LIBRO SEGUNDO
DE LA NOCHE OSCURA, TRÁTASE DE LA MÁS ÍNTIMA PURGACIÓN, QUE ES LA SEGUNDA NOCHE (PASIVA) DEL ESPÍRITU.
CAPÍTULO 9 (1)
Cómo, aunque esta noche oscurece el espíritu, es para ilustrarle y darle luz.
1 / Resta, pues, decir aquí que esta dichosa Noche, aunque oscurece el espíritu, no lo hace sino para darle luz para todas las cosas; y, aunque la humilla y pone miserable, no es sino para ensalzarle y levantarle; y, aunque le empobrece y vacía de toda posesión y afección natural, no es sino para que divinamente se pueda extender a gozar y gustar de todas las cosas de arriba y de abajo, siendo con libertad de espíritu general en todo.
Porque, así como los elementos, para que se comuniquen en todos los compuestos y entes naturales, conviene que con ninguna particularidad de color, de olor ni sabor estén afectados para poder concurrir con todos los sabores, olores y colores, así al espíritu le conviene estar sencillo, puro y desnudo de todas maneras de afecciones naturales así actuales como habituales, para poder comunicar con libertad con la anchura del espíritu con divina sabiduría, en que por su limpieza gusta de todos los sabores de todas las cosas con cierta eminencia de excelencia.
Y sin esta purgación en ninguna manera podrá sentir ni gustar la satisfacción de toda esta abundancia de sabores espirituales; porque una sola afición que tenga o particularidad a que esté el espíritu asido actual o habitualmente, basta para no sentir, ni gustar, ni comunicar la delicadez e íntimo sabor del espíritu de amor, que contiene en sí todos los sabores con gran eminencia.
2 / Porque así como los hijos de Israel, sólo porque les había quedado una sola afición y memoria de las carnes y comidas que habían gustado en Egipto (Éx. 16,3), no podían gustar del delicado pan de ángeles en el desierto, que era el maná -el cual, como dice la divina Escritura, tenía suavidad de todos los gustos y se convertía al gusto que cada uno quería (Sap. 16,21)-, así no puede llegar a gustar los deleites del espíritu de libertad, según la voluntad desea, el espíritu que todavía estuviere afectado con alguna afición actual o habitual o con particulares inteligencias o con cualquier otra aprehensión.
La razón de esto es porque las afecciones, sentimientos y aprehensiones del espíritu perfecto, porque son divinas, son de otra suerte y género tan diferente de lo natural y eminente, que para poseer las unas actual y habitualmente, naturalmente se han de expeler y aniquilar las otras, como hacen dos contrarios, que no pueden estar juntos en un sujeto.
Por tanto, conviene mucho y es necesario para que el alma haya de pasar a estas grandezas, que esta Noche oscura de contemplación la aniquile y deshaga primero en sus bajezas, poniéndola a oscuras, seca y apretada y vacía; porque la luz que se le ha de dar es una altísima luz divina que excede toda luz natural y que no cabe naturalmente en el entendimiento.
3 / Y así, conviene que, para que el entendimiento pueda llegar a unirse con ella y hacerse divino en el estado de perfección, sea primero purgado y aniquilado en su lumbre natural, poniéndola actualmente a oscuras por medio de esta oscura contemplación.
La cual tiniebla conviene que le dure tanto cuanto sea menester para expeler y aniquilar el hábito que de mucho tiempo tiene y a su manera de entender en sí formado, y en su lugar quede la ilustración y luz divina. Y así, por cuanto aquella fuerza que tenía de entender antes es natural, de aquí se sigue que las tinieblas que padece son profundas y horribles y muy penosas, porque, como se sienten en la profunda sustancia del espíritu, parecen tinieblas sustanciales.
Ni más ni menos, por cuanto la afección de amor que se le ha de dar en la divina unión de amor es divina, y por eso muy espiritual, sutil y delicada y muy interior -que excede a todo afecto y sentimiento de la voluntad y a todo apetito de ello- conviene que para que la voluntad pueda venir a sentir y gustar por unión de amor esta divina afección y deleite tan subido, que no cae en la voluntad naturalmente, sea primero purgada y aniquilada en todas sus afecciones y sentimientos, dejándola en seco y en aprieto tanto cuanto conviene según el hábito que tenía de naturales afecciones, así acerca de lo divino como de lo humano, para que extenuada, enjuta y bien ejercitada en el fuego de esta divina contemplación de todo género de demonio -como el corazón del pez de Tobías- (6,19) en las brasas- tenga disposición pura y sencilla y el paladar purgado y sano para sentir los subidos y peregrinos toques del divino amor en que se verá transformada divinamente, expelidas todas las contrariedades actuales y habituales (como decimos) que antes tenía.
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