Nadie es profeta en su tierra, dice el refrán, y parece que para el laudista John Dowland la sentencia se cumplió con creces. La musicología posterior a su época le sitúa entre las cumbres de la composición británica de todos los tiempos y, sin embargo, la Inglaterra de finales del siglo XVI y principios del XVII no parece que apreciase en demasía las artes de su hijo nativo, que encontró un mayor reconocimiento en otras cortes europeas.
La música para laúd llega relativamente tarde a las islas puesto que en otros países de Europa los libros para este instrumento aparecen prácticamente desde principios del XVI. Así, las primeras publicaciones en Italia de Francesco Spinaccino y Francesco Bossinensis tienen lugar en 1507; los alemanes Arnold Schlick y Hans Judenkunig lanzan sus libros en 1512 y 1523, respectivamente, y el flamenco Adrian Willaert lo hace en 1536. Por su parte, en 1536 se edita en España el libro de cifra para vihuela El maestro de Luis de Milán. Y no es hasta 1597 en que aparece en Inglaterra el primer libro de música para laúd, First Book of Ayres, del propio Dowland.
La música para voz y laúd, el ayre, irrumpe en la era isabelina (para muchos la época más gloriosa de la música inglesa) haciéndose un hueco con discreción en un escenario en el que el madrigal importado de Italia dominaba las formas seculares. Pronto el laúd se convierte en un sonido grato para el oído inglés y ambos estilos conviven en armonía, si bien hay expertos que consideran que el ayre, y especialmente el de John Dowland, es un forma más típica del arte británico que el madrigal.
Los elogios a la figura de Dowland abundan en la literatura musical. Paul H.Lang (Music in Western Civilization, 1941) afirma que el músico “aportó el más original y a la vez el más completo trabajo con sus Lachrimae or Seven Tears, Figured in Seven Pavans (1605)”, y también que estaba considerado “un virtuoso insuperable del laúd de su tiempo”. Por su parte, Edmund Fellowes (English Madrigal Composers, 1921) dice que fue el compositor más conocido de su tiempo y que es uno de los mejores creadores de canciones de todos los tiempos, “incluyendo a Purcell”. Para este experto, “la simplicidad, pureza melódica y perfección del fraseo verbal” de las canciones para laúd de Dowland no pueden ser “descritas o explicadas en el papel”.
Resulta extraño por tanto que el músico no recibiese en su momento una atención equivalente a su grandeza. Es paradójico que fuese empleado en otras cortes europeas, especialmente la de Christian IV de Dinamarca, y no se le concediera un puesto oficial como músico en su propio país hasta prácticamente los cincuenta años, ya en la época de Jacobo I.
Él mismo hace alusión a los posibles detractores u opositores a su obra en el texto con el que prologa el último libro de música que publicó en vida, A Pilgrimes Solace, en 1612. Comienza contando cómo se ha ausentado del país por largo tiempo porque ha estado trabajando en distintas cortes europeas (“True it is, I have lien long obscured from your sight, because I received a kingly entertainment in a foreign climate”) y pasa a relatar sus triunfos en el extranjero (“since some part of my poor labours have found favour in the greatest part of Europes, and been printed in eight most famous cities beyond the seas, viz: Paris, Antwerpe, Collein, Nurenburge, Franckfort, Liepsig, Amsterdam, and Hamburgs (yea, and some of them also authorized under the Emperor’s privilege”).
Tras dejar bien clara su valía, afirma haber encontrado a su vuelta la oposición de dos colectivos concretos que pasa a describir y a criticar. Primero se refiere a los cantores vocales, de los que dice que no tienen ni idea de música (“are merely ignorant, even in the first elements of music”) y que ni el más orgulloso de ellos puede hacerle sombra (“the proudest Cantor of them dares not oppose himself face to face against me”). Por otro lado están los jóvenes maestros de laúd, que según Dowland, van cacareando que no ha habido nadie como ellos. Sobre estos, desea ver que los hechos avalan sus palabras (¨to see some deeds ensue their brave words”) y les recuerda que recientemente “bajo sus narices” se ha publicado un libro en defensa de la viola da gamba que ha dejado al resto de los instrumentos en segundo plano, especialmente al laúd, en importancia y protagonismo (“under their own noses hath been published a book in defence of the Viol de Gamba, wherein not only all other the beat and principal instruments have been abased, but especially the lute by name”).
Un elemento decisivo en la grandeza de la música para laúd en general y de la obra de John Dowland en particular es su maridaje con la poesía, teniendo en cuenta además que estamos en uno de los periodos más brillantes de las letras británicas. Aparte de Thomas Campion que era un notable poeta a la par de músico (también era un médico excelente), los compositores no solían escribir las letras de sus canciones y solicitaban la colaboración de los escritores líricos más sobresalientes de la época. En el caso de Dowland, parece que entre otros utilizó versos en sus ayres de Fulke Greville, George Peele, Sir Edward Dyer, Nicholas Breton e incluso John Donne.
Existen varias características que destacan la valía y el impulso innovador de la música de John Dowland:
* Se habla de que las canciones para laúd de Dowland introdujeron una nueva clase de música vocal, especialmente por el uso que hace de la armonía. Para Edmund Fellowes este músico utilizó armonías que luego no fueron utilizadas más durante décadas.
* Otro elemento innovador es el uso del cromatismo para enriquecer la expresividad de la melodía, que Fellowes afirma que aplicaba sabiendo lo que hacía (por ejemplo, utilizando La# en From Silent Night) y que no se trataba de mera experimentación.
* La música de John Dowland es moderna e innovadora y a la vez receptora de muchas tradiciones de la música inglesa anterior.
*Todos los años que pasó viviendo en el extranjero probablemente enriquecieron y ampliaron sus conocimientos musicales y su visión de la teoría musical, aunque para Paul Lang su obra no está alterada por influencias foráneas.
*Finalmente, Dowland era muy versátil a la hora de expresar distintos estados de ánimo, que autores como Ernest Walker (A History of Music in England, 1952) contraponen a la monotonía de la música de algunos de sus contemporáneos.
En suma, los ayres innovadores de John Dowland nos remiten a una época maravillosa de esplendor cultural en Inglaterra que por desgracia la guerra civil y la revolución puritana se encargaron de cercenar y destruir.
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