XIII (2)
Esa noche, en la rueda del fogón, Jerónimo, mirando hacia la carreta distante, dijo fastidiado:
-¡Qué se habrá creído, Mata! ¿Qué vamos a denunciarle la carga?
-Andará medio celoso -opinó Eduardo, apretando la bombilla entre los dientes.
-Lleva una mujer -afirmó el muchacho con rabia.
La reacción en el ánimo de Jerónimo se hizo violenta:
-¡No pensás más que en pamplinas! -volvió sobre él, como reprimiéndolo-. Hay que dejar esas cosas a un lado cuando se va a pelear… ¡He dicho que lleva pólvora, y basta!...
Las palabras del guerrillero parecían avivar la llama. Pero él no quería pensar en mujeres.
-Aunque no me gusta esa desconfianza -dijo sin mucha convicción.
El petiso Manolo no pensaba en supuestas cargas de explosivos, ni le interesaba otra cosa que la vecindad de una mujer.
-Queda mal cortarse así… -dijo-. Me parece feo…
-Por eso se corta, pues, pa que no se las descubran -se animó a insistir Carlitos-. Ese viejo zorro no ha perdido las mañas…
Para el guerrillero, era más afrentoso que le ocultasen la carga de pólvora. Le molestaba cualquier otra sospecha. No eran momentos para andar con mujeres por el campo. Tenían orden de viajar, a corta distancia y sin perderse de vista. Podían ser atacados.
-¡Si ese desvergonzado no sabe más qure acariciar mujeres! -dijo Carlitos escupiendo con asco.
-Usted se calla, mi amigo, cuando opina la gente grande -dijo en voz baja Jerónimo.
-Eso de callarme… estamos por verlo. Yo digo lo que me parece. Y allí hay una mujer. Sí, señor, una mujer, y yo sé quién y no me callo… Y si me da la gana…
Hizo un ademán de levantarse con toda la violencia de sus veinte años, dirigiendo su mano al arma que le calentaba los riñones.
Manolo le agarró la vaina. La hoja del cuchillo corrió un tanto.
-¡Había sido resuelto el mozo!... -dijo Jerónimo levantándose-. Así me gusta, pero no es para tanto. Si dice que lleva una mujer, esté sabrá…
Y se alejó hasta su carreta, poniendo fin al altercado
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