lunes

IGNACIO PÉREZ BORGARELLI “EL URUGUAY ES UNA CREACIÓN DE LA DIPLOMACIA BRITÁNICA”


(primera parte de una entrevista realizada el revisionista uruguayo Ignacio Pérez Borgarelli, publicada el 5 de noviembre de 2013 en el sitio web ORDEN / Organización de Estudiantes Nacionalistas de Venezuela)

La “Suiza de América” le dicen algunos, al rememorar, ya nos indicará usted si con acierto o no, la época de José Batlle y Ordóñez. La misma se caracterizó por un estado de bienestar que llevó al Uruguay a altísimos estándares de vida. Sólo comparados, quizá, con los europeos. Díganos, por favor, sus impresiones. 

Me gustaría, antes de responder la pregunta, hacer un breve análisis de los partidos políticos en el Uruguay desde su independencia hasta la actualidad. Lo cierto es que los partidos políticos, en realidad, surgen como “facciones” poco tiempo después de la independencia de la nación. El país se independiza en 1828 y las facciones se constituyen en 1836, en la Batalla de Carpintería, en la cual se enfrentan las fuerzas de Manuel Oribe, fundador del Partido Blanco, y Fructuoso Rivera, fundador del Partido Colorado. El Partido Blanco surge como facción y luego se constituye como partido, poco después se transforma en el Partido Nacional, por lo que, Partido Blanco o Partido Nacional resultan hoy símiles. Es el mismo Partido Blanco o Partido Nacional quien defiende a primera hora las causas americanas, quien se alía con Juan Manuel de Rosas bajo la figura de su fundador, Manuel Oribe, y quien defiende desde su periódico El defensor de la Independencia Americana, al gobierno del Perú en 1847 ante la amenaza de la reconquista española.

El Partido Colorado, en contrapartida a esta política americana, accede al poder por segunda vez gracias a una intervención militar de la armada francesa, y bajo la misma figura de su fundador, Fructuoso Rivera, quiso hacer en 1835, del Uruguay, un protectorado británico.

A lo largo de toda la historia nacional el Partido Colorado se movió bajo estas premisas. Cuando Francia e Inglaterra pasaron, dentro del concierto mundial, a ocupar la posición de potencias de segunda categoría, el Partido Colorado se pliega a favor de los Estados Unidos, y la figura de José Batlle y Ordóñez no fue la excepción. Durante su primera presidencia en 1904, pediría una intervención armada de 4 buques de guerra estadounidenses en el Uruguay, con una doble finalidad. La primera: sofocar la revolución armada acaudillada por Aparicio Saravia, una de las figuras más prominentes del Partido Nacional, y la segunda, intimidar al gobierno argentino de Julio Argentino Roca, que dejaba accionar a los revolucionarios que se encontraban en la Argentina.

Se ha dicho que Batlle y Ordóñez estableció un “Estado de Bienestar” pionero en el mundo en cuanto a legislación laboral (ley de 8 horas, descanso laboral, ley de divorcio, y un largo etcétera). Estableciendo, según algunos escritores, una de las primeras socialdemocracias. Esto es, una democracia fuertemente liberal de raigambre jacobina y una economía socialista. Sin embargo, sus políticas fueron magnificadas por autores apologistas del régimen de origen extranjero. Como Milton Vanger (estadounidense) y Göran Lindahl (sueco). En cambio, los críticos del Batllismo fueron sepultados en el silencio del olvido. Las políticas batllistas y el mismo batllismo dentro del Partido Colorado, continuaron gobernando luego de la muerte de José Batlle y Ordóñez (1929), ya que después del retorno democrático, luego de una breve dictadura en la década de 1930, el Partido Colorado se reformuló bajo la figura del sobrino de Batlle, Luis Batlle Berres. Este daría el paso a un período recordado como el Neo-Batllismo, desarrollado desde 1947 hasta 1958.

El Neo-Batllismo viene a intensificar, mediante otros medios, lo que se había hecho antes con Batlle y Ordóñez. Ahí es cuando se comienza a hablar del Uruguay como “la Suiza de América”. Nada más alejado de la realidad. El punto de inflexión que tengo con el Batllismo y el Neo-Batllismo, es que gobernó para unos cuantos burócratas de la capital: Montevideo. Y como había expresado antes, se dio un cambio de dueños entre el Imperio Británico y los Estados Unidos, pero esto no se evidenció en la balanza comercial, en la cual seguíamos siendo hasta años después de la Segunda Guerra Mundial, un estado satélite de Inglaterra. Inglaterra nos compraba la carne, lana a precios altos -lo que algunos llamaron “petróleo verde”, por la cual redituábamos cuantiosas sumas de dinero, extraídas también de las altas rentas aduaneras y de las detracciones o retenciones al medio rural. Gracias a esto, el pensador Alberto Methol Ferré, diría con acierto que “el Uruguay era una colonia británica más próspera que el Reino Unido mismo”.

