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EMILIO PUJOL - EL ÚLTIMO DISCÍPULO DE TÁRREGA


Por Enrique Franco

Emilio Pujol, fallecido el pasado sábado y enterrado anteayer en Lérida, ha sido uno de los grandes músicos de este siglo. La noticia de su muerte llegó cuando un grupo de musicólogos españoles comenzaba a preparar un homenaje nacional a esta figura clave de la guitarra española. Pujol, heredero musical de Tárrega, llevó hasta sus últimas consecuencias las enseñanzas del maestro.

La ciudad de Lérida dio a España, en el último tercio del siglo pasado, tres músicos ilustres: el compositor Enrique Granados (1867-1916), el pianista Ricardo Viñes (1875-1943) y el guitarrista, vihuelista y musicólogo Emilio Pujol (1886-1980). En todos ellos se dan características humanas y artísticas que les aproximan: espíritu cálido, bondad sin límites, amor a la música y a otras manifestaciones artísticas, vocación universalista que se combina con un gran apego a la tierra natal, deseos de renovación a través de un pensamiento y un lenguaje radicalmente españolistas, afectividad -casi sensualidad- sonoras.

La herencia de Tárrega

En Emilio Pujol se prolongan hasta las últimas consecuencias los planteamientos de su maestro, Francisco Tárrega, al que dedicó una larga y emocionante biografía (Valencia, 1978, segunda edición). Al analizar la escuela de Tárrega, Pujol se detiene en aspectos que, a lo largo de su vida había asimilado y profundizado: «La técnica de Tárrega era de un realismo objetivo y veraz, como el de Velázquez en sus lienzos. Todas sus notas tenían que ser del volumen, intensidad e intención que, por su interpretación, requerían. Entre la idea y el tacto debía haber perfecto acuerdo en cualquier movimiento y en cualquier intensidad que la voluntad ordenara. La voz de la guitarra», decía, «debe ser algo entre lo humano y lo divino». He aquí la razón perdurable de Tárrega: el secreto del sonido. Desde él iniciará Pujol su viaje al centro de la guitarra, a su pasado y a su autenticidad trascendente. Por otra parte, el músico recién desaparecido recogía de Tárrega otra inquietud: «la reunión en un mismo cauce del sentido popular y el erudito, presentes desde el Renacimiento en todos los períodos de nuestra música nacional». Son ideas recibidas de Pedrell o coincidentes con sus principios. Recordemos el entusiasmo de Albéniz cuando escucha a Tárrega la transcripción de sus piezas pianísticas.

La guitarra y la vihuela

Porque en la música española, alienta, durante gran parte de su historia, el espíritu aéreo y fugitivo de la vihuela primero, y de la guitarra después. Y esto desde los renacentistas hasta Manuel de Falla: los unos hacían voz y vihuela la polifonía local; el gaditano derivaba de la guitarra el sonar de la orquesta en El sombrero de tres picos. Ante la necesidad de servir nuestro pasado con autenticidad, Emilio Pujol se convirtió en vihuelista. Y en la primavera de 1936 sonaba en Barcelona, devuelta a su instrumento original, la música de Milán, Narváez, Valderrábano o Fuenllana. Después, la experiencia se repite en París como ilustración a una conferencia de Joaquín Rodrigo, que dedicará su Zarabanda lejana a Emilio Pujol.

Siguen estudios y conferencias, publicaciones y revisiones. No hacía demasiado tiempo, exactamente en enero de 1933, que Manuel de Falla había entregado a Pujol su prólogo para la Escuela razonada de guitarra, en el que suscribe estas palabras: «Desde los lejanos tiempos de Aguado, carecíamos de un método completo que nos transmitiese los progresos técnicos iniciados por Tárrega. Usted con el suyo, logra excelentemente esta finalidad, a la que une su magnífica aportación personal, beneficiando así no sólo al ejecutante, sino también al compositor de aguda sensibilidad, que hallará en su método motivos que la exalten al descubrir nuevas posibilidades instrumentales».

Algunas había anticipado Manuel en su Homenaje a Debussy, (dedicado a Miguel Llobet), que toca a la guitarra, por vez primera, Emilio Pujol en París, el 2 de diciembre de 1922, aunque algunos meses antes se escuchara al «arpa-laúd» interpretado por Marie-Louise Casadesus. En junio de 1923 encontramos juntos a Falla, Viñes y Pujol, con motivo del estreno, en el palacio de Polignac, del Retablo de maese Pedro. Esta vez, los dos concertistas leridanos, en acto de amistad, no tocan piano ni guitarra; simplemente mueven los muñecos del guiñol imaginados por Falla y realizados por Lanz y Manolo Angeles Ortiz.

Un largo magisterio

La proyección del magisterio de Pujol fue larga, tanto durante sus giras como en los cursos especializados dictados en Italia o España. Pero la aventura de la vida y la obra de Pujol puede seguirse con puntualidad en el bello libro de Juan Riera (Instituto de Estudios Ilerdenses, 1974). Permanece viva; a través de un proceso depurador de la guitarra en todos sus aspectos -desde el sonido al estilo- en una pléyade de discípulos, entre los que recordamos a Alberto Ponce, madrileño, profesor en la Escuela Normal de París; Javier Hinojosa, residente también en la capital francesa, Ricardo Chic, o Manuel Cubedo. Aun diría más: pocos, hayan sido o no sus discípulos directos, han sabido esquivar la larga sombra de Pujol, preclara fusión de razón e instinto, de saber y de sensibilidad, de investigación y tacto.

(El País / 19-10-1980)

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