El ser humano conoce el mal, sabe usarlo, en muchas ocasiones lo justifica como necesario o inevitable, e incluso lo llega a equipraar con el bien. Pero sabe también que, tarde o temprano, todo mal conlleva una pena, propia o ajena, por la vía del castigo social o por la dolorosa redención personal, muriendo para renacer.
Fiódor Mijáilovich Dostoyevski [1821-1881] comprendió esta realidad en su propia vida y en la de los personajes que construyó para identificar los Demonios de su época; desde ese estudio tan profundo y tan citado del alma humana, y en concreto de una pretendida como singular “alma rusa” (por geografía, por historia, por cultura) que su coetáneo Lev Tolstoi intentó cambiar desde el ejemplo (y al que la posterior Unión soviética ensalzó como promotor, mientras censuraba al “reaccionario” Dostoyevski).
Los primeros Demonios los encontró ya en su propio hogar. Tras la repentina muerte de su cariñosa madre, su progenitor cayó en un alcoholismo violento y autodestructivo que obligó a Dostoyevski a marchar con su hermano a un pensionado para estudiar en la Escuela de Ingenieros militares de San Petersburgo. Aunque en 1843 terminó sus estudios y se incorporó como subteniente a la Dirección general, su refugio era la lectura (de William Shakespeare a Víctor Hugo), especialmente tras el trágico asesinato de su padre, del Demonio al que durante su juventud siempre deseó la muerte, que llegó con la venganza de sus sirvientes en la finca familiar.
Volcado en la escritura, comenzó traduciendo la obra de Honoré de Balzac (Eugenia Grandet) y redactando dos obras teatrales románticas (María Estuardo y Borís Godunov), siguiendo el estilo de Schiller, a la que siguieron obras que lo llevarían a la cúspide de la literatura (y en las cuales casi siempre aparecía un personaje con epilepsia, enfermedad que le acompañó toda su vida). En 1845 pidió la excedencia en el Ejército para dedicarse a la literatura, escribiendo la novela epistolar Pobres gentes (éxito de crítica, y reconocida por el prestigioso crítico literario Belinski); a los veinticuatro años se convertía en afamado literato, pero sus siguientes trabajos (El doble, 1846; Noches blancas, 1848; y Niétochka Nezvánova, 1849) no tuvieron el éxito esperado (posiblemente al narrar los sufrimientos y humillaciones de los desheredados rusos), cayendo en la depresión y agudizándose sus ataques epilépticos.
Y se hizo compañero de los Demonios que buscaban acabar con el régimen zarista. Tras entrar en contacto con los intelectuales nihilistas y el movimiento anarquista del Círculo Petrashevski, fue arrestado el 23 de abril de 1849 acusado de colaborar en la conspiración decembrista. Condenado a muerte, junto antes de su fusilamiento vio su pena conmutada, siendo condenado a trabajos forzados en la siberiana ciudad de Omsk; estancia que fue un infierno para Dostoyevski, entre el tremendo frío, el hambre continuo y la suciedad absoluta. Liberado en 1854, fue reincorporado al ejército en Kazajistán durante cinco años (donde se casó en secreto con María Dmítrievna Isáyeva), y gracias a la amnistía de Alejandro II regresó a la vida civil.
El giro contrarrevolucionario
Estos duros años transformaron a Dostoyevski en profundo cristiano y nuevo contrarrevolucionario, como dejó bien patente en las obras de este periodo, Los endemoniados y Diario de un escritor. Rusia debía oponerse a las ideas socialistas, que había conocido de primera mano, germen del mal en el hombre y ajenas al alma del pueblo ruso; por ello conectó con el paneslavista Nikolái Danilevski y la superioridad espiritual del mundo ruso, con el influyente estadista conservador Konstantín Pobedonóstsev, y con los principios del “retorno a la tierra” del Póchvennichestvo, movimiento literario y político que defendía las tradiciones rusas frente a la imposición de los ideales europeos como universales, destacando Nikolái Strájov y Apollón Grigóriev). Convertido en tradicionalista defensor de la justicia social frente al egoísmo humano, apoyó la abolición de la servidumbre y la lucha contra la desigualdad económica, siempre en defensa del orden tradicional reformando ante la revolución de liberales y socialistas que querían imponer una libertad falsa y violenta a los rusos:
“al considerar la libertad como el aumento de las necesidades y su pronta saturación, se altera su sentido, pues la consecuencia de ello es un aluvión de deseos insensatos, de ilusiones y costumbres absurdas (…) y el rico más depravado acabará por avergonzarse de su riqueza ante el pobre“.