El tema de las retenciones al medio rural es el punto neurálgico de todo, ya que el batllismo, con tal de alimentar la industrialización en Montevideo, creaba una industria hipertrofiada que servía para un mercado interno que en aquel entonces tenía un millón y medio de habitantes. El medio rural, en cambio, y el interior de todo el país, fueron los más perjudicados durante los 50 años entre Batllismo y Neo-Batllismo. Al caer el Neo-Batllismo, en 1958, y con el acceso nuevamente al poder del Partido Nacional, se realizó un extenso informe por el Ministro de Obras Públicas de aquel entonces, el Ing. Luis Gianattasio, donde se constató que las escuelas rurales habían sido realizadas con techos de paja y que, entre muchas otras cosas, los caminos de las ciudades del interior no estaban pavimentados.

Las palabras de Julio Martínez Lamas -quien publicaría el libro Riqueza y Pobreza en el Uruguay– no pueden ser más elocuentes: “En la Campaña, fuente única de la riqueza nacional, reina de la pobreza, porque no existen capitales, en la misma campaña, no hay población densa, ni aumento de producción, ni evolución de la ganadería, ni aumento de la mestización de los ganados, ni apreciable subdivisión de la tierra por causa de su mejor y más intensa explotación, ni crecimiento de las vías férreas, ni ahorro popular: hay, en cambio, por el mismo motivo, falta de poblamiento, latifundismo, estancamiento de la agricultura, ferrocarriles arruinados, pobreza general, emigración”.

Como dirían unos académicos extranjeros: “Montevideo es como un gran biombo que sirve para tapar la realidad del país entero”.

También se pueden subrayar las políticas en cuanto a lo cultural. Hace poco ha salido una noticia en la cual, aproximadamente el 15% de los jóvenes tuvo intenciones de suicidarse en Uruguay. Esta idea viene a reafirmar las estadísticas que sitúan al Uruguay en tercer lugar dentro del ranking de suicidios, por debajo de Estados Unidos y Cuba. Yo le veo una explicación muy sencilla: la falta de ideas religiosas y las políticas laicistas y hasta anti-religiosas cuyo principal promotor fue Batlle y Ordóñez, de fuerte prosapia jacobina. Se trató de cambiar el culto cristiano, que es la verdadera fe, por el culto al Estado y al “líder bueno”, con intenciones altruistas y desinteresadas. Domingo Arena, mano derecha de Batlle, dijo una vez: “Los colorados se agrupan alrededor de Batlle con la misma confianza, con la misma convicción, con el mismo entusiasmo con que los creyentes se agrupan alrededor del que predica la religión nueva”.

La tendencia anti-rural, anti-argentina y anti-hispanoamericana del uruguayo promedio es heredada del Batllismo. Este sistema político, con su consciencia de “como el Uruguay no hay”, o “la Suiza de América”, “La Arcadia del Plata”, viene a generar esa consciencia de que nosotros, como uruguayos, somos “impolutos”, y esa es también la génesis del racismo en el Uruguay. Como evidencian algunos diarios de la década de 1930, el uruguayo de por aquel entonces sentíase orgulloso de su “origen caucásico” y se hablaba del resto del continente bajo el rótulo de “La indiada”. Así, con desprecio, como si el resto de América estuviera retrasada en cuanto a la adopción de las ideas y las técnicas de la “Civilización Europea”.

Considero menester que se comience a ver esta realidad con respecto al Batllismo, que es uno de los principales mitos a vencer dentro de la historiografía uruguaya. Acá quedaron esbozados claramente los “logros” del oprobioso régimen batllista.

El nacionalismo parece estar surgiendo como una potencia política en el mundo una vez más. Hispanoamérica no es ajena a esto. Sin embargo, hablar de nacionalismo uruguayo resulta una cuestión polémica. Hay quienes se decantan por un abierto artiguismo, aun a expensas de las contradicciones que esto trae consigo. Otros, al parecer, desentienden de la figura de Artigas, arguyendo la cercanía del prócer a las ideas imperantes en la Argentina de la época. Por último: algunos ciudadanos de la República Oriental hacen un agregado a la primera opción: reivindican el peronismo. ¿En dónde se enmarca Ignacio Pérez Borgarelli y por qué? 

Bueno, ya Jacob Grimm decía una frase sobre esto. “Quien ama a su patria, también debe entenderla; quien la quiera entender debe, sobre todo, tratar de penetrar en su historia”. Y fue mediante la historia del Uruguay y del Río de la Plata que me di cuenta de la imposibilidad de ser nacionalista en el Uruguay, ya que el país fue creado como un “Estado Tapón” o “Buffer State” por el accionar de la diplomacia británica. Esto se dio bajo el auspicio del primer ministro inglés de aquel entonces, Lord Canning y el diplomático Lord Ponsonby, quien vino a mediar entre la Argentina (Provincias Unidas del Río de la Plaza) y el Brasil, que se disputaban el territorio que hoy se conoce como Uruguay.

