9 / LA LECCIÓN DEL ENFADO (7)
EKR
Después de los ataques de apoplejía, sentí que podía vivir con la idea de morir o la de recuperarme. Sin embargo, tuve que vivir con mi incapacidad, pues el lado izquierdo de mi cuerpo quedó paralizado y no mejoró ni empeoró. Me sentía como un avión detenido en la pista del aeropuerto, y yo deseaba que despegara o que regresara al hangar. Y me enfadé. Me enfadé muchísimo con todo y con todos. Incluso me enfadé con Dios. Le llamé de todo…, y ningún relámpago me fulminó. A lo largo de los años, muchas personas me han agradecido mi estudio acerca de las etapas del proceso de morir, de las que el enfado forma parte. Pero muchas de esas personas se esfumaron cuando fui yo quien se enfadó. Al menos el 75 % de mis amistades me abandonó. Incluso algunas personas me criticaron a través de la prensa por no morir de una forma elevada y sentirme enfadada. Era como si me dijeran que estaban de acuerdo con todas las etapas que había descrito pero no con el hecho de que yo estuviera en una de ellas. Sin embargo, los que se quedaron a mi lado me permitieron ser como soy y no me juzgaron ni a mí ni a mi enfado, lo cual ayudó a que se disipara.
He explicado que se debe permitir a los pacientes expresar su enfado y que ellos mismos deben darse el permiso. Mientras estaba en el hospital después de mi primera apoplejía, una enfermera se sentó sobre mi codo. Yo grité de dolor y di mi primer golpe de karate. En realidad no la golpeé, sólo realicé el movimiento con el otro brazo. A raíz de aquello, escribieron en mi expediente que era una persona agresiva. Esto es muy común en los ambientes médicos, se etiqueta a las personas con exageración por tener reacciones normales.
Estamos en este mundo para experimentar y sanar nuestros sentimientos. Los bebés y los niños viven sus sentimientos y luego van a otra cosa. Lloran y se les pasa, se enfadan y se les pasa. Los moribundos, con su sinceridad, se parecen a los niños que una vez fueron y vuelven a utilizar expresiones como “Tengo miedo” o “Estoy furioso”. Nosotros también podemos aprender a ser más sinceros y a expresar nuestros enfados. Podemos aprender a vivir una vida en la que el enfado sea un sentimiento un pasajero y no un estado.
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