Ahora llegaba la hora de la Redención. Residiendo en Tver, volvió a escribir siguiendo la senda de Hegel (y sus Lecciones sobre la historia de la filosofía), con sus poco reconocidos textos El sueño del tío y Stepánchikovo y sus habitantes. En 1861 salió publicado el primer número de la revista Vremya (“Tiempo“), fundada con su hermano Mijaíl, donde aparecía su novela Humillados y ofendidos; y al año siguiente en la revista Russky Mir (“El Mundo Ruso“) publicó por capítulos su obra Recuerdos de la casa de los muertos.
Tras un largo periplo por Europa (de Londres a Viena), en 1864 sacó adelante, nuevamente con su hermano, la revista Epoja (“Época“), donde vio la luz su texto casi biográfico Memorias del subsuelo, que iniciaba de la siguiente manera:
“Soy un hombre enfermo, soy un hombre rabioso. No soy nada atractivo. Creo que estoy enfermo del hígado. Sin embargo no sé nada de mi enfermedad y tampoco puedo precisar qué es lo que me duele…”.
Pero la muerte de su mujer y una abultada deuda le hundieron en una profunda depresión. El Demonio personal volvía, huyendo al extranjero de sus hijos y de las amenazas, pero perdió el dinero que le quedaba en los casinos y fue rechazado por una mujer que le cautivó: Polina Súslova.
Crimen y castigo
Conoció a los Demonios, el personal y el colectivo, y buscó la redención de ambos. A su regreso a San Petersburgo en 1866, comenzó a publicar Crimen y Castigo (Преступле́ние и наказа́ние) en doce entregas del “Mensajero ruso” con un gran éxito de ventas. Novela inmortal sobre Rusia y sobre el mundo, sobre un hombre y sobre todos los hombres; y que se iniciaba con su famoso “ensayo”, reflexión tan profunda como autodestructiva puesta en boca del protagonista Rodión Raskólnikov (toda la novela se cuenta desde su perspectiva), estudiante antisocial que, ante sus continuas deudas, recurre a una anciana prestamista y que sufre como su hermana Dunia contrae matrimonio con un rico abogado para poder ayudarle.
“Por otra parte, se había apoderado de aquel hombre un desprecio tan feroz hacia todo, que, a pesar de su altivez natural un tanto ingenua, exhibía sus harapos sin rubor alguno. Otra cosa habría sido si se hubiese encontrado con alguna persona conocida o algún viejo camarada, cosa que procuraba evitar“.
Afectado por delirios de grandeza (una especie de Napoleón suburbano), Rodión comienza a pensar en matar y robar a la usurera, una idea que le atormenta durante días, transitando de un personaje racional y altivo a uno irracional y destruido, y legitimando su futura acción. Finalmente asesina a la anciana, no solo por el dinero sino especialmente por la justificación de que ella era un ser humano inútil para la sociedad (y también a la hermana de la anciana, que le descubre).
“–Tenemos fuerzas frescas, jóvenes, que se pierden, faltas de sostén, por todas partes, a miles. Cien, mil obras útiles se podrían mantener y mejorar con el dinero que esa vieja destina a un monasterio. Centenares, tal vez millares de vidas, se podrían encauzar por el buen camino; multitud de familias se podrían salvar de la miseria, del vicio, de la corrupción, de la muerte, de los hospitales para enfermedades venéreas…, todo con el dinero de esa mujer. Si uno la matase y se apoderara de su dinero para destinarlo al bien de la humanidad, ¿no crees que el crimen, el pequeño crimen, quedaría ampliamente compensado por los millares de buenas acciones del criminal? A cambio de una sola vida, miles de seres salvados de la corrupción. Por una sola muerte, cien vidas. Es una cuestión puramente aritmética. Además, ¿qué puede pesar en la balanza social la vida de una anciana esmirriada, estúpida y cruel? No más que la vida de un piojo o de una cucaracha. Y yo diría que menos, pues esa vieja es un ser nocivo, lleno de maldad, que mina la vida de otros seres. Hace poco le mordió un dedo a Lisbeth y casi se lo arranca.