Por ende, no puedo identificarme con ningún movimiento político “nacionalista” posterior a la Independencia del Uruguay. Dadas las gracias a Inglaterra si intento justificar esa independencia que no fue otra cosa que el surgimiento de una república que nunca debió de ser. Creo que el basamento del nacionalismo, o mejor dicho, del patriotismo en el Uruguay, tiene que estar en la figura de Artigas. A quien se ha usado en diversos países para justificar accionares políticos tanto de izquierda como de derecha, obviando el hecho de que Artigas antes que nada se consideraba argentino y americano del sur. Él y su proyecto, fueron los padres del federalismo argentino, pues recogía en su interior lo más hondo del sentir popular en las Provincias Unidas, y a ellas quiso integrar la Liga Federal. Cuando se le pregunta si quiere volver a “la Patria”, o sea, al Uruguay ya constituido independientemente bajo los conspicuos intereses de la corona británica, Artigas contesta: “yo ya no tengo Patria”.

Vamos a retrotraernos un poco. Hablemos de la historia y de aquello que conocemos como la doctrina liberal. No es secreto para nadie la influencia de los intelectuales racionalistas del Siglo XIX en lo que hoy se conoce como “La Historia Oficial”. Esto ha sucedido en prácticamente toda la América Hispana. ¿Qué ha pasado con Uruguay en este sentido? 

Como expresé anteriormente, el Estado uruguayo fue creado por Gran Bretaña en 1828. Faltaba crear otro elemento para justificar ese estado, que era la Nación. El “nacionalismo uruguayo”, es decir, el sentimiento nacional, se da luego de la finalización de un período significativo por lo largo de las contiendas civiles y la crueldad de las mismas, que es el Militarismo. Esto ocurre en la década de 1880. Oficializado por el coronel colorado Lorenzo Latorre y luego por su sucesor, Máximo Santos, ellos no vienen a hacer otra cosa que realizar los viejos anhelos de Bernardo P. Berro, quien gobernó entre 1860 y 1864 y ya hablaba entonces de “nacionalizar los destinos del país”. Hay un elemento significativo para resaltar: el Estado Uruguayo, creado en los albores de la independencia (1828), se da por una unión entre los intereses del comercio inglés, la “Pax Britanica” y de la oligarquía comercial montevideana, dirigida por Pedro Trápani. Sobre esto agrego: los británicos querían también internacionalizar el Río de la Plata. Al existir allí dos Estados, como Uruguay y Argentina, el río quedaba internacionalizado y los ingleses podían penetrar a través de él hasta el Río Paraná y llegar al corazón del continente: Paraguay. Esta información no es fortuita. Ahora bien, Lorenzo Latorre, accede al poder y establece una dictadura en el Uruguay, gracias a una multitudinaria manifestación que lo fue a buscar a su casa. Dirigida esta manifestación, nada más y nada menos que por Domingo Ordoñana, primer presidente de la ARU (Asociación Rural del Uruguay), terrateniente y máximo exponente del sector latifundista.

Es interesante ver cómo las élites económicas estuvieron estrechamente vinculadas en los dos procesos, tanto en la Independencia como en el surgimiento de la “Nación”. Esta surge, pues, durante el Militarismo. Durante ese proceso Uruguay entra, curiosamente, al mercado mundial. Se establece el alambrado de los campos, dejando a grandes muchedumbres campesinas (los gauchos), sin empleo, y se establece la Reforma Vareliana en el marco de la educación, haciéndola laica, gratuita y obligatoria. Se crea la primera escuela historiográfica para fundamentar ese estado, de fuerte cuño positivista y racionalista. Sus máximos exponentes fueron casi todos colorados o unitarios, como Carlos María Ramírez, Juan Zorilla de San Martín, Francisco Berra y Francisco Bauzá.

Estos hombres, que no fueron otra cosa que falsificadores de la historia, a pesar de rescatar la figura de Artigas de su “leyenda negra”, terminaron usando al mismo prócer hasta vaciarlo de contenido. Crearon una apoteosis de Artigas, lo deshumanizaron y divinizaron hasta lograr fundamentar una mentira como lo fue y lo es: el Estado uruguayo. Se elige a la figura de Artigas porque el mismo caudillo, al pertenecer a un período anterior a los partidos políticos, no era “ni blanco ni colorado”, era “de todos”. Un factor de “unidad entre los orientales”, a expensas de que fue el mismo fundador del Partido Colorado, Fructuoso Rivera, quien lo terminaría traicionando a Artigas, dando por concluido su proyecto político.

No hay comentarios:

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...
Google+