domingo

LA PEQUEÑA CRÓNICA DE ANA MAGDALENA BACH (78) - ESTHER MEYNEL


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Conforme los años iban pasando, las preocupaciones de la casa iban siendo cada vez menores para mí, pues Catalina e Isabel eran buenas y trabajadoras y me ayudaban mucho; por lo tanto, me quedaban de cuando en cuando ratos libres para poder dedicarlos a Sebastián, y volvimos a disfrutar un poco de la tranquilidad de nuestros primeros años de casados. ¡Qué alegría experimentaba yo cuando nuestras visitas se marchaban y volvía a estar a solas con Sebastián! Luego, llegaban las horas, para mí tan deseadas, en que Sebastián cogía un libro y me leía con su voz profunda y bien entonada. Le oí leer la mayor parte de las “Conversaciones de sobremesa”, de Martín Lutero, que a él le causaban un placer extraordinario; leía con frecuencia la siguiente frase: “Cuando la música natural es elevada y espiritualizada por el arte, puede el hombre reconocer hasta cierto punto (totalmente es imposible) la perfecta sabiduría de Dios en su maravillosa creación musical”. Después de leerme este o algún otro pensamiento parecido de Lutero, solía dejar el libro, mirarme y decir:

-¿No es maravilloso, Magdalena, que tú y yo, por medio de este libro podamos hablar con Lutero, preguntarle su opinión y obtener su respuesta? ¡Con cuánta consideración debemos tratar los libros que contienen toda la sabiduría del pasado!

Él mismo cuidaba su biblioteca con la mayor atención, y sus libros eran un consuelo que le ayudaba a olvidar todas las pequeñeces y discordias del mundo exterior. Olvidaba las travesuras de los alumnos de la Escuela de Santo Tomás y los disgustos que le causaban en cuanto leía la “Historia de los Judíos”, del sabio Josephus, “Tiempo y eternidad”, de Geyers, o “Sobre las lágrimas de Jesús”, de Rambach. También hallaba especial consuelo en los “Sermones”, del buen fraile dominico Juan Tauler, de Estrasburgo, que vivió muchos años antes que nosotros. Creo que Sebastián tuvo la idea de adquirir este libro al leer las siguientes palabras de Lutero: “Si sientes placer en la lectura de un libro de ciencia divina profundo y puro, lee los “Sermones” de Juan Tauler, el dominico. En ninguna parte, tanto en lengua latina como en alemana, he encontrado una teología más saludable o más de acuerdo con el Evangelio. Este libro nos muestra que la mejor erudición de nuestros tiempos ni siquiera es de cobre, sino de hierro malo, comparada con el oro de la ciencia verdaderamente santa”.

Ese libro me leía algunas veces Sebastián, para mi consuelo, sobre todo los domingos por la noche, cuando el alma está tranquila e inclinada a las cosas espirituales. Algunos trozos le gustaban extraordinariamente y me los leía con tanta frecuencia que llegué a retenerlos en la memoria, por ejemplo, el siguiente:

“¿Cómo sentir que estamos dirigidos por Dios? Mirando con atención hacia adentro y viviendo tranquilamente en el interior de nuestra morada, de modo que el hombre se pruebe a sí mismo en su corazón y renuncie a esa incesante persecución de las cosas exteriores. Si procede así aquí abajo, verá claramente lo que debe hacer en su morada, lo que Dios le pide en ella sin medios de asistencia y, fuera, con ayuda de tales medios. Después debe entregarse a la dirección de Dios y seguirlo por donde quiera conducirle, ya se a la contemplación o a la acción, ya al rebaño de los penitentes o a las filas de los que gustan ornar Su casa con su presencia en sus tribulaciones y en sus alegrías. Y si alguna vez no siente la mano de Dios en su corazón y en todas las cosas, que se abandone a su divina voluntad y continúe siguiéndole, aunque privado del sentimiento de Su Presencia, teniendo siempre ante los ojos el ejemplo tan rico de amor de Nuestro Señor Jesucristo.

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