–Sin duda –admitió el oficial– no merece vivir. Pero la Naturaleza tiene sus derechos. ¡Alto! A la Naturaleza se la corrige, se la dirige. De lo contrario, los prejuicios nos aplastarían. No tendríamos ni siquiera un solo gran hombre. Se habla del deber, de la conciencia, y no tengo nada que decir en contra, pero me pregunto qué concepto tenemos de ellos“.
En un apasionante y trágico razonamiento intelectual y espiritual, Raskólnikov representa, cruelmente, a la sociedad de su tiempo, a una comunidad que se siente superior en lo moral y existencial a quién se opone a sus planes de endiosamiento (su nombre ruso contiene la palabra “escisión”, ligada a los “viejos creyentes” perseguidos por los Románov). Un debate entre el sueño y la realidad, que le lleva a enfrentarse dialécticamente con su antagonista, el personaje de Arcadio Ivánovich Svidrigáilov, el pervertido y cruel abogado que intenta redimirse de sus enormes fechorías amando a Dunia, la hermana de Rodión, pero que solo lo logra apartándose del mundo, suicidándose al final de la novela.
Pero todo crimen tenía un castigo; y el de Rodión será esa culpa tan humana que es incapaz de borrar, de olvidar, de suprimir, y que le llevará a la confusión, a la fiebre, a vagabundear. Creía que su pretendida superioridad intelectual o moral le ayudaría a justificar y soportar su crimen, pero el castigo del alma finalmente le vencería. Tras un durísimo interrogatorio del Juez de instrucción, intenta redimirse ayudando a la familia de Marmeladov, conocido y antiguo funcionario, reflejo de la sociedad decrépita, que acaba muriendo borracho en calles atropellado por un caballo; y confiesa sus crímenes a la joven y vergonzosa Sonia (hija de Marmeladov) que se prostituía para ayudar su maltrecha familia, soportando las injusticias sociales con un valor infinito.
“¿Compadecerme? ¿Por qué me han de compadecer? bramó de pronto Marmeladov, levantándose, abriendo los brazos con un gesto de exaltación, como si sólo esperase este momento. ¿Por qué me han de compadecer?, me preguntas. Tienes razón: no merezco que nadie me compadezca; lo que merezco es que me crucifiquen. ¡Sí, la cruz, no la compasión…! ¡Crucifícame, juez! ¡Hazlo y, al crucificarme, ten piedad del crucificado! Yo mismo me encaminaré al suplicio, pues tengo sed de dolor y de lágrimas, no de alegría. ¿Crees acaso, comerciante, que la media botella me ha proporcionado algún placer? Sólo dolor, dolor y lágrimas he buscado en el fondo de este frasco… Sí, dolor y lágrimas… Y los he encontrado, y los he saboreado. Pero nosotros no podemos recibir la piedad sino de Aquel que ha sido piadoso con todos los hombres; de Aquel que todo lo comprende, del único, de nuestro único Juez. Él vendrá el día del Juicio y preguntará: «¿Dónde está esa joven que se ha sacrificado por una madrastra tísica y cruel y por unos niños que no son sus hermanos? ¿Dónde está esa joven que ha tenido piedad de su padre y no ha vuelto la cara con horror ante ese bebedor despreciable?» Y dirá a Sonia: «Ven. Yo te perdoné…, te perdoné…, y ahora te redimo de todos tus pecados, porque tú has amado mucho.» Sí, Él perdonará a mi Sonia, Él la perdonará, yo sé que Él la perdonará. Lo he sentido en mi corazón hace unas horas, cuando estaba en su casa… Todos seremos juzgados por Él, los buenos y los malos. Y nosotros oiremos también su verbo. Él nos dirá: «Acercaos, acercaos también vosotros, los bebedores; acercaos, débiles y desvergonzadas criaturas.» Y todos avanzaremos sin temor y nos detendremos ante Él. Y Él dirá: «¡Sois unos cerdos, lleváis el sello de la bestia y como bestias sois, pero venid conmigo también!» Entonces, los inteligentes y los austeros se volverán hacia Él y exclamarán: «Señor, ¿por qué recibes a éstos?» Y Él responderá: «Los recibo, ¡oh sabios!, los recibo, ¡oh personas sensatas!, porque ninguno de ellos se ha considerado jamás digno de este favor.» Y Él nos tenderá sus divinos brazos y nosotros nos arrojaremos en ellos, deshechos en lágrimas…, y lo comprenderemos todo, entonces lo comprenderemos todo…, y entonces todos comprenderán… También comprenderá Catalina Ivanovna… ¡Señor, venga a nosotros el reino!”.
