XIX y XX, formas explícitas de enfrentamiento, enemistad y guerra, y especialmente de enemistad y guerra políticas. Ha sido claro que la derecha hegeliana siempre se ha deslizado como la continuidad del pensamiento del maestro, y que la juventud de izquierda representa el quiebre, la ruptura o la “inversión”. Pero quizás no ha sido tan claro que de ahí se desprende que la izquierda no solamente representa la posición contraria simétrica de la derecha hegeliana, sino que representa, quizás sin saberlo, un algo más: representa el acto mismo del quiebre o la ruptura; representa, en un punto, a la propia representación, o mejor, es el propio representar. También ha sido demasiado claro durante mucho tiempo, para la ortodoxia materialista política, que la dialéctica idealista y el materialismo dialéctico se enfrentan, como gallos colorados, en el campo de batalla de la filosofía: el idealismo es la posición ideológica dominante de las burguesías y el materialismo es la episteme proletaria. Pero no es claro en absoluto que la claridad misma de ese enfrentamiento, la figura de esos dos ejércitos situados simétricamente a la izquierda y derecha de la frontera, siempre está enrarecida y abrumada, porque aquel que sostiene la figura, aquel que anuncia el enfrentamiento, aquel que lo dice y lo teoriza, ya está situado en uno de los bandos: el de la izquierda, por cierto, que representa el algo más, la propia barra que antagoniza, la acción de romper y separar. Ese algo más, ese punto de enunciación, esa negatividad y la potencia de esa negatividad, es lo que ha caído, digamos, “por debajo” del enunciado, lo que ha sido cubierto por la nitidez hiperrealista positiva del contenido realizado de la figura dual, por la positividad binaria de la figura -y su secreto correlato es una tercera persona neutra (la no persona) que la capta y la dice como algo-que-está-en-el-mundo. Ahora solamente parece haber bandos enfrentados que sostienen (y son sostenidos por) doctrinas antagónicas, separados por el muro o el espejo que los distribuye a uno y a otro lado. He ahí la Ur-verdrángen de la ortodoxia marxista revolucionaria: la acción misma de representar ha caído por debajo de la figura de la representación
(CRISE E CRITICA / revista latinoamericana de filosofía e política / volumen 1, número 1, 2017)
(CRISE E CRITICA / revista latinoamericana de filosofía e política / volumen 1, número 1, 2017)
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