Tras diversos avatares, Raskólnikov preso de los remordimientos y la ansiedad, comprende finalmente que nunca ha sido un hombre superior sino otro más de los hombres miserables a los que tanto odiaba. Finalmente se entrega a la policía y es encarcelado en Siberia, donde Sonia le acompaña casi en procesión, dándose cuenta del amor que siente por ella y de sus deseos de casarse para siempre. El tiempo que le faltaba para estar juntos, para comenzar de nuevo será su verdadera condena, tras encontrar la verdad. Ambos comienzan su redención, la redención de una sociedad.
“En su cabecera había un Evangelio. Lo cogió maquinalmente. El libro pertenecía a Sonia. Era el mismo en que ella le había leído una vez la resurrección de Lázaro. Al principio de su cautiverio, Raskolnikov esperó que Sonia le perseguiría con sus ideas religiosas. Se imaginó que le hablaría del Evangelio y le ofrecería libros piadosos sin cesar. Pero, con gran sorpresa suya, no había ocurrido nada de esto: ni una sola vez le había propuesto la lectura del Libro Sagrado. Él mismo se lo había pedido algún tiempo antes de su enfermedad, y ella se lo había traído sin hacer ningún comentario. Aun no lo había abierto. Tampoco ahora lo abrió. Pero un pensamiento pasó veloz por su mente. «¿Acaso su fe, o por lo menos sus sentimientos y sus tendencias, pueden ser ahora distintos de los míos?» Sonia se sintió también profundamente agitada aquel día y por la noche cayó enferma. Se sentía tan feliz y había recibido esta dicha de un modo tan inesperado, que experimentaba incluso cierto terror. ¡Siete años! ¡Sólo siete años! En la embriaguez de los primeros momentos, poco faltó para que los dos considerasen aquellos siete años como siete días. Raskolnikov ignoraba que no podría obtener esta nueva vida sin dar nada por su parte, sino que tendría que adquirirla al precio de largos y heroicos esfuerzos… Pero aquí empieza otra historia, la de la lenta renovación de un hombre, la de su regeneración progresiva, su paso gradual de un mundo a otro y su conocimiento escalonado de una realidad totalmente ignorada. En todo esto habría materia para una nueva narración, pero la nuestra ha terminado“.
Redimirse era posible, para un asesino y para una sociedad. Ante las crecientes deudas por juego escribió, por encargo del editor Stellovski, El Jugador. Pequeña pero impresionante obra, a modo de cuento sobre los vicios que atenazan a toda persona, realizada en veintiséis días gracias a la joven taquígrafa Anna Snítkina, con la que se casaría el 15 de febrero de 1867 cuando residía en Ginebra. La muerte de su hija recién nacida en 1868 volvió a desestabilizar a Dostoyevski que, de nuevo acosado por los impagos, escribió por encargo El Idiota. Tras tocar fondo en lo personal, progresivamente su situación personal mejoró, con su segunda hija, con publicaciones estables en El Mensajero Ruso, regresando a Rusia (asentándose en Stáraya Rusa) y publicando importantes obras: El eterno marido (1870) o Los endemoniados (1872).
Pero comprobaba a su alrededor que los Demonios no desaparecían. En esta última obra retrataba a los protagonistas endemoniados deseosos de destruir su país y a aquellos capaces de ser redimidos, por las buenas o por las malas. De un lado dos jóvenes ilustrados que regresaban a su ciudad natal. Piotr Verhovenski, el radical revolucionario y violento; alter ego del terrorista nihilista Serguei Necháyev, líder de un proyecto revolucionario radical, y del futuro ideólogo anarquista Mijail Bakunin (al que conoció personalmente). Y Nikolái Stavrogin, de buena familia y grandes posibilidades, carismático e inteligente pero sumido en la autodestrucción personal y social.
De otro lado dos personajes en plena encrucijada. Iván Shatov, hijo de siervo y fiel a la identidad eslava y ortodoxa de Rusia, y asesinado por no sumarse a la alternativa transformadora; la sombra compleja de un Dostoyevski finalmente adepto a la causa eslavófila (tras su primera participación en el Círculo Petrachevsky); y Stepan Verkhovensky, padre de Piotr, un intelectual pro-occidental que inspiraba indirectamente a esa generación nihilista, y que ante el caos generado por la misma, en su lecho de muerte, reniega de su pasado y abraza a la “madre Rusia” (el autor parece que hacía referencia a Timofey Granovsky).
Los hermanos Karamázov
Apesadumbrado por la muerte de su amigo poeta Nikolai Nekrásov, tardó dos años en sacar a la luz el texto que consideraría como su obra magna, Los hermanos Karamázov (Братья Карамазовы), influida decisivamente por la reunión de Dostoyevski y su mujer con el sacerdote de la ermita de Óptina, y que atrajo la atención de lectores y críticos de toda Rusia (aunque no publicó la segunda parte que había previsto inicialmente). Y en ella narró (en plena conmoción del autor por la muerte de Aliosha, su tercer hijo, por la epilepsia que había heredado de él) la tragedia de una familia ante el parricidio (la muerte del libertino padre Iván, supuestamente a manos de su hedonista hijo Dimitri) que reflejaba todos los Demonios sociales que afectaban al hombre, como campo de batalla en el que luchan Dios y el Diablo, el bien y el mal.
Convertido en maestro literario, Dostoyevki pronunció su legendario discurso sobre “El destino de Rusia en el mundo” en 1880, durante la inauguración del monumento a Aleksandr Pushkin en Moscú. Proclamaba que solo había un camino para la redención colectiva: volver a las raíces y tradiciones de un pueblo soberano, y así señalaba que “lo que necesita Rusia es más Rusia, no más Occidente”.
Así culminaba su estudio psicológico del alma humana, siempre libre y siempre condenada, presa de las injusticias y de la solidaridad, del amor y del egoísmo, de la riqueza y del vicio, de la pobreza y de la humillación, de la decisión y la culpa, y ante todo, de la purificación de la misma mediante el sufrimiento y la redención. Un “universo dostoyevskiano” donde se veía la luz en las tinieblas, y que era a la vez su propio universo y el universo que le rodeaba; pero que anunció, proféticamente, una brutal Revolución en 1917 donde esos Demonios triunfarían como gran castigo colectivo, aunque la llamada de la redención colectiva nunca desaparecería.
Dostoyevski falleció el 9 de febrero de 1881 de una hemorragia pulmonar, y fue enterrado en el cementerio del Monasterio Aleksander Nevski de San Petersburgo, tras un funeral multitudinario con la presencia de cientos de políticos, intelectuales y jóvenes. Su lápida recogía el versículo bíblico que era el epígrafe de Los hermanos Karamázov, y que sintetizaba el “alma” de Dostoyevski: morir para renacer de nuevo.
“En verdad, en verdad os digo que si el grano de trigo que cae en la tierra no muere, queda solo; pero si muere produce mucho fruto.” (San Juan, 12:24).
(Democultura-Literatura / 3-7-2017)
(Democultura-Literatura / 3-7-2017